LUIS VICENTE LEÓN
EL UNIVERSAL
Para muchos, el nombre de Salomón Cohen está vinculado exclusivamente a
los Sambil o a los edificios con los que sembró Caracas durante
décadas. Otros lo describirán como un empresario eficiente, exitoso,
serio y honrado, quizás el constructor más importante y conocido del
país, que incorporó a sus hijos y nietos al negocio y supo mantener una
empresa familiar de gran dimensión, enraizada en Venezuela, pero con
importantes proyectos de expansión mundial. Sin duda, un ejemplo de
éxito empresarial y económico. Sólo con esta descripción podríamos decir
que era un hombre sobresaliente y un ejemplo a seguir. Pero esta
información es sólo una capa superficial.
Vino a
Venezuela desde Jerusalén como parte de una familia inmigrante, judía y
numerosa. Como él contaba, tuvo la oportunidad de formarse gracias a la
gratuidad de la educación, pues su padre no tenía los recursos para
financiarlo. Mientras muchas personas ven eso como un derecho natural en
el que poco piensan y agradecen, él en cambio decía que: “Venezuela me
dio todo y todo le debo”. En un país emborrachado por la riqueza
petrolera y con una población que se siente merecedora de todo sin
entregar nada a cambio, el “todo” que el país le había dado a Salomón y
que lo comprometió por siempre a devolverle su esfuerzo, trabajo,
pasión, labor responsable y contribución a la sociedad fue: la
educación. Entendía que lo más importante que te pueden dar es: la
capacidad de hacer, de producir, de inventar, de crear, de trabajar para
ti, para los tuyos y para todo el país. No se trata de recibir cosas
hechas por otros, sino de ser formado para hacerlas tú, como él las
hizo.
Pero en la vida no todo es racional.
Salomón era, por encima de cualquier cosa, un hombre bueno, un esposo
íntegro, un padre y abuelo ejemplar y un excelente amigo. Construyó, con
su esposa Dita, una familia espectacular, unida, marcada por sus
valores y principios y comprometida con su legado de trabajo, esfuerzo y
seriedad. Ver a los Cohen reunidos es una fiesta en sí misma. Por
cierto, bulliciosa, polémica, divertida, en la que se respira el
concepto más puro de familia. Y los nietos repiten lo que sus abuelos
crearon, con la curiosidad y el deseo de seguir la ruta que su tradición
familiar ha marcado. Ese legado vale muchas veces más que todos los
Sambil. Él entendió que la fortuna va y viene, pero los valores, la
formación, el compromiso y el saber hacer las cosas no te los puede
quitar nadie. Enseñó a su familia con el ejemplo, amó a este país y
enseño a sus hijos y nietos a quererlo como él.
Hace
20 años, cuando inauguraron el Sambil Caracas, estuve en la
inauguración, que coincidía con su cumpleaños. Y decidí desde ese día
cambiar mi ruta de ejercicios y caminar de mi edificio al Sambil, darle
un par de vueltas y regresar a casa. Me resultaba más divertido que ir
al gimnasio. Salomón, que revisaba los pasillos personalmente a diario,
me encontró un día caminando en short y franela sudada y me preguntó que
hacía vestido así, y le conté. Me dijo: “Luis Vicente, vente cuando
quieras y camina por aquí, pero vístete adecuadamente”. Tras su muerte,
cumpliendo el rito judío, sus deudos rasgaron sus vestiduras como
muestra de tristeza profunda. No pude evitar pensar que Salomón
agradecería el gesto y el respeto a sus tradiciones de Lamentación,
Shivá (que hoy, a los siete días de su muerte termina), Sheloshim y
Duelo, pero estará impaciente de que llegue el momento en que su familia
cambie la tristeza por la alegría de recordarlo, con el orgullo
profundo de provenir de un hombre que dejó una huella imborrable en
ellos y en este país que hizo suyo, como nosotros le hicimos a él
nuestro.
luisvleon@gmail.com
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