¡ Basta ¡
Pedro Luis Echeverria
Cuando usted lea
este artículo, Nicolás Maduro habrá utilizado el nombre de Chávez miles de
veces más para promocionar su decadente liderazgo. Así lo hace y lo seguirá
haciendo porque carece de un perfil
propio que lo identifique con el país. Esa es su angustia y su tragedia. Ello,
nos exige a todos los ciudadanos reflexionar seriamente sobre los alcances y
consecuencias del significado que tal situación
tiene para el futuro de la Nación y sobre la perspectiva inmediata de un
gobierno que carece de viabilidad y voluntad política de actuar para evitar la
secuela de circunstancias negativas que asolan a todos los ciudadanos sin
distingos de ninguna naturaleza. No olvidar que la escasez, el desempleo, la
inflación, la inseguridad afecta por igual a los seguidores del gobierno y los
que disentimos de su forma de gobernar. La indiferencia frente al estado de
cosas que vivimos no excluye a nadie de las consecuencias del resultado; el indiferente se verá involucrado aún cuando
no lo quiera y por tal razón no debería nadie aceptar pasivamente que sean
otros los que resuelvan sobre las situaciones futuras en las que
indefectiblemente todos nos veremos envueltos.
Debemos pensar que el país discurre en un
clima de extrema incertidumbre. Los recientes acontecimientos y su imprevisible
desenlace nos obligan a situarnos mentalmente mejor para prepararnos a
enfrentar las eventuales acciones que podrían derivarse de la desesperación y
angustia que actualmente atenazan a las facciones chavistas y a su espurio
liderazgo. Asimismo, una actitud indiferente de nuestra parte, podría cerrar
las posibilidades al necesario proceso de recambio que requiere y reclama el
país. Ya basta de permitir que los menos capacitados conduzcan equivocadamente
la nave del Estado e impidan el acceso
al poder de nuevas generaciones de venezolanos llamados a modernizar las
caducas visiones de los que han gobernado por quince años. Ser indiferente no
resuelve los seculares problemas que nos afectan, por el contrario, garantiza
que el país siempre tendrá lo peor de “más de lo mismo” como lo demuestran
fehacientemente los continuos fracasos del gobierno actual durante el tiempo
que ha gobernado. Hay cosas básicas que debemos
realizar para nuestro beneficio como ciudadanos y para deslastrarnos de
un liderazgo mediocre y decadente y para eso se impone la necesidad de tomar
decisiones. Ese momento ha llegado.
Tengamos presente que de cada uno de nosotros dependerá la suerte de la República y la de nuestro
entorno familiar.
Es evidente que
actualmente el gobierno tiene las bazas a su favor, pero paulatinamente va
entrando en el ocaso de su tiempo histórico que podría ser acelerado siempre
que la participación y la voluntad opositora por un cambio aumenten sensiblemente;
de otro modo, aún cuando los errores sistemáticos del gobierno sigan presentes,
no debemos permitir que solo la inercia de su deterioro sea el catalizador de
su final. Lo que vive el país es un problema de todos, que todos debemos
resolver. Tenemos ante nosotros, en caso que fracasen por insuficiencia de
apoyo político todas las iniciativas tendentes a encontrar una salida a la
situación planteada, la posibilidad de dirimir nuestras diferencias con el
régimen mediante una confrontación fratricida o, en su defecto, que el continuo
deterioro del país, por omisión de parte nuestra, nos desgaste, nos convierta
en una entelequia, un remedo de sociedad, un frustrante recuerdo de lo que
pudimos haber sido y, con ello, se imponga definitivamente la visión
gubernamental que nos quiere así.
La vigencia de las agendas personales, la
irresponsabilidad política, las visiones de ser los porta estandarte de la
cabal interpretación de la historia y la comodidad de los que no se quieren
involucrar, son las actitudes que indefectiblemente nos podrían conducir a esas
situaciones que ninguno de nosotros, en su sano juicio, podría querer que se
dieran en nuestro país.
Fortalezcamos
nuestras potencialidades para auspiciar el cambio de régimen político y el
avance y consolidación de la democracia como la forma menos imperfecta de
gobernar a una sociedad; mediante la incorporación proactiva de nuestras
actitudes y capacidades a la formidable y enaltecedora tarea de cerrarle el
paso definitivamente a la cada vez más
cercana amenaza comunista.
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