JEAN MANINAT
Pachuco, cholos y chundos
Chichinflas y malafachas
Acá los chompiras rifan
Y bailan tibiri tabara
(Chilanga banda, Café Tacuba)
Manuel
López Obrador arrasó, junto con su partido Morena, más allá de lo
previsto por las encuestas y el ánimo popular que reflejaban. Dejó un
reguero de descalabrados políticos entre los partidos del viejo “establishment”, quienes parecen sin luces para plantarle cara al político tabasqueño –en sí mismo un excelso producto del viejo “establishment”- ahora repotenciado como renovador moral de la sociedad mexicana.
El triunfo del pejelagarto
-así lo mientan, no sabemos si por cariño- es también el triunfo de la
antipolítica que fermentó gracias, entre otras cosas, al desguase mutuo
del PRI y del Pan y sus socios menores. Descolocados por sus demonios
internos, los hasta entonces primeros partidos no dieron pie con bola
para defender sus logros históricos; sobre todo el PAN, que puso fin a
setenta años de hegemonía priísta, el partido donde militó y se formó
López Obrador. (Quizás la autodestrucción de los partidos políticos sea
un rasgo inherente a la democracia, un germen incubado desde el
nacimiento. Basta con recordar nuestro triste -y costoso- ejemplo).
En los medios de comunicación, y en las redes sociales, ha soplado un vendaval de reprobación del ancien régime,
una envestida ciega y colérica en contra del pasado, para celebrar el
advenimiento de la refundación de la República en manos de la moral y la
justicia. Artistas célebres por contestatarios, escritores de rancia
alcurnia progresista, comunicadores alternativos, se han lanzado a
descalificar al “status quo putrefacto” que llevó a México a los
infiernos. Ningún pasado fue mejor, parecen decir mientras se entregan
con los brazos abiertos en manos de uno de los políticos más conspicuos
del pasado que anhelan enterrar definitivamente.
Por eso, la celebración del resultado nos provoca un escalofrío de déjà vu,
un hilillo de terror, como cuando vemos por enésima vez al asesino
acercarse a la ducha y tasajear a su despistada víctima tras la cortina
de baño; o a Drácula afincar sus afilados colmillos en el cuello terso
de una expectante damisela. Pero con México morimos un tantito más
porque, a pesar de la kilométrica distancia que nos separa, siempre
hemos estado más cerca del grandioso DF, que de Brasilia o Buenos Aires.
¿O a poco, no?
Los resguardos frente a López
Obrador están más que justificados vista la retórica incendiaria e
insensata con que aderezó sus tres intentos por ser presidente de
México. El tono moderado con el cual ha recibido su triunfo no deja de
ser un alivio. Quizás presagie que, como señalaba recientemente el
antropólogo mexicano, Roger Bartra, en realidad se trate del retorno del
viejo PRI, lo cual sería sin duda un retroceso, pero no una carrera
desaforada hacia el abismo del siglo XXI.
Por
lo pronto, ya varios presidentes han cumplido con el protocolo de
felicitar su victoria, y quienes lo menospreciaron comienzan a encontrar
bondades -ah, la tenacidad- en quien era considerado un cadáver
político. Tendremos que darle tiempo para que el personaje aparezca en
su real dimensión. Y mientras tanto, rogarle a la Guadalupe que México
no termine bailando al son de un desquiciado tibiri taba populista y ramplón.
@jeanmaninat
No hay comentarios:
Publicar un comentario