FERNANDO RODRIGUEZ
En principio sentí la separación de AD de la MUD como un accidente
grave de columnista. Me explico: escribí la semana pasada un artículo
que en el fondo trataba de demostrar que las tales refriegas dentro de
la unidad antichavista, salvo la de Falcón como me atrevía a
interpretarla, no eran tan grandes como sectores interesados querían
presentarlas, que las fallas eran otras. Y, ¡diantres!, se desprende al
día siguiente una de las cuatro ruedas de la dirección del muy averiado
vehículo cuyo destino debe ser liberarnos de esta desgracia que nos
acaba. (Tú lo sabías, no predigas, no hay alumbrado en la vía).
Políticamente parecía una nueva caída que mermaba todavía más
nuestras escasas energías. Pero después de haber oído a Ramos Allup
detenidamente, me puse a pensar que quién quita y no sea una buena
noticia y yo no sea tan fatal pronosticador. Para empezar algo que se
mueve sonoramente en la quietud y el silencio en que nos oponemos al
horror, al menos merece ser observado con cuidado. Segundo, en lo que he
oído de Ramos Allup, ¿de quién más?, no he encontrado ninguna agresión
contra los socios que abandona, antes, por el contrario, expresa
lisonjas, invitaciones a inmediatos y futuros encuentros, apertura a
eventuales reformas de la unidad… Pero también he oído y leído del Jefe
(mantener mayúscula), que adversa a este gobierno como el que más, que
no va a dialogar con él porque es un embustero patológico y ruin y que
solo acepta elecciones limpias y prontas (o renuncia) para sacarlo
constitucionalmente. Es lo que dicen los otros, literalmente, aunque hay
quien sueñe con otras puertas.
Por último, lo que sabemos es que AD tuvo un pasado fastuoso que
le dio más poder que a partido alguno en el país contemporáneo. Y que
hoy sobrevive como algunos de sus pares, que no es poco. Que esa
heráldica pueda determinar el futuro, pues no, los futuros se
construyen, se inventan, pero quizás algo quede del ADN de antaño y
pueda darle alguna inspiración, no es magia. Aventuren, pues, y que les
vaya bien. Por cierto, si alguien tiene informaciones secretas y
siniestras sobre los verdaderos designios de la tribu blanca haría mucho
bien no tanto en revelarlas, sino en demostrarlas, como corresponde en
el apestoso mundo de la posverdad.
Un segundo ejemplo de carambolas por bandas podría ser la nueva
actitud internacional de México: neutralidad. Como corresponde a una muy
larga tradición de la política internacional de ese país, interrumpida
en años recientes, más que a los siniestros planes chavistas de López
Obrador. Que, por cierto, sensatos analistas han mostrado, frente a los
neomacartistas criollos, que es un señor bastante serio que poco tiene
que ver con el atolondrado e inculto tenientillo nuestro. Ahora bien, es
cierto que creció la distancia –hasta por allí– con uno de nuestros
mejores aliados, de anchas espaldas nacionales y señalado empeño en
nuestra causa, lo cual no es bueno. Además, debe recordarnos que por
allí viene Brasil, que con Lula o sin Lula, o con Lula tras bambalinas,
puede cambiar radicalmente el color de su traje. Más grave aún.
Pero a pesar de que no tenemos dudas de la importancia decisiva de
la presión internacional sobre nuestra monstruosa dictadura, muchos
tenemos la sensación de que estamos apostando demasiado por el poderío
internacional, que no solo suele cambiar su indumentaria cada vez más a
menudo y muy rápidamente, como señala Moisés Naím en su libro sobre el
poder, sino que cada quien tiene bastante con ocuparse de lo suyo para
extralimitarse con el vía crucis vecino. En consecuencia, que nada suple
el esfuerzo nuestro decisorio para dar fin a la tragedia. Y si uno
rebaja algo, no mucho, no mucho, la carga de un lado de la balanza
posiblemente motiva el ascenso del otro, que somos los aquí nacidos.
Pura mecánica, una manera de decir.
Salga sapo o rana de todo esto, da la sensación de que podemos
recomenzar a hablar de política, que posiblemente sea el tema más
complicado que exista, un billar de incontables bandas. Donde uno se
equivoca a cada rato, pero es imprescindible para la turbia existencia
de la especie.
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