ENRIQUE VILORIA VERA
A los que corren en un
laberinto,
su misma velocidad los confunde.
Séneca
No os entreguéis por demasiado tiempo a la cólera; una cólera prolongada
engendra el odio.
No me refiero a la saga de Hollywood que viene
batiendo récords de taquilla, y que sirve para destacar – una vez más – los
efectos especiales de la velocidad y la cólera. Me refiero más bien a un
espécimen criollo que ha surgido - como
arroz en sabana – claro y evidente consecuencia del llamado Proceso: los
rápidos bolivarianos y los furiosos revolucionarios de la
V República.
Rápidos son los bolivarianos
para lo que les interesa; en pocos años han sido capaces de destruir las
instituciones, las empresas, las carreteras, los hospitales, los puentes, los
supermercados, las farmacias, las líneas de taxi y autobuses, las escuelas y
liceos, la justicia y la seguridad
ciudadana, en fin, el país mismo para dar inepta respuesta a una utopía insomne
del Comandante Eterno, quien se creyó ungido por los Hermanos caribeños y
coronado por los aduladores que dicen acompañarlo, aun después de muerto.
Veloces son los bolivarianos
para cobrar las comisiones, la coimas, las propinas, las
gratificaciones exigidas sin escrúpulo para asegurar pingües negocios,
jugosos y leoninos contratos a los aliados del Proceso; y más rápidos son al momento de abrir cuentas
en paraísos fiscales a nombre de testaferros, poco confiables a la hora de enfrentar la
justicia internacional.
Rabiosos son a la hora de confrontar
a sus semejantes dentro de un esquema de pretendido amor al prójimo
transformado en insultos, groserías,
insolencias descomposturas,
agravios y ofensas generadores de odios y exclusiones, para muestra esta
frase cargante e incivil que recogen los medios internacionales como lenguaje
propio de los revolucionarios de la V
República: “No sea pendejo, Dr.
Insulza. Vaya que es bien pendejo el doctor Insulza. Un verdadero pendejo,
desde la P hasta la O. No le tenemos miedo.
Usted está muy equivocado. Vaya con sus insulserías a otro lado”. Un lenguaje así obliga a reyes y mandatarios
que defienden la dignidad inmanente del ser humano, a mandar a callar a quien
sin respeto ni cortesía las profiere a viva voz.
Inmunes e impunes se
creen nuestros rápidos bolivarianos, nuestros furiosos revolucionarios, empero, la sabiduría popular, refranera y
dicharachera - siempre sabia por lo
demás - recuerda que: A cada cerdo le
llega su San Martín.
En todo caso nuestros
rápidos y furiosos de la
V República
aplicarán sin disimulos - cuando
ocurra lo inevitable - la máxima acuñada
en la primera entrega de la serie de la
Meca del Cine:
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