LUIS VICENTE LEÓN
No creo que haya que profundizar
en los errores cometidos por la oposición en la lucha contra el
gobierno y su avance hacia el totalitarismo. Esto se ha discutido hasta
el cansancio y a veces se confunden los errores con la causa del
problema. Aclaro que por muchos errores que se hayan cometido, la crisis
no se debe a la oposición sino a la implementación de un modelo
político que cercena las libertades en los diferentes aspectos de la
vida. Recordarlo es clave para no confundir culpables y para evitar la
apatía, frustración, desconfianza e inacción que suele generar esta
confusión.
Por eso, ver a los “líderes y lideresas”
radicales, fundamentalistas y autoatribuidos dueños de la verdad y los
principios éticos y morales, focalizar su energía y su rabia contra los
otros opositores, en sus discursos, redes sociales y medios de
comunicación o en sus laboratorios de guerra sucia (que son tan feos y
bajos como los de su enemigo real), me da alergia, aunque no sorpresa.
Buscan convertirse en los líderes que no son, ni serán pese al libreto
diseñado por sus asesores acartonados para intentar “tomar ventaja” de
la frustración de la población.
Así como se
puede proyectar el resultado negativo de los modelos intervencionistas,
se puede hacer lo mismo con la respuesta de los fundamentalistas que
creen que el problema se reduce a destruir a quienes no piensan como
ellos (es decir, hacer lo mismo que los chicos malos), sacar el líder
negativo como sea (y no importa si la inestabilidad del futuro queda
cantada, ni cuanta gente inocente se llevan por delante) y provocar un
modelo económico concentrado estrictamente en el libre intercambio de
bienes, que asumen suficiente para resolver el problema, sin entender
que ese libre mercado, como planteaba el mismísimo Hayek y analiza
Vargas Llosa en La llamada de la tribu: “no funciona sin un orden
legal estricto y eficiente que garantice la propiedad privada, el
respeto de los contratos y un poder judicial honesto, capaz e
independiente del poder político”. Sin esto, se estaría condenado al
mercantilismo. Entonces no basta con abrir los mercados, sino que se
requiere una reforma integral, una descentralización real y la
transferencia a la sociedad civil (los individuos soberanos) de las
decisiones económicas esenciales. Y la existencia de un consenso
respecto a unas reglas de juego que privilegien siempre al consumidor
sobre el productor, al productor sobre el burócrata, al individuo frente
al Estado y al hombre vivo y concreto de aquí y ahora sobre aquella
abstracción con la que justifican todos sus desafueros los totalitarios:
“la humanidad futura”.
Es decir, se necesita
una propuesta seria y la capacidad de negociar su implementación, pero
los fundamentalistas sustituyen su incapacidad de una y otra cosa…
atacando por Twitter a los otros opositores. ¡Bravo! ¡Brillante!
Es
obvio que el país esta destruido y claro que la revolución chavista es
responsable de este desastre. Pero la solución del problema nos exige
abrir nuestra mente y entender, como plantea Isaiah Berlin, que no
existe una sola respuesta verdadera para cada problema humano.
Y
entonces, ¿será que creen los radicales que van a convertirse en los
grandes líderes atacando y descalificando a propios y extraños,
asumiéndose monopolistas de la verdad y sin tener una oferta concreta,
integradora y que haga a la gente soñar?
La
verdad es que el debate político venezolano no sólo es malo, sino sobre
todo aburrido, porque no hay nada nuevo, nada retador que ponga en jaque
a nuestro propio pensamiento. La buena noticia es que la demanda (en
este caso de liderazgo efectivo) suele generar su propia oferta. Ojalá
estemos cerca de verlo.
Luisvleon@gmail.com
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