¿Por qué no iré a votar el domingo 20?
TULIO HERNANDEZ
EL NACIONAL
En primer lugar, porque no puedo entrar a
Venezuela. Hace un año, Nicolás Maduro en persona y cadena nacional
amenazó con encarcelarme. “Tulio Hernández ya debería estar preso”,
dijo. Y unos días más tarde, honrándome con la compañía de un venezolano
digno, reiteró: “César Miguel Rondón y Tulio Hernández deberían estar
presos”.
Cristianamente, una de mis hermanas,
me dijo vía telefónica: “Con estos degenerados nunca se sabe”. Así que a
los pocos días crucé a pie la frontera a Colombia y desde entonces,
como otros miles de venezolanos, vivo expulsado del país al que
pertenezco. Sin juicio pero condenado.
II
Obviamente fui víctima del aparato
rojo de guerra sucia que decidió mi linchamiento moral. Lo ejecutaron,
desde sus programas en VTV, Villegas, Cabello, Frasso y Silva. De
teloneros. Maduro cerró.
Todo comenzó con la iniciativa de
Esso Álvarez, un fotógrafo menor que disparó en las redes mi condición
de asesino. El laboratorio quería convertirme en autor intelectual de la
muerte accidental de una venezolana. Y el fotógrafo, un hombre sin
escrúpulos, asfixiado por su propia pequeñez espiritual, decidió
voluntariamente hacer de fiscal acusador.
Álvarez, un patriota cooperante, un
sapo con Leica como le llamarían en un barrio de Caracas, había pasado a
retiro desde el día cuando se creció entregándole a la Guardia Nacional
el material de un fotógrafo de Últimas Noticias. Así que esa mañana caminó hasta su laptop para volver a las andanzas convirtiéndose en delator de un crimen que yo no cometí.
III
Pero aunque pudiese estar en Caracas
el domingo, tampoco votaría en las presidenciales del 20. Por una razón
de principios. Porque desde que esa mentira ambulante llamada Jorge
Rodríguez anunció en Santo Domingo la firma de un acuerdo con la MUD,
cuando Julio Borges ya había explicado lo contrario, entendí que el
gobierno preparaba la más grande celada electoral de toda la historia
del país.
En consecuencia, antes que la MUD
expresara su opinión, sostuve que participar en esas elecciones no solo
era irresponsable sino una flagrante traición a las posturas que, con
el apoyo de 76 gobiernos democráticos, los demócratas habíamos
asumido al negarnos a reconocer la asamblea nacional constituyente cuya
creación, sustituyendo el Parlamento legítimamente electo por el
pueblo, identificamos como un golpe de Estado judicial. El fin de lo que
restaba de democracia.
IV
Debo explicarme. No es cierto que
estas elecciones ocurran en las mismas condiciones que todas las
presidenciales anteriores. Que acatamos. Absolutamente falso. Primero,
porque fueron convocadas por la ANC, no por el CNE. Segundo, porque el
adelanto impedía que la resistencia democrática hiciera elecciones
primarias para lograr un candidato unitario. Tercero, porque aun cuando
se hubiesen podido hacer las primarias, los candidatos “naturales”, los
por todos aceptados como presidenciables, estaban presos como López,
inhabilitados como Capriles o en el exilio como Ledezma. Y, cuarto,
porque las organizaciones políticas más grandes, la MUD, Primero
Justicia y Voluntad Popular están ilegalizadas y sus líderes fuera de
combate. Como Freddy Guevara, refugiados en embajadas. O huyendo
amenazados de muerte, como Guanipa.
El gobierno, además, no quiso cambiar
la composición del CNE para hacerlo más confiable. Tampoco, garantizar
la observación internacional. Menos, poner en práctica el tiempo
equitativo para todos los candidatos en los medios estatales, como lo
establece la ley. No acatar la convocatoria era lo coherente. Un boicot,
lo digno. Un desconocimiento, lo eficaz. Pero se perdió la oportunidad.
Un candidato de nombre Falcón decidió presentarse como salvador de las
elecciones y ahora todo está perdido. Iremos divididos. No habrá ni
ausentismo pleno que desconozca la convocatoria a elecciones. Ni
avalancha de votos que lo haga presidente.
Los yanomamis, sabios de curiara,
cuando caen en un remolino suelen quedarse en posición fetal. A la
espera de que la misma corriente los saque a flote. El domingo 20 habrá
que recogerse. Es preferible perder una batalla que la guerra completa.
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