CARLOS RAUL HERNANDEZ
Desde 1958 hasta la ruina de la
ilusión chavista en el poder, demasiados intelectuales fueron esenciales
para la destrucción de la democracia. Siempre se inclinaron ante la
bestia, en 1998 hicieron grandes esfuerzos en su favor, y utilizaron sus
habilidades para desacreditar las instituciones y los dirigentes. En
ese período horroroso del linchamiento a la democracia y sacralización
de la pesadilla emergente, el país se permitió tener como orientadores a
algunos bachilleres ilustrados con enormes lagunas intelectuales.
Nuestros Savater, Aron o Berlin a duras penas habían terminado el
bachillerato. He aquí el resultado.
Algunos eran
diestros en urdir divertidas crónicas costumbristas y la sociedad ayuna
los graduó de pensadores en los periódicos, la radio y la televisión,
donde sus fallas e insensateces se potenciaron en letales. Los truncos
personajes se dieron la mano con otros que si tenían credenciales solo
que envenenadas con resentimientos históricos, y empujaron juntos hacia
el mismo barranco aunque después, vaya en su descargo, algunos se
arrepintieron. El bipartidismo había hecho la hazaña de convertir en 40
años un país atrasado en el más moderno de Latinoamérica, modelo
democrático. Y en 1989 arrancaba la corrección de las deficiencias del
sistema.
Pero para bloquear el cambio
definitivo que vivía Venezuela a fines del siglo XX, desataron su
patética ofensiva contra el “neoliberalismo” y la “corrupción”.
Energúmenos contra la descentralización, la apertura económica, la
reforma del Estado, hicieron que Venezuela fuera el único país donde
fracasara la llamada primera generación de reformas, lo que
definió la calidad de sus élites. Acomplejados frente a las luminarias
de papel, los partidos permitieron que cundiera la falacia de que la
democracia era un degredo. Hace poco varios del club de los
arrepentidos, frente al retiro de AD de la MUD, repetían argumentos de
cuando amaban locamente a Chávez.
Los sabios van atrás
La
idea de que los intelectuales encarnan la razón crítica toma cuerpo en
la modernidad porque lo eran. Enfrentaron el oscurantismo con la
ciencia, el arte y la filosofía para exorcizar el medievo tenebroso.
Voltaire es por ello tal vez el epítome de lo que no por casualidad se
llamó Iluminismo o Ilustración y por su compromiso con las ideas
modernas, la verdad, la razón, la honradez intelectual, recibió palizas y
encarcelamientos. Un duque quiso humillarlo en una fiesta al
preguntarle -“Voltaire, Voltaire… la verdad es que no me suena su
nombre… ¿De dónde es su familia?” -y Voltaire respondió- “no, la gloria
de mi nombre comienza conmigo mientras la del suyo termina con Ud.”.
Por
la osadía se llevó una paliza y ocho meses en la Bastilla. En vez de
luces, muchos aquí han sido huecos negros. Solo la hecatombe del
chavismo permitió a muchos intelectuales locales entender lo que su
razón no podía, pese a que los aplastaron los ladrillos del Muro de
Berlín en 1981. Quedan retratados en la mujer alemana de Adiós a Lenin,
que despertó de un coma años después de la caída del comunismo y no
entendía nada. Desactualizados, de insuficiente formación, ahogados en
dogmas, aun creían en sus mentiras, nos las impusieron en 1989 y siguen
sin ver ni un milímetro más allá de análisis político de peluquería.
A
cada burrada, los iluminados, expertos, asesores, sabios, se ponen a la
cola, corean, aplauden, y ruedan. En 2016, cuando comenzó el bandazo
hacia “calle, calle, calle”, recomendaban mentecaterías tales como
trancar autopistas, y un enjundioso artículo del momento sostenía que la
oposición se había hecho conservadora y tenía que salir a batir el
cobre. Hoy, confundidos por las complejidades, por fortuna se dedican a
intrascendencias con tono sabio, pero no lesivas. Hay otro filum
que no quiere disgustar a los jefes y practica la prudencia de
Celestina. Es el pisapasito, acomodaticio, corcho que flota por no tener
identidad. Sobrevive (para nada).
Bárbara Arman @Unabarbara
El
pisapasito en estos 30 años guardó cómodo silencio mientras las élites
devastaron. No se ocupa de qué se dice sino de no irritar al que mete la
pata y mientras él no decía nada disonante y evitaba perturbar a la
tripulación del Titanic, la nave se hundió. Es conocido que todopoderoso
Alejandro Magno le dijo a Diógenes “pídeme lo que quieras” -a lo que
el sabio respondió -“que te apartes para que no me tapes el sol”. El
emperador remató la escena con estas palabras: “si yo no fuera
Alejandro, quisiera ser Diógenes”. Esa fue la inspiración de los
filósofos de la Ilustración frente al poder. Así cumplieron su trabajo
según estipuló Weber. Decir la verdad aunque duela.
Y
ahora el terrible aterrizaje en una realidad llamada Bárbara Arman:
“Siempre me reinvento /Busco mi luz entre las tinieblas/Cuando me caigo,
aunque esté herida, me levanto/He renacido de las cenizas/He
recomenzado de la nada misma/He reencendido la esperanza/cuando ésta era
tan solo una llama moribunda”. Son las últimas palabras rotas de
Bárbara Arman. Herida, con el alma sangrante, no soportó la mordida de
la última víbora. No tuvo fuerza esta vez frente la turba, el colmillo
del lobo despreciable, la crueldad, y decidió apagar la llama para
siempre. Ojalá su historia se conozca y neutralice el veneno en las
redes sociales.
@CarlosRaulHer
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