El ciudadano
de a pie es la víctima más castigada por esta engañifa revolucionaria.
Una de las rutinas de su calvario cotidiano lo constituye el trasladarse
desde y hasta su lugar de trabajo. La espera larga y ansiosa de los
burdos y escasos autobuses o la resignada y agotadora caminata.
Últimamente, como novedoso emblema de la vuelta a la Venezuela de la era
pre-industrial, se apela a camiones -que a falta de productos agrícolas
o fabriles que transportar- amontonan seres humanos en furgones
bautizados con el infame vocablo de Las Perreras.
Como es común
en las actuales miserias, este padecimiento se concatena con
corrupción, desidia e incompetencia: las líneas de trenes urbanos e
interurbanos guisadas y no realizadas por Odebrecht, el desmadre del
mantenimiento del que fuese nuestro radiante Metro de Caracas, o los más
de tres mil autobuses abandonados y desvalijados en cementerios de
chatarra. Por cierto, curioseando la página de ventas de un exportador
chino de los autobuses marca Yutong, encontramos que el precio
FOB-Shanghái de una unidad de 50 asientos, como las adquiridas por el
régimen, oscila entre 52 mil y 70 mil dólares. El flete y seguro hasta
Venezuela fluctúa alrededor de 5 mil dólares. Pues bien, de acuerdo a
investigación realizada por la Comisión de Contraloría de la Asamblea
Nacional, por cada unidad se pagaron 180 mil dólares. Calculen y
multipliquen ustedes el sobreprecio en las 7 mil unidades compradas por
el régimen…
Este drama
del transporte urbano no es necesariamente parte de la cultura del
comunismo clásico. En la Unión Soviética, en 1935, Stalin ideó, como su
gran regalo al proletariado, construir en Moscú el Metro más suntuoso
del planeta. Lo logró y todavía hoy lo es. Pero entre corrupción y
mediocridad, a estos comunistas nuestros de medio pelo no les da el mate
para trascender con obra alguna distinta a la siembra de miseria.
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