Tulio Hernandez
El Nacional
Tres elecciones sucesivas, ocurridas
entre mayo y julio, dejan una radiografía reveladora de lo que está
ocurriendo en la región latinoamericana.
Las venezolanas de mayo no fueron
reconocidas por la mayoría de gobiernos del continente, pero Maduro
sigue en el poder. Las colombianas, de junio, fueron ganadas por un
candidato de derecha que compitió no con otra derecha sino con una nueva
izquierda y un centro fuerte que, como nunca antes en Colombia, ahora
representan juntos la mitad del electorado.
Y las mexicanas de julio, que estarán
ocurriendo hoy domingo primero, las ganará Andrés Manuel López Obrador.
Un candidato de izquierda que compite no con el del PRI sino con uno de
centro, lo que representa un cambio de juego en la, desde comienzos del
siglo XX, casi inamovible cartografía política mexicana.
¿Conclusión? La “no derecha” controla
o está en crecimiento aparentemente irrefrenable en los tres países. Y
digo la “no derecha” porque el chavismo es un coctel con dosis más o
menos equitativas de izquierda marxista y ultraderecha militarista.
¿La lección? Al menos la que nos dan
Colombia y México es que los gobiernos de derecha están dejando tan
grandes heridas y deudas sociales, tal desencanto y exclusión, entre las
mayorías de sus países que la kryptonita electoral del
“castrochavismo” ya no funciona para debilitar el vuelo de los nuevos
super manes (digo man en la acepción colombiana) que aspiran a
la Presidencia de la República en nombre de los “desheredados de la
tierra” y contra “las élites de siempre”.
A los venezolanos demócratas nos
cuesta entenderlo. Lo que ocurre en los países vecinos lo miramos desde
la experiencia amarga de haber presenciado cómo el entusiasmo colectivo
de la respuesta mayoritaria ante el fracaso del bipartidismo derivó,
gracias al Frankenstein chavista, en tragedia humanitaria.
Apenas vemos en un país vecino un
movimiento renovador, concluimos de inmediato que se avecina lo peor.
Una regresión satánica se apropia de nuestro cuerpo y rugimos que dentro
de poco, si gana la alternativa de izquierda, ese país pasará hambre,
tendrá prohibidas las libertades políticas, los opositores serán
asesinados en las calles y millones de personas huirán como parias en
busca de una vida mejor.
Nos preguntamos por qué tanta gente
inteligente y bien formada no ve la amenaza que nosotros sí. Con
despecho en el ala, repetimos: “Es que nadie aprende con la experiencia
ajena”. Y traemos a la mesa, comprensivos, la frase aquella de “Sí.
Nosotros también decíamos que Venezuela no era Cuba”.
Se nos olvidan varias cosas. Una, que
aunque son gobiernos de izquierda, no hay éxodo masivo de Bolivia ni de
Ecuador. Que en Chile, Bachelet izquierda y Piñera derecha, llevan dos
décadas alternando gobiernos sin que nadie haya pedido la aplicación de
la Carta Democrática. Que tampoco alguien la ha requerido para Uruguay,
donde el Frente Amplio, centro izquierda, gobierna desde hace 15 años.
Olvidamos también que, aparte de las
dictaduras perfectas, como llamara Vargas Llosa los 70 años de gobiernos
del PRI, las democracias más estables son aquellas en las que
izquierdas y derechas son fuertes y claramente democráticas. Donde hay
Obamas que defienden los derechos de los inmigrantes y Trumps que
quieren amurallar el imperio. Bachelets que se inclinan por la educación
pública y de calidad y Piñeras por privatizarla plenamente.
Y que donde las dos opciones se
mimetizan, como lo hicieron AD y Copei en Venezuela, o se desdibujan
proyectos incluyentes como el APRA en el Perú, queda abierto el paso
para tiranías populistas y sangrientas. De derecha, como la de Fujimori.
De izquierda militarista, como la de Chávez. O somocistas del siglo
XXI, como la de Ortega.
El futuro de la región con mayores
desigualdades sociales y los más altos índices de violencia del mundo no
será necesariamente mejor aferrándonos al conservadurismo. Negándonos a
las opciones que defienden los intereses y derechos de los excluidos.
Sino recordando que, o cambiamos por las buenas para bien, o nos
cambiarán por las malas, para mal. Porque las mayorías acosadas no
tienen otra oportunidad.
En el mitin de clausura AMLO, como se
nombra a López en la prensa local, anunció que "México debería sentirse
orgullosa porque va a lograr una transformación radical sin recurrir a
la violencia". Pero, como nos cuenta el periodista Victor Flores de SputniK News,
su biógrafo José Antonio Crespo sostiene que el candidato "es un
paladín de la lucha contra la pobreza y la corrupción, pero capaz de
sacrificar algunas libertades democráticas".
En México mañana amanecerá y veremos. 89 millones de personas tomarán una decisión.
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