NOTAS SOBRE POLÌTICA, VANIDAD Y GENEROSIDAD
NELSON CHITTY LAROCHE
“Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas
las tragedias, de las del teatro y de las de la vida”.
Nietzsche
¿Qué es por fin la política? Asunto
de los hombres que interesa a los dioses, podría alguno decir, pero pesa
demasiado para dejarlo así. De los hombres ciertamente porque les
concierne invariablemente, es de todos ellos y aún a pesar de algún
distanciamiento incide, alcanza, irradia al conjunto todo. La política
es la vida misma del humano en sociedad.
¿Y los dioses? Llegan desde el poder a
la política porque la susodicha abriga sus regodeos, opinan otros.
Ciertamente trasciende esa dinámica a los ignotos espacios que ni la
racionalidad ni la imaginación conocen, aunque intuyen de cierta manera.
El poder es demoníaco, sanciona la doctrina y no obstante es natural
atributo de Dios.
Poder es energía, es intensidad, es
eficacia, es realidad, es capricho a ratos pareciera, porque no se
correspondería, necesariamente, con lógica racional. Es vieja novedad.
Es tentador saber que el entorno cambia a nuestra merced y el poderoso
se fascina en la experiencia que se acompaña, por cierto, por los
alabarderos de turno que deslizan loas, lisonjas y llaman Dios o tratan
como deidad al que lo tiene.
Pero el poder y los hombres,
detentadores y destinatarios, ocupan varios actos en la fiesta del
coliseo social, aunque no todos o no solo en un sentido, sino en varios.
Ya Nietzsche apunta a distinguir al poder como la motivación capital
del ser humano. El ser humano puede mostrar, entretanto, su auténtica
ontología en su asunción y desarrollo del poder.
Los viejos de la familia, me contaba
mi compadre Ramón Guillermo Aveledo, al examinar a unos que parecían
trascender se interrogaban si aquellos habían o no mandado, entiéndase,
tenido poder, para conocerlos realmente o evaluarlos, al menos.
Paralelamente, advertimos el peso de
la soberbia que suele hacerse presente en el teatro de la personalidad
del poder. Comienza con engreimiento, vanidad, arrogancia y deriva en la
asunción del rol que distancia a los mortales, comunes, ordinarios y
los muestra inferiores, vulnerables, frágiles. Un grafiti leído hace
años en las calles de Caracas recoge ese sentimiento en una frase que
suena a confesión: “No soy pedante, soy perfecto”.
La política, dijimos, es un asunto de
los hombres que los encuentra confrontados entre debilidades y
potencialidades, entre necesidades y tenencia, unos encima y otros
abajo, y pone a prueba la calidad de unos y otros en el manejo de los
conflictos que son propios de esa afanosa circunstancialidad que es la
vida, no siempre claros los días ni el horizonte de la convivencia y, a
menudo, por el contrario, atraídos por los instintos de dominación que
son ínsitos al ser vivo o, al menos, frecuentes en el mundo animal que
no excluye a los hombres. El astro convocado para brillar acá es la
racionalidad que permite distinguir, desarrollar la comunicación y optar
por aquel elemento conveniente. Hay otro elemento que debemos
considerar, como veremos.
En efecto, la ética hace al hombre.
Obra el animal en el hombre, pero también el espíritu, el alma, la
virtud, ese maravilloso combinado del que hablaba Pico della Mirandola
en 1492, en su celebérrimo discurso sobre la dignidad de la persona
humana.
Porque el poder del que se dota al
hombre es una complejidad. Es fuerza, señorío, altura, pero igualmente
es responsabilidad para los que tienen ese encargo del maniático destino
que no escoge a los mejores ni a los peores, aunque parezca que sí lo
hace, sino al que le da la gana, dejando siempre abiertas las
posibilidades a los que Loewenstein miraría como demontre.
Putin, Bashar al-Asad, Pa Pong-ju,
Ortega, Maduro, por citar a algunos, facilitan el análisis que desnuda
la más cara y gravosa de las carencias, la de la generosidad. Y me
refiero a esa actitud que entiende que el otro es un merecedor y desde
el poder se cuaja un deber de acordarle al otro o a los otros lo mejor
de lo que se tiene. Ello incluye partir cuando no eres capaz de dar nada
bueno, sino que tu presencia perjudica.
@nchittylaroche
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