LA EMBOSCADA
LEONARDO PADRON
Nunca Venezuela había estado peor. Nunca
tantos males al unísono. Nunca tanto repudio colectivo a un gobierno.
Nunca un candidato presidencial ha tenido un lastre tan pesado: él
mismo, su funesta gestión como gobernante, su monumental empeño en
destrozar la normalidad de un país. Y a la vez, vaya paradoja, nunca
había estado tan cantada la victoria de un perdedor. Porque eso es
Nicolás Maduro, un perdedor. Un hombre que tiene que recurrir a todas
las argucias posibles: trampas, chantajes, amenazas, compra de votos, y
un largo hilo de ilegalidades para mantenerse en el poder. Así sea sobre
los escombros de una sociedad entera.
Dentro de pocos días, el 20 de mayo de
2018, habrá elecciones presidenciales en Venezuela. Lo que con
insistencia hemos pedido los venezolanos durante tanto tiempo. Para
darle la vuelta a estas vergonzosas páginas de nuestra historia. Para
cancelar la pesadilla. Si viviéramos en democracia, eso bastaría. Una
simples elecciones para escuchar la opinión de todo un país. Para
cambiar el rumbo. Para intentar enderezar este apocalíptico entuerto.
Pero no, ni siquiera eso tenemos. Hasta el derecho a elegir limpiamente
nuestro destino nos lo han robado.
Las elecciones que se aproximan no son
otra cosa sino una emboscada. Se le pueden dar otros nombres. Ya hay una
larga lista: farsa, fraude, parapeto, engaño, etc. Y sí, es todas esas
cosas, pero sobretodo es una emboscada. Recordemos que ese es un término
militar que alude al ataque sorpresivo y violento al enemigo. El
enemigo, en este caso, somos los 30 millones de venezolanos que deseamos
-con urgencia rayana en la desesperación- cambiar el sistema político
que rige nuestras vidas.
Ya bastante se ha hablado sobre las
adversas condiciones que posee el electorado para garantizar que su
ejercicio del voto sea respetado, y no escamoteado, alterado, burlado o
negado. Nicolás Maduro, probadamente el peor candidato que pudiera tener
cualquier partido político en la historia, con todos los índices
económicos en contra, con la hambruna, la escasez y la inseguridad como
lobos salvajes rondando a la población, se lanza a la reelección con un
entusiasmo tan pueril como solitario. Y no es fatuo recordar que, un año
atrás, lo que menos quería Maduro era someterse al escrutinio popular.
¿Hacemos una pequeña calistenia en el
músculo de la memoria? Ya en las primeras páginas del año 2017, el 17 de
enero, para ser exactos, Diosdado Cabello, el inefable, amenazaba
frente a los micrófonos: “Le decimos a la derecha, dejen quieto al que
está quieto, aquí no va a haber ni elecciones generales, ni renuncia del
presidente, ni abandono del cargo. Aquí lo que va a haber es
revolución. Y más revolución”. En la misma tónica, el 4 de diciembre del
2017, Jorge Rodríguez, el hombre detrás de las piruetas del CNE,
escupía de forma biliosa: “Venezuela no va a ir a un evento electoral ni
va a firmar ningún acuerdo con la oposición venezolana hasta que se
levanten las groseras sanciones que la dirigencia de la derecha
venezolana solicitó frente al Departamento del Tesoro de Donald Trump”.
De nuevo, la amenaza de no hacer elecciones. Ignorando por completo los
lapsos que muy nítidamente establece la constitución.
Dependiendo del viento, aparecían
declaraciones afirmando la realización de elecciones. El propio Maduro,
el 17 de septiembre de ese mismo año, había gritado, ufano: “Las
elecciones presidenciales se realizarán en el último trimestre de 2018,
como ya está establecido”. Pero -lo hemos comprobado infinidad de veces-
las palabras de ese grupete son pura hojarasca. Se las lleva la brisa
con demasiada velocidad.
Y, de pronto, cesaron las amenazas de
suspensión de elecciones y se pusieron ansiosos por ver a Tibisay en su
baranda de medianoche. Imprevistamente, adelantaron las elecciones siete
meses. ¿Por qué? Obvio. Porque les conviene. No olvidemos cuando
adelantaron en el año 2012 las elecciones para el mes de octubre porque
sabían que había muy pocas posibilidades de que Chávez llegara vivo o
humanamente presentable al 6 de diciembre, que era la fecha habitual de
las elecciones en el país.
Retrasan y adelantan el reloj electoral a
conveniencia. Es grotescamente obvio. Esta vez lo adelantan porque
ahora sí les favorece competir. Con un organismo ilegítimo (ANC)
estableciendo las reglas de juego. Sin tener que cumplir ninguna
exigencia electoral. Sin un Smartmatic que se ponga demasiado sincero.
Con la oposición diezmada y en plena orfandad. Con sus principales
líderes en el exilio, presos o inhabilitados. Con un enorme caudal de
votos opositores viviendo en otro código postal. Y con la población
agotada, herida, aterrada, sin fuerza para volver a incendiar la calle.
Ah, y con un candidato opositor a quien señalan puertas adentro de ser
amigo de Maduro de vieja data. ¿No resulta llamativo lo poco que insulta
el dictador a su principal rival, cuando el hábito del heredero de
Chávez es la procacidad verbal, una y otra vez, contra cualquier ser
humano que lo adverse políticamente?
Aterra pensar que Nicolás Maduro sea
reelegido el próximo domingo 20 de mayo y que gobernará el país durante 6
años más. ¿El país en manos de Maduro y su hecatombe hasta el año 2025?
¿Hay algún venezolano sensato que quiera esa siniestra condena para su
país? ¿Cómo evitarlo? Con una avalancha de votos en su contra. Pero,
tranquilos -debe decir Jorge Rodríguez con su aviesa sonrisa en algún
salón de Miraflores- ya todo está bajo control. Ya no es posible la
avalancha. Ya las fisuras democráticas han sido selladas. Solo queda el
tufo victorioso de la dictadura.
Yo, que tantas veces alenté a la gente
de mi país a ejercer el derecho al voto, incluso en ocasiones que
tampoco eran idóneas, hoy siento que la emboscada ha sido diseñada de
manera perfecta y que esta vez no hay ni siquiera una remota esperanza
en el ejercicio del voto. Lo vaciaron de contenido. Saquearon por
completo la palabra. La delincuencia en el poder se prepara para un
nuevo y crucial zarpazo. El mundo entero lo sabe y lo condena a voz en
cuello. Nuestros líderes democráticos, aturdidos, no consiguen la
brújula para decirnos qué hacer el día después de la emboscada. Hemos
entrado en otra etapa de la lucha contra la dictadura. Necesitamos el
concierto de las mejores mentes. Necesitamos templanza y definición.
Necesitamos un rumbo construido con los ladrillos de la sensatez. No
esta neblina de incertidumbre en que nos hemos convertido. Es imperativo
sobrevivir a la catástrofe que nos rodea. Salvarnos de ella es salvar
al país, a los nuestros, a la posibilidad de un mañana. Salvarnos es
refundar la nación desde el día cero. ¿Es acaso el 21 de mayo el día
cero?
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITA
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