EL INTELECTUAL Y EL POLITICO
RAMON ESCOVAR LEÓN
EL NACIONAL
Cuando Winston Churchill obtuvo el
Premio Nobel de Literatura en 1953, algunos intelectuales se
sorprendieron y alegaron que el galardonado era un político y no un
hombre de letras. Asimismo, afirmaron que la literatura y la política
eran asuntos distintos. Sin embargo, en el estadista británico se
mezclaban las dos cosas. La Academia sueca para conceder el Nobel
decidió sobre la base de sus méritos literarios; el pueblo británico,
cuando le daba o negaba el voto, decidía sobre sus habilidades
políticas. Churchill supo armonizar su pensamiento con su acción.
La formación intelectual le dio a
Churchill la capacidad de poder enfrentar situaciones complejas en mejor
condición que quien carecía de ella. La política dirigida por
pragmáticos conduce al fracaso y cuando el “líder” carece de formación
universitaria se llega al caos.
En Venezuela también tenemos ejemplos
de intelectuales en función política, tales como Juan German Roscio,
Francisco Javier Yanes, Miguel José Sanz y Tomás Lander, defensores de
los valores democráticos de la naciente república. Uno de ellos es el
principio de la alternancia en el poder, amenazado por la Constitución
de Bolivia presentada por Simón Bolívar en 1826 que consagraba la
presidencia vitalicia y hereditaria. Gracias a la intuición política de
los civiles fue derrotado este proyecto absolutista.
La presencia de los intelectuales en
la vida política venezolana fue muy marcada durante el mandato de Juan
Vicente Gómez. Pedro Manuel Arcaya, José Gil Fortoul y Esteban Gil
Borges, destacan como miembros fundadores de la Academia de Ciencias
Políticas y Sociales (19 de enero de 1919). El 30 de junio de 1924 se
dictó una ley -todavía vigente- que aumentó el número de académicos de
30 a 35, y se eligió a Laureano Vallenilla Lanz, una de las
inteligencias más penetrantes del gomecismo. César Zumeta, otro
intelectual, se incorporó en la Academia Nacional de Historia en 1932.
Posteriormente ingresan Arturo Uslar Pietri y Tulio Chiossone, quienes
fueron ministros de Relaciones Interiores en el gobierno de Isaías
Medina. También Luis Felipe Urbaneja, ministro de Justicia en el
gobierno de Marcos Pérez Jiménez, fue miembro de la Academia.
Durante la vida de la Academia de
Ciencias Políticas y Sociales han brillado figuras que han desarrollado
vida política como el mencionado Arturo Uslar Pietri o de un político
como Rafael Caldera, con una importante obra escrita. En la Academia
Nacional de la Historia se pueden mencionar a Ramón J. Velásquez y a
Manuel Caballero.
La democracia venezolana resistió la
injerencia castrista en la década de los sesenta gracias al liderazgo de
Rómulo Betancourt, quien tenía, además de su instinto político, una
obra que recogía su pensamiento: Venezuela, política y petróleo (según
algunos historiadores, esta obra es al siglo XX lo que la autobiografía
de José Antonio Páez fue al siglo XIX). Además del líder adeco, Rafael
Caldera y Jóvito Villalba, con el Pacto de Puntofijo, le dieron sustento
político a la democracia que se iniciaba. Caldera escribió dos obras
fundamentales: Andrés Bello y Derecho del Trabajo.
Villalba fue un destacado profesor de Derecho Constitucional en la
Universidad Central de Venezuela. Hay otros hombres de ideas que se
pueden nombrar: Gonzalo Barrios y Luis Beltrán Prieto, por ejemplo.
En los últimos años, la participación
política ha estado dominada por los pragmáticos y sin obra escrita que
permita conocer su pensamiento. Estamos en el tiempo del pragmatismo y
de los dogmas ideológicos, con sus letales efectos. Ha habido casos
aislados, pero no es la regla común, como lo era antes. Es dentro de
este contexto que debe verse la elección de Ramón Guillermo Aveledo como
miembro de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales para suceder al
sabio Humberto Njaim. Se trata de un intelectual y profesor
universitario con obra escrita -como su Curso de derecho parlamentario- que ha ejercido la actividad política con probidad.
La formación intelectual es necesaria
para el dirigente político. No puede privilegiarse al pragmático y al
iletrado sobre el hombre de pensamiento.
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