TRINO MARQUEZ
El cambio de gobierno en España a
favor de Pedro Sánchez y el triunfo de López Obrador en México han traído
aparejado un cambio en la actitud de los líderes victoriosos frente a la
hecatombe que vive Venezuela.
Los gobiernos
de Rajoy y Peña Nieto condenaron de forma categórica la destrucción de la
democracia venezolana, la represión y violación sistemática de los derechos humanos y la crisis
humanitaria que devora a los venezolanos. La solidaridad de la España de Rajoy con
Venezuela fue explícita. Sin rodeos. Ahora vuelve a entronizarse un gobierno de
izquierda -cuyo ministro de asuntos exteriores, Josep Borrel, se limita a
expresar en Bruselas ante el canciller Jorge Arreaza -en un encuentro entre la
Celac y la Unión Europea- su “preocupación” por lo que sucede en Venezuela y a
pedir elecciones “libres y justas”, sin mencionar países.
México, en el
gobierno de Peña Nieto, abandonó la Doctrina Estrada, formulada por Genaro
Estrada, secretario de Relaciones Exteriores en 1930, durante la administración
de Pascual Ortiz Rubio. Esa doctrina es simple: en nombre de la
autodeterminación de los pueblos y la soberanía de las naciones, los gobiernos
pueden destruir sus propios países sin que México los sancione o, incluso, los
critique. En un continente plagado de regímenes autoritarios y caporales, la
decisión de un país tan importante para la región, les vino de maravilla. Ahora
López Obrador desempolva la vieja tesis. Su gobierno se hará el desentendido
frente a tragedias como la venezolana y la nicaragüense.
En unas
declaraciones recientes, el director de Human
Right Watch para América Latina, el combativo José Miguel Vivanco, criticó el
“silencio” del gobierno del izquierdista Tabaré Vásquez ante el drama de
Venezuela. Vivanco le recrimina al mandatario uruguayo que se resista a adherirse
a la declaración presentada por Perú el pasado 6 de julio ante el Consejo de Derechos Humanos de la ONU,
suscrita por 53 naciones, en la cual se critica la situación venezolana y se condena
al gobierno de Nicolás Maduro.
El Congreso de
Guatemala, dominado por la izquierda, se negó a firmar una resolución en la
cual ese parlamento enjuicia la masacre perpetrada por Daniel Ortega y Rosario
Morillo contra el pueblo de esa pequeña y arruinada nación.
El
comportamiento cómplice de ese sector de la izquierda –que, cuando le conviene, posee una
visión aldeana de la política, que no le interesa nada que ocurra más allá de
sus fronteras nacionales, ni le importan los derechos humanos, ni la
destrucción de otra sociedad que no sea la suya- permitió que la tiranía cubana
se eternizase y, –con su silencio e indiferencia- consiente que Venezuela y
Nicaragua sean destruidas por camarillas militaristas, corruptas y sanguinarias.
El celestinaje
de esa izquierda se modifica cuando un gobierno democrático actúa para
defenderse de sus enemigos. En esos casos reacciona con estridencia. De Fidel
Castro se han escrito numerosos volúmenes documentando sus incursiones en buena
parte de los países de América Latina, con el propósito de implantar el
socialismo. Hugo Chávez también desplegó una febril actividad internacional en
el marco de la filosofía expansionista del Foro de Sao Paulo, que acaba de
ratificarse en La Habana con el respaldo a los regímenes de Maduro y Ortega. En
2008 Chavez movilizó las tropas del ejército –en una operación bufa- contra
Colombia, cuando el presidente Álvaro Uribe decidió atacar en Ecuador el
campamento de Raúl Reyes, uno de los más
temibles líderes de las Farc. En ese acto irresponsable, la “solidaridad” de
Chávez comprometió la seguridad nacional y la vida de los soldados y oficiales
venezolanos, quienes nada tenían que ver con ese episodio y quienes
tradicionalmente fueron víctimas de las
tropelías de esos insurgentes narcotraficantes. Por fortuna, su decisión de atacar
a Uribe no pasó de ser una opereta, de las tantas que protagonizó.
El estado de Israel fue blanco favorito
de los ataques de Chávez y sigue siéndolo de la iracundia de Maduro. Debido a
su manifiesto apoyo a los palestinos, el gobierno venezolano rompió relaciones
diplomáticas con Israel, a pesar de la numerosa e importante colonia israelita
que vive en nuestro país. Maduro ha apoyado públicamente en varias
oportunidades a los independentistas catalanes, quienes se colocaron al margen
de la Constitución de 1978 y actúan contra el Estado español.
La izquierda
no se detiene ante fronteras nacionales cuando
intenta proyectar internacionalmente sus planes. En esos trances invocan
el internacionalismo proletario
proclamado por Marx y Engels. Cuando lo que buscan es someter las sociedades,
esclavizarlas y destruirlas, apelan a los principios opuestos: la
autodeterminación y la soberanía. Son
unos tartufos, expertos en el arte de protegerse lanzando luces de bengala para
confundir.
De los cambios
que están produciéndose en el panorama internacional y de la blandenguería de
los gobiernos de España, Uruguay y del que asumirá en México, debemos tomar
nota los venezolanos. El apoyo internacional siempre hay que procurarlo, pero
nada de forjarse ilusiones. Del régimen de Maduro solo saldremos cuando
internamente acumulemos la fuerza necesaria para sustituirlo. Con los gobiernos
“progresistas” no podemos contar.
@trinomarquezc
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