ELIAS PINO ITURRIETA
Para saber de López Obrador solo tenemos lo que ha sido. Las
predicciones sobre la conducta del hombre que será presidente de México a
partir del primero de diciembre dependen de pensar en cómo ha actuado
hasta el momento en su papel de hombre público, y dejar que haga el
futuro el examen de su trabajo en el capítulo estelar de su carrera. El
desarrollo de la reciente campaña electoral, en especial el tono de sus
discursos, ofrece indicaciones útiles sobre lo que puede ser como
mandatario, pero ahora solo sabemos cómo ha hecho para llegar a la
cúspide. El viento se lleva los discursos, que son provocados por las
coyunturas habituales de una pelea por la jefatura suprema en un país
que elige un jefe supremo cada seis años. De allí que lo más conveniente
sea mirar hacia atrás, a ver si nos dice algo sobre lo que todavía no
ha sucedido.
Una primera observación permite ubicarlo en las entrañas del
monstruo, debido a que hizo su carrera en el seno del partido que hoy ha
reducido casi a cenizas después de jornadas demoledoras. Los primeros
pasos del joven Andrés Manuel se dan en el seno del PRI tabasqueño, en
el cual comienza a destacar por su ímpetu de dirigente novato. Pero no
fue una de las piezas dóciles que tanto gustaban a la dirigencia del
partido tricolor, sino un muchacho dispuesto a labrarse el destino sin
aparecer como un subalterno de confianza. Así hace una carrera
fulgurante que lo conduce a cargos de importancia en el ejecutivo
regional, pero después a dirigir el departamento nacional de formación
política de lo que todavía parece un acorazado imbatible.
Algunos elementos lo comienzan a hacer singular en el rebaño
priista: su estudio del liberalismo del siglo XIX, su preocupación por
la suerte de los indígenas chontales, su trabajo como profesor
universitario y su amistad con el poeta Carlos Pellicer. El estudio de
las reformas que terminarán en la victoria de Benito Juárez, el interés
por la suerte de los pobres de su región y la posibilidad de que lo
relacionen con una figura sobresaliente de la cultura comienzan a
distinguirlo, hasta el punto de convertirlo en candidato del partido a
la gobernación de Tabasco. No es un priista del montón, sino una
presencia cada vez más destacada, celebridad que llega hasta el techo
cuando se opone a la nominación de Salinas de Gortari a la Presidencia
de la República para retirarse después a otra bandería, el PRD, o a
fundar las que mejor le acomoden.
La carrera en el PRD y la posterior ruptura para convertirse en la
única referencia de oposición al PRI, pero también al PAN, partido
suplente en la hegemonía política, lo convierten en referencia
ineludible. En especial por la nueva celebridad que lo adorna debido a
su gestión como jefe de Gobierno del Distrito Federal entre 2000 y 2005,
distinguida por la pulcritud. Hizo entonces que la ciudadanía se
habituara a las consultas públicas, y que la prensa se enterara casi a
diario de sus pasos porque la invitaba a preguntar. Deja el cargo para
intentar dos fracasadas nominaciones como candidato presidencial,
después de las cuales se anuncia como víctima de unos fraudes que
pretende superar mediante un ensayo de gobierno popular y como animador
de asambleas multitudinarias en cuya cabeza exhibe un atrevido populismo
que conmueve a la sociedad. La acerada voluntad del derrotado y las
escandalosas denuncias que hace sobre la putrefacción de la clase
política adquieren proporciones legendarias frente a la gestión cruenta y
opaca de Felipe Calderón y ante el fatuo y oscuro desempeño de Peña
Nieto, que le abren, por fin, el camino de la victoria.
Para triunfar hace alianzas inverosímiles en cuya fragua no se
detiene a pensar sobre las ideas de las nuevas compañías, ni a elaborar
un plan cabal como fundamento del cambio de una sociedad cada vez más
agobiada por la violencia y la injusticia social. Él está primero que
los pensamientos políticos y que los planes de transformación, o tales
aspectos solo dependen de lo que resuelva a título personal. Por eso
funda Morena a su imagen y semejanza. De lo cual se deduce que López
Obrador es hechura de sí mismo, de su aprendizaje en los parapetos
hegemónicos del México contemporáneo y de cómo los quiere hacer
distintos partiendo de las ideas que trae en la cabeza, viejas y nuevas,
conservadoras y progresistas, conocidas o inéditas, sin que nadie pueda
vaticinar cómo las concretará a partir de diciembre. De momento, cuenta
con el PRI arrinconado en una sala de terapia intensiva y con el PAN
vuelto una nadería.
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