domingo, 8 de julio de 2018

FALCÓN DIVIDE EN SERIO

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      FERNANDO RODRIGUEZ

EL NACIONAL

A lo mejor era falta de información, pero siempre creí que la tal división de la oposición, supuesta causa de su eventual pasividad o errática estrategia, entre otros males, era más mediática y retórica que otra cosa. En todo caso, que los encontronazos que se mostraban en público resultaron reparables; tropezones, a veces muy rudos, que terminaron enderezándose.


Tan fuertes podían ser, y baste con este ejemplo, como el movimiento de las calles de 2014 que intentó precipitar la salida de Maduro y que lideró Leopoldo López, y seguían Antonio Ledezma y María Corina Machado. Tuvo costos reales y dolorosos: muertos, heridos y presos por un gobierno que ya no ocultaba su más pérfido rostro represivo. Terminó en una dura derrota. El resto de la oposición, el candidato Capriles a la cabeza, no condenó nunca a los que se la jugaban valerosamente en las calles, pero guardó una ostensible distancia. Desde el punto de vista de la unidad, el balance hubiese podido ser que Primero Justicia y Voluntad Popular, Capriles y López, rompieran para siempre. Y de paso se hizo renunciar al padre del ente unitario y aparentemente su más sólido cohesionador, Ramón Guillermo Aveledo.
Pasado algún tiempo, no mucho, se obtuvo el mayor triunfo electoral de estas dos décadas siniestras, las parlamentarias de 2015, lo que indicaba un sólido frente unitario. Y Primero Justicia y Voluntad Popular, Leopoldo y Henrique, terminaron tan fraternos que irónicamente se decía que el grupo de los 2 había sustituido al de los 4 que se suponía debía tener la conducción mayor de la MUD, sobre todo durante las épicas marchas de 2017. Y Aveledo es el nombre que más suena en estos días para encabezar la golpeada MUD y tratar de enderezarla, vaya usted a saber si eso se consuma. Paradójico ir y venir.
Había dos razones para que ese espíritu de cohesión soportase tensiones semejantes: que estamos luchando contra una monstruosidad política y es tal la devastación del país que hay que pensarlo mucho para tomar medidas irreversibles que fragmenten y debiliten la unidad, que todos dicen propiciar. En segundo lugar, mucho se ha dicho, que hasta un cierto momento, hasta que la dictadura se declaró sin vergüenza dictadura, se demostró como un idóneo instrumento electoral que cada vez alcanzaba más significativas victorias.
No por azar la cosa se puso muy mal cuando, después de la derrota parlamentaria, el gobierno acabó con el voto, cojitranco y todo, como vía constitucional. Y derrotada la noble y dolorosa gesta en las calles de nuestras ciudades y nuestras más lejanas aldeas de 2017, a punta de jóvenes asesinados por generales sin moral, la oposición, toda, se quedó sin política interna, al parecer solo a la espera de que el enfermo terminal se acabe de asfixiar, económica e internacionalmente.
Queda el caso Falcón, que es adonde quería ir. Ahora sí me temo que es un caso grave. Si fuimos muy críticos del oportunista lanzamiento de su candidatura, también reconocimos que su denuncia radical de la nulidad de las elecciones, en el momento más oportuno, que luego formalizó legalmente y dice haber viajado al exterior para hacerla conocer, nos pareció que restituía la posibilidad unitaria. Y si hizo casa aparte, casita, creíamos que en el Frente Amplio podrían cohabitar con el resto. Pero sus últimas posiciones de dialogar con el gobierno y anunciar jubilosos su participación en las lejanas elecciones de alcaldes indican que ya Maduro encontró “su” oposición, tan necesaria para maquillar la dictadura, sus atropellos y crímenes. Porque es obvio que más allá de que la nueva (¿?) organización incluye en su petitorio algunas banderas opositoras, no podía ser de otra forma para desempeñar el papel asignado, y hasta usa adjetivos rabiosos, hay un detalle, grande como una montaña, que se olvidó el fraude electoral y, en consecuencia, se está dispuesto a aceptar el nuevo período madurista. Al menos ya nadie nombra ese punto en las agendas dialogantes. De solidificarse esto es ciertamente una división sin retorno que solo cabe esperar que se derrumbe con el circo chavista, en el que sería trapecista estelar.

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