lunes, 23 de julio de 2018

EL GRAN DESNALGUE

ALBERTO BARRERA TYSZKA

La palabra no aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. No es extraño. Los diccionarios y las academias suelen avanzar con mucha más dificultad y lentitud que las vidas. Sin embargo sí están reconocidas e incorporadas las palabras “nalguear”, “nalgatorio” o incluso “nalgamento”, término francamente confuso que convoca a imaginar el trasero con algún tipo de reglamento o –peor- de pegamento. En Venezuela tiene una acepción particular. Cuando decimos desnalgue queremos referirnos a algo que está más allá del desorden. Pero no es necesariamente sexual. Puede haber, por ejemplo, un desnalgue sin cuarto oscuro.
El término puede aplicarse a una rumba pero también a una discusión política, a un día de playa, a una convención de pastores evangélicos, a una presentación de un libro, a un desfile militar. Más que una orgía es un caos. Existe entre nosotros un vocablo cercano pero con peor fama, más vulgar. Tampoco está en el diccionario de la RAE: cogeculo. En eso parece andar la dirigencia de la oposición desde hace un buen tiempo.
Voy a salir rápidamente de una condición que hay que pronunciar y que ya todos sabemos: no es fácil. Por supuesto que no. Es sumamente difícil ser, o intentar ser, un político de oposición en Venezuela. Es, generalmente, además, un trabajo ingrato. Hay que pelear en las peores condiciones en contra de un adversario que no cree ni en la democracia ni en la política, que no tiene ni palabra ni escrúpulos, que actúa como delincuente pero habla como si fuera una Hermanita de la Caridad; que está dispuesto a robar, a detener, a desaparecer, a torturar y hasta a matar a todo aquel que amenace su permanencia en el poder.
Desde hace veinte años esto ha funcionado así. Una de las prioridades de la revolución siempre ha sido desautorizar y excluir a cualquier que pretenda ser su oposición. Lo impresionante es que, de un tiempo para acá, la propia oposición haya liberado al Gobierno de esa tarea y sus distintas dirigencias, entonces, se hayan hecho cargo de irse deslegitmando unas a otras. Es imperdonable que, en la peor crisis del país, el liderazgo de la oposición viva su mayor desnalgue.
Lo ocurrido esta semana cuando, nuevamente, Henry Falcón y su combo deciden hacer una jugada adelantada para sacar provecho particular a una reunión secreta entre diversos líderes, deja otra vez en evidencia las enormes dificultades de convertirse en una fuerza política, en una alternativa real, que tiene nuestra dirigencia.
Ni siquiera el fracaso individual de cada uno, cada vez que intentaron armar su propia maniobra ha servido para entender que solo articulados de manera clara y transparente, sin protagonismos ególatras y deslealtades partidistas, podrán convertirse en una alternativa exitosa. El país es un Titanic que en vez de músicos tiene políticos de oposición dedicados a hacerse zancadillas y a pelear entre ellos.
La secuencia de la reunión fallida de esta semana debe ser completada con otra fracción del liderazgo opositor que también se empeña en construir tienda aparte, erigiéndose además como una fuerza realmente pura, no adulterada; como la única opción moralmente correcta, que no pacta con la dictadura y que sí puede librarnos –primero- de la falsa y cochina dirigencia opositora y –después- de nuestra insoportable y cruda realidad. Son los nuevos salvadores de la patria. No se contaminan con nadie más. Tienen la intrasigencia de los iluminados.
Para rematar: sumémosle la febril actividad de aquellos que han encontrado en twitter una peculiar forma de heroismo. Los radicales que saben qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Son los visionarios que aseguran que Capriles se vendió, que Ramón Guillermo Aveledo no es barquisimetano sino suizo y suegro millonario de Haiman El Troudi, que Andrés Velázquez es un colaboracionista, que Henry Ramos Allup duerme con Nicolás y Cilia, que Leopoldo es un traidor, que Vicente Díaz hace spinning todos las mañanas con Tarek Williams Saab… Venezuela tiene un exceso de generales en el Gobierno y un exceso de comandantes virtuales en las redes. Ambos ejércitos nos se oponen:se complementan.
La calle está más caliente que nunca. Cada día hay más protestas, cada día hay más razones para protestar. Mientras el país se desangra, la élite opositora no puede continuar en su bacanal del “todos contra todos”. Es tiempo de parar, de apagar esa música. Antes de que se destruya incluso la pista de baile. El gran desnalgue es una fiesta sin ganador. Todos terminaremos sin nada. Solo quedará en pie una infinita resaca.

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