GONZALO GONZALEZ
TALCUAL
Es un verdadero suicidio político la actitud anti unitaria asumida
por la dirigencia política democrática. La consecuencia fundamental y
decisoria de esa conducta es la oxigenación del régimen y su
mantenimiento en el poder; situación por demás paradójica porque el
mismo es abiertamente rechazado por la mayoría inmensa de la población
que lo responsabiliza de la crisis sin precedentes padecida por país,
concretada en el retroceso colosal en todos los índices civilizatorios
que experimentamos y en la depauperización generalizada de la
ciudadanía.
Para derrotar al régimen, sacarlo del poder, reconstruir el país y
enrumbarlo por el sendero de la libertad, la prosperidad, la justicia y
la seguridad es necesario construir una unidad política y social de dimensión nacional,
visión estratégica, sólida y coherente con una dirección política
integradora, representativa y eficaz con un diagnóstico y un relato
compartido.
Esa sigue siendo la asignatura pendiente de las fuerzas democráticas
en la lucha contra el chavismo, antaño mayoritario y hegemónico hoy
minoritario y parapetado tras el aparato del Estado con el apoyo de la
cúpula de la FAN (su único sostén real). Cuando la oposición ha logrado algún tipo de concertación ha avanzado e incluso derrotado al oficialismo.
La unidad vive horas bajas, muchos la reclamamos, los responsables de reconstruirla La sabotean.
Mientras la oposición se dispersa y debilita su condición natural de
alternativa de cambio, el chavismo, consciente de las poderosas fuerzas
que ha conjurado en su contra, refuerza su unidad y cohesión para
protegerse y seguir imponiéndole a la sociedad su nefasta permanencia en
el poder.
La oposición ha vuelto a sus peores etapas y no porque el régimen
haya recuperado el apoyo popular sino porque buena parte de la
dirigencia opositora cree y actúa bajo la errada premisa de que es
posible unilateralmente y sin el concurso de todos los opositores
derrotar al oficialismo. Eso fue precisamente, lo que intento Henri
Falcón y sus seguidores el 20 de mayo pasado y ya conocemos el
resultado.
La Dictadura se ha esmerado en hostigar, perseguir, reprimir y violar
los derechos humanos, civiles y políticos de los sectores opositores
más dinámicos y de mayor apoyo de parte de la ciudadanía: partidos
suspendidos, líderes y militantes inhabilitados, detenidos, desterrados e
incluso torturados; práctica extendida a líderes y activistas sociales y
gremiales con la intención de desarticular cualquier intento opositor
de consideración. Esas dificultades más bien deberían facilitar la convergencia y unidad de los partidarios del cambio. Sin embargo, ocurre todo lo contrario; en estos momentos el movimiento opositor se encuentra fragmentado en varios sectores.
Es necesario reiterar que el apoyo internacional a la causa de la libertad es importante, pero insuficiente para generar la salida del régimen. Sin una fuerte, articulada y masiva presión interna el cambio necesario seguirá bloqueado. Es conveniente puntualizar que la presión internacional contra el régimen puede disminuir o matizarse porque depende de los cambios políticos que puedan producirse en algunos países
El futuro canciller del próximo Gobierno mejicano anuncia que su
política internacional se guiará por el principio de la no intervención
en los asuntos internos de otras naciones; con Lula de nuevo Presidente
el panorama empeoraría. Seremos víctimas de la doble moral de la
Izquierda (incluso de la democrática) en estos asuntos.
Tampoco alcanza con la agudización y agravamiento de la crisis en
ausencia de un actor político con capacidad de articular y dirigir la
lucha por el cambio.
De persistir la dispersión de las fuerzas democráticas, las mismas se
arriesgan a la irrelevancia; escenario nada conveniente para los
intereses del país.
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