domingo, 22 de julio de 2018

ADIOS A LENIN

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                          CARLOS RAUL HERNANDEZ

Desde 1958 hasta la ruina de la ilusión chavista en el poder, demasiados intelectuales fueron esenciales para la destrucción de la democracia. Siempre se inclinaron ante la bestia, en 1998 hicieron grandes esfuerzos en su favor, y utilizaron sus habilidades para desacreditar las instituciones y los dirigentes. En ese período horroroso del linchamiento a la democracia y sacralización de la pesadilla emergente, el país se permitió tener como orientadores a algunos bachilleres ilustrados con enormes lagunas intelectuales. Nuestros Savater, Aron o Berlin a duras penas habían terminado el bachillerato. He aquí el resultado. 

Algunos eran diestros en urdir divertidas crónicas costumbristas y la sociedad ayuna los graduó de pensadores en los periódicos, la radio y la televisión, donde sus fallas e insensateces se potenciaron en letales. Los truncos personajes se dieron la mano con otros que si tenían credenciales solo que envenenadas con resentimientos históricos, y empujaron juntos hacia el mismo barranco aunque después, vaya en su descargo, algunos se arrepintieron. El bipartidismo había hecho la hazaña de convertir en 40 años un país atrasado en el más moderno de Latinoamérica, modelo democrático. Y en 1989 arrancaba la corrección de las deficiencias del sistema. 

Pero para bloquear el cambio definitivo que vivía Venezuela a fines del siglo XX, desataron su patética ofensiva contra el “neoliberalismo” y la “corrupción”. Energúmenos contra la descentralización, la apertura económica, la reforma del Estado, hicieron que Venezuela fuera el único país donde fracasara la llamada primera generación de reformas, lo que definió la calidad de sus élites. Acomplejados frente a las luminarias de papel, los partidos permitieron que cundiera la falacia de que la democracia era un degredo. Hace poco varios del club de los arrepentidos, frente al retiro de AD de la MUD, repetían argumentos de cuando amaban locamente a Chávez. 

Los sabios van atrás
La idea de que los intelectuales encarnan la razón crítica toma cuerpo en la modernidad porque lo eran. Enfrentaron el oscurantismo con la ciencia, el arte y la filosofía para exorcizar el medievo tenebroso. Voltaire es por ello tal vez el epítome de lo que no por casualidad se llamó Iluminismo o Ilustración y por su compromiso con las ideas modernas, la verdad, la razón, la honradez intelectual, recibió palizas y encarcelamientos. Un duque quiso humillarlo en una fiesta al preguntarle -“Voltaire, Voltaire… la verdad es que no me suena su nombre… ¿De dónde es su familia?” -y Voltaire respondió- “no, la gloria de mi nombre comienza conmigo mientras la del suyo termina con Ud.”. 

Por la osadía se llevó una paliza y ocho meses en la Bastilla. En vez de luces, muchos aquí han sido huecos negros. Solo la hecatombe del chavismo permitió a muchos intelectuales locales entender lo que su razón no podía, pese a que los aplastaron los ladrillos del Muro de Berlín en 1981. Quedan retratados en la mujer alemana de Adiós a Lenin, que despertó de un coma años después de la caída del comunismo y no entendía nada. Desactualizados, de insuficiente formación, ahogados en dogmas, aun creían en sus mentiras, nos las impusieron en 1989 y siguen sin ver ni un milímetro más allá de análisis político de peluquería. 

A cada burrada, los iluminados, expertos, asesores, sabios, se ponen a la cola, corean, aplauden, y ruedan. En 2016, cuando comenzó el bandazo hacia “calle, calle, calle”, recomendaban mentecaterías tales como trancar autopistas, y un enjundioso artículo del momento sostenía que la oposición se había hecho conservadora y tenía que salir a batir el cobre. Hoy, confundidos por las complejidades, por fortuna se dedican a intrascendencias con tono sabio, pero no lesivas. Hay otro filum que no quiere disgustar a los jefes y practica la prudencia de Celestina. Es el pisapasito, acomodaticio, corcho que flota por no tener identidad. Sobrevive (para nada). 

Bárbara Arman @Unabarbara
El pisapasito en estos 30 años guardó cómodo silencio mientras las élites devastaron. No se ocupa de qué se dice sino de no irritar al que mete la pata y mientras él no decía nada disonante y evitaba perturbar a la tripulación del Titanic, la nave se hundió. Es conocido que todopoderoso Alejandro Magno le dijo a Diógenes “pídeme lo que quieras” -a lo que el sabio respondió -“que te apartes para que no me tapes el sol”. El emperador remató la escena con estas palabras: “si yo no fuera Alejandro, quisiera ser Diógenes”. Esa fue la inspiración de los filósofos de la Ilustración frente al poder. Así cumplieron su trabajo según estipuló Weber. Decir la verdad aunque duela. 

Y ahora el terrible aterrizaje en una realidad llamada Bárbara Arman: “Siempre me reinvento /Busco mi luz entre las tinieblas/Cuando me caigo, aunque esté herida, me levanto/He renacido de las cenizas/He recomenzado de la nada misma/He reencendido la esperanza/cuando ésta era tan solo una llama moribunda”. Son las últimas palabras rotas de Bárbara Arman. Herida, con el alma sangrante, no soportó la mordida de la última víbora. No tuvo fuerza esta vez frente la turba, el colmillo del lobo despreciable, la crueldad, y decidió apagar la llama para siempre. Ojalá su historia se conozca y neutralice el veneno en las redes sociales. 

@CarlosRaulHer

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