ALBERTO BARRERA TYSZKA
La palabra no aparece en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.
No es extraño. Los diccionarios y las academias suelen avanzar con
mucha más dificultad y lentitud que las vidas. Sin embargo sí están
reconocidas e incorporadas las palabras “nalguear”, “nalgatorio” o
incluso “nalgamento”, término francamente confuso que convoca a imaginar
el trasero con algún tipo de reglamento o –peor- de pegamento. En Venezuela tiene una acepción particular. Cuando decimos desnalgue
queremos referirnos a algo que está más allá del desorden. Pero no es
necesariamente sexual. Puede haber, por ejemplo, un desnalgue sin cuarto
oscuro.
El término puede aplicarse a una rumba pero también a una discusión política, a un día de playa, a una convención de pastores evangélicos, a una presentación de un libro, a un desfile militar. Más que una orgía es un caos.
Existe entre nosotros un vocablo cercano pero con peor fama, más
vulgar. Tampoco está en el diccionario de la RAE: cogeculo. En eso
parece andar la dirigencia de la oposición desde hace un buen tiempo.
Voy a salir rápidamente de una condición que hay que pronunciar y que
ya todos sabemos: no es fácil. Por supuesto que no. Es sumamente
difícil ser, o intentar ser, un político de oposición en Venezuela. Es, generalmente, además, un trabajo ingrato. Hay que pelear en las peores condiciones en contra de un adversario que no cree ni en la democracia ni en la política, que no tiene ni palabra ni escrúpulos, que actúa como delincuente pero habla como si fuera una Hermanita de la Caridad;
que está dispuesto a robar, a detener, a desaparecer, a torturar y
hasta a matar a todo aquel que amenace su permanencia en el poder.
Desde hace veinte años esto ha funcionado así. Una de las prioridades de la revolución
siempre ha sido desautorizar y excluir a cualquier que pretenda ser su
oposición. Lo impresionante es que, de un tiempo para acá, la propia
oposición haya liberado al Gobierno de esa tarea y sus distintas dirigencias, entonces, se hayan hecho cargo de irse deslegitmando unas a otras. Es imperdonable que, en la peor crisis del país, el liderazgo de la oposición viva su mayor desnalgue.
Lo ocurrido esta semana cuando, nuevamente, Henry Falcón y su combo deciden hacer una jugada adelantada para sacar provecho particular a una reunión secreta entre diversos líderes, deja otra vez en evidencia las enormes dificultades de convertirse en una fuerza política, en una alternativa real, que tiene nuestra dirigencia.
Ni siquiera el fracaso individual de cada uno, cada vez que
intentaron armar su propia maniobra ha servido para entender que solo articulados de manera clara y transparente, sin protagonismos ególatras y deslealtades partidistas, podrán convertirse en una alternativa exitosa. El país es un Titanic que en vez de músicos tiene políticos de oposición dedicados a hacerse zancadillas y a pelear entre ellos.
La secuencia de la reunión fallida de esta semana debe ser completada con otra fracción del liderazgo
opositor que también se empeña en construir tienda aparte, erigiéndose
además como una fuerza realmente pura, no adulterada; como la única
opción moralmente correcta, que no pacta con la dictadura
y que sí puede librarnos –primero- de la falsa y cochina dirigencia
opositora y –después- de nuestra insoportable y cruda realidad. Son los
nuevos salvadores de la patria. No se contaminan con nadie más. Tienen la intrasigencia de los iluminados.
Para rematar: sumémosle la febril actividad de aquellos que han
encontrado en twitter una peculiar forma de heroismo. Los radicales que
saben qué hacer, cómo hacerlo y cuándo hacerlo. Son los visionarios que
aseguran que Capriles se vendió, que Ramón Guillermo Aveledo no es barquisimetano sino suizo y suegro millonario de Haiman El Troudi,
que Andrés Velázquez es un colaboracionista, que Henry Ramos Allup
duerme con Nicolás y Cilia, que Leopoldo es un traidor, que Vicente Díaz
hace spinning todos las mañanas con Tarek Williams Saab… Venezuela
tiene un exceso de generales en el Gobierno y un exceso de comandantes
virtuales en las redes. Ambos ejércitos nos se oponen:se complementan.
La calle está más caliente que nunca. Cada día hay más protestas, cada día hay más razones para protestar. Mientras el país se desangra, la élite opositora no puede continuar en su bacanal
del “todos contra todos”. Es tiempo de parar, de apagar esa música.
Antes de que se destruya incluso la pista de baile. El gran desnalgue es
una fiesta sin ganador. Todos terminaremos sin nada. Solo quedará en
pie una infinita resaca.
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