domingo, 7 de septiembre de 2014

IGUALAR HACIA ABAJO


          Henry Ramos Allup

Una conocida realidad en los procesos sociopolíticos de todos los tiempos, informa que el ser humano siempre ha preferido la igualdad por encima de cualquier otro valor social, incluyendo la democracia y la libertad. Concientes de esa realidad, las revoluciones históricas han insistido en preservarla llegando en muchos casos a sacrificar el conjunto de los demás valores a cuya vigencia los analistas determinan lo que se denomina buen gobierno. Si tomamos por caso la más famosa de las revoluciones, la francesa que se inició en 1789, identificó el valor igualdad no con el aspecto económico que requería la supresión de la desigualdad en las fortunas, hecho que más bien legitimó, sino a la supresión de los privilegios, de la desigualdad en los derechos y en las oportunidades que se fundamentaba en la cuna o la herencia. La parte sensata de esa revolución no se preocupó de hacer más pobres a los ricos y a los de mediana fortuna sino de abrir cauces constitucionales para  que los pobres fueran más ricos de lo que eran teniendo acceso al desarrollo libre de sus aptitudes y capacidades contando, incluso, con el auxilio del Estado para superar sus rezagos históricos. Esa revolución, pues, trató de nivelar o de igualar hacia arriba y por eso sus conquistas se transmitieron y multiplicaron en la posteridad. Si hubiese tratado de igualar hacia abajo seguramente habría fracasado.
Otra famosa revolución, la rusa de 1917, convertida en soviética y comunista hasta su desplome definitivo en 1998, obró en sentido contrario: igualó a todos al mismo nivel, ciertamente, pero hacia abajo, empobreció a los ricos sin enriquecer a los pobres, estableció un bajísimo techo igualitario impeditivo de que alguien pudiera desarrollar libremente sus aptitudes y capacidades porque eso podría producir nuevas desigualdades, pero al mismo tiempo generó una nueva oligarquía con privilegios basados no en la cuna ni la herencia sino en la militancia política, y por ahí consagró la más brutal y odiosa de las desigualdades. Fracasó porque trató de igualar hacia abajo excepto a los propios.
No hace falta comentar lo que ha hecho la revolución chavista en quince años de gobierno: ha tenido éxito pleno en arruinar todo un país, en nivelar a todos hacia la miseria, excepto a los privilegiados de la claque oficialista. Afanados en convencer con hechos y dichos que el valor Patria es el  más importante de todos e incluso incompatible con los productos básicos de alimentación e higiene que ha sido incapaz de garantizar y producir, trata de meter por ahí un falso dilema que la gente no acepta, porque  por experiencia propia sabe que comer, bañarse, cepillarse los dientes, usar desodorante, tener medicinas, electricidad, agua y un mínimo de seguridad personal no es ni puede ser incompatible con patria alguna ni con la democracia ni con la libertad, y que todos estos valores le dicen  poco o nada a un pueblo hambriento que natural e instintivamente se preocupa primero por sobrevivir y después de todo lo demás. Que el gobierno no tenga riñones  de preguntarle a la gente si prefiere este remedo de patria antes que lo que necesita para sobrevivir a duras penas, porque se llevaría la sorpresa de su vida.

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