EL POS 20 DE MAYO
GONZALO GONZALEZ A.
En vísperas del 20 de mayo el ambiente
nada tiene que ver con el de unas elecciones presidenciales. No hay
tensión, entusiasmo, ni la jornada en ciernes concentre de manera
determinante las conversaciones en los diversos escenarios en los cuales
transcurre la vida del ciudadano común, como es de esperar cuando se va
elegir al presidente de la República.
Y es así porque la mayoría social
siente y sabe que los comicios del 20-M no son una elección real, justa,
libre y competitiva, que se podrá votar más no elegir. Está al
corriente de que las cartas están marcadas y el resultado cantado,
también de que una parte sustancial de quienes acudan a las mesas lo
hará coaccionado por el sistema de soborno social instaurado por
gobierno; y que, salvo una presión muy poderosa a última hora o una
decisiva circunstancia sobrevenida, el Consejo Nacional Electoral
proclamará ganador a Maduro.
Esa evaluación sobre los comicios en
ciernes es compartida por la inmensa mayoría de la comunidad
internacional democrática, la cual solicita la postergación del mismo y
su adecuación a la legalidad vigente so pena de arreciar las presiones y
sanciones contra el régimen y el desconocimiento del gobierno surgido
del proceso de marras.
Lo que ocurrirá a partir del 20 de
mayo dependerá de varios factores y actores: la reacción de la comunidad
internacional democrática –de la fuerza, contundencia, trascendencia y
consecuencia de sus decisiones; de la reacción de los factores de poder
internos como la FAN; de la capacidad y potencia de la reacción de las
fuerzas democráticas políticas y sociales; y de los efectos
devastadores de la crisis en la gobernabilidad. Hemos decidido
privilegiar y considerar aparte –por ser el jugador más relevante– la
reacción del régimen.
El chavismo no la tiene nada fácil.
La ratificación (ilegal y por tanto ilegítima) de la presidencia de
Maduro no es la solución política a la brutal e inédita crisis sistémica
en desarrollo, más bien es un catalizador potente para escalarla. El
gobierno es rechazado por más de dos tercios de la ciudadanía por
creerlo responsable y sin capacidad ni voluntad para hacer los cambios
necesarios para superar la tragedia venezolana. Ningún gobierno en el
mundo occidental ha resistido el embate de una depresión económica en
convergencia con hiperinflación. Y si a esto le sumamos la crisis
terminal de Pdvsa el panorama es aterrador para el país y la
gobernabilidad.
El régimen está en la obligación de
actuar porque la situación es demasiado grave y debe optar entre:
insistir en su proyecto de cubanización, que es en definitiva peor de lo
mismo y de complicada sostenibilidad en términos de gobernabilidad o
hacer un viraje significativo.
El escenario del viraje puede ser de
dos tipos: uno de carácter rupturista que suponga, palabras más palabras
menos, volver al imperio de la Constitución con todo lo que eso implica
y la adopción de las reformas económicas indispensables para sustituir
el fracasado modelo económico vigente e instaurar el sistema social de
mercado. La otra opción es la reformista limitada que supone regresar al
autoritarismo competitivo –permitiendo la existencia de una cierta
oposición política que no se proponga desafiar al régimen y le
proporcione fachada democrática (a eso apuestan algunos) e implementar
una profunda reforma económica tendiente a instaurar un sistema
económico inspirado en el de China y Vietnam. Un cambio de ese tenor
puede facilitar la colaboración china en la reconstrucción material del
país.
La gran interrogante es si el
chavismo tendrá la voluntad política, la fuerza y la credibilidad para
asumir alguna clase de viraje sustantivo o preferirá, a la cubana,
resistir en su zona de confort a la espera de cambios políticos que
aflojen o relativicen la presión internacional, así como que las fuerzas
democráticas no logren articular una unidad fuerte y con sentido
estratégico.
Amanecerá y veremos.
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