EL MIEDO A LA POLEMICA
Elias Pino Iturrieta
El Nacional
La disgregación de la fuerzas opositoras
y el empeño continuista del gobierno han aconsejado la necesidad de
evitar discusiones sobre la marcha de los negocios públicos. Si los
partidos no están en su mejor momento y la dictadura marcha sin pausa
hacia el continuismo, se dice, mejor es esperar tiempos menos
comprometidos para la discusión. En una situación de debilidad, también
se afirma, lo mejor es pensar con calma antes de hablar para que no se
profundicen los abismos de la precariedad intrínseca de las banderías y
de la distancia entre las líderes y los ciudadanos. Pero, ¿esos consejos
son en realidad prudentes y certeros? ¿Convienen tales precauciones?
La verdad es otra. No es cierto que
se hayan desarrollado agrias disputas entre los dirigentes de la
oposición en torno a la campaña electoral. Ciertamente se han tomado
posiciones opuestas del todo sobre votar y no votar el 20 de mayo, pero
no se han dirimido con el énfasis que muchos les han atribuido.
Los voceros de la MUD han mantenido
una presencia cautelosa, sin pelearse con el grupo de figuras que se
fueron con Falcón a luchar en las presidenciales. Sus intervenciones
ante los medios han estado orientadas por el equilibrio, sin llegar al
terreno de los insultos o de las descalificaciones personales. Si han
afilado flechas y lanzas para atacarse, ha sido en reuniones privadas
que apenas han trascendido.
Falcón y sus seguidores han hecho lo
propio, sin extralimitarse en el ataque de los antiguos compañeros que
llamaron a la abstención. Piden votos sin apabullar a quienes se niegan
a darlo, con la insistencia propia de una campaña que depende de
presentarse ante las máquinas del CNE, o de no presentarse, pero sin
exagerar a la hora de responsabilizar de su probable derrota, si de
veras sucede, a los que vienen anunciando de antemano un fraude de
grandes proporciones.
Si así marcha la contienda de los
opositores, es decir, si de veras no existe tal contienda, o se ha
ocultado con sabiduría, los temores por la existencia de una diatriba de
quienes debían ser hermanos, o amigos íntimos, no pasa de ser una
búsqueda de la aguja en el pajar. Pero no se trata de una situación
ideal, de algo que parece sensato y debe permanecer, sino, más bien, de
la negación de un conflicto que se debería tratar con mayor seriedad. Es
evidente la existencia de posiciones irreconciliables sobre el evento
electoral, pero también destaca el empeño de disfrazarla con la tela de
las buenas maneras.
Las reacciones violentas de parte y
parte existen y se calientan cada vez más, pero no salen del zaguán de
las habitaciones políticas. El horno de los cocineros principales cada
vez se calienta más, pero la comida que ponen en el mostrador llega
tibia y blanda, disponible para todos los estómagos.
Como está implícito en su nombre, una
república reclama discusiones públicas, solicita una lucha por la
verdad que se debe llevar a cabo sin ocultamientos ante el parecer de la
ciudadanía. Nadie pide que todo se ventile desde el principio ante la
vista de la sociedad; nadie pide, por ejemplo, que el Frente Amplio y
la gente de Falcón se reúnan en un estadio de beisbol para debatir sus
conductas frente a las gradas repletas, ante centenares de árbitros
entusiastas e irresponsables que pueblan las tribunas, especialmente
cuando la situación es intrincada y merece pausada reflexión, pero la
prolongación indefinida de las querellas de los conventículos no conduce
a metas constructivas. No solo porque tapa la realidad, sino también
porque transmite la sensación de una falta de ideas, o de coraje, que
apenas puede servir para profundizar situaciones de inercia que solo se
pueden superar con el auxilio de vanguardias activas que se manifiesten
con propiedad sobre los problemas más acuciantes.
El escrutinio del 20 de mayo hará que
la discusión salga de la cueva. No solo para ver cómo se hace con los
mudos de la víspera, o con los medialengua, sino especialmente para ver
cómo se sale del entuerto de una dictadura que, de tanto callar sus
adversarios, de tanto preferir los modales, de tantos tientos y
miramientos, ha salido lisa del debate. Lo que suceda después de la
jornada electoral, o de cómo juzgue la sociedad sus resultados,
conducirá a controversias sin prólogo que se deben llevar hasta sus
últimas consecuencias.
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