FRANCISCO MARTIN MORENO
EL PAIS
El nazismo descansa en tres columnas fundacionales: la figura del
líder, la ideología y el uso de las masas. El populismo americano,
Donald Trump incluido, también se sustenta en la figura de un líder, en
la ideología y en el uso, sí, en el uso de las masas… No pretendo, ¡qué
va!, comparar a los líderes demagógicos modernos con Hitler, uno de los
grandes criminales conocidos en la historia de la humanidad, sin dejar
en el tintero, claro está, figuras inolvidables como Stalin y Mao, y su
Revolución Cultural, sino buscar un común denominador del populismo de
nuestros días.
El
pueblo alemán deseaba la presencia de un líder poderoso a raíz de la
derrota germana en la Primera Guerra Mundial y de la catástrofe
económica que padecieron a continuación. Hitler fue admirado y
respaldado fanáticamente por el pueblo, sin que éste se detuviera a
razonar las consecuencias de sus políticas. ¿Los venezolanos sí se
dieron cuenta de la terrible trascendencia económica y social de las
decisiones ejecutadas en términos suicidas por Hugo Chávez?
El populismo tiene cabida en la izquierda y en la extrema derecha de
los rednecks republicanos. Dicha estrategia política requiere de la
creación de un enemigo común a vencer, concebido fundamentalmente para
distraer a las masas y abrirles el apetito de justicia o animarlos a la
supuesta defensa de la patria… Trump llamó asesinos, violadores y
secuestradores a los mexicanos y, por si fuera poco, decidió construir
un muro entre ambos países, para crear también su propio enemigo común
de cara a su electorado. En Venezuela, los feroces enemigos a vencer
eran el “imperialismo yanqui” y los empresarios, “hambreadores del
pueblo…”. En México, Andrés Manuel López Obrador inventó con gran éxito
su propio adversario, llamado la “mafia del poder”, al cual, dicho sea
de paso, ya le ofreció una inesperada y cínica amnistía, al igual que a
los narcotraficantes les concedió un perdón anticipado. Sin embargo, en
sus discursos populacheros de campaña electoral, sigue agitando la
bandera de la mafia para atrapar a incautos o ignorantes fácilmente
manipulables al ser víctimas de la pasión, de la sinrazón y del
resentimiento derivado del hecho de haber vivido por centurias en la
marginación.
El buen populista requiere de un eslogan de fácil entendimiento y
excelente motivación para las masas: “Estamos mal, pero vamos bien” o
“síganme, no los voy a defraudar”, ambos de la creación del argentino
Carlos Menem. “Los locos somos más”, de Ricardo Martinelli, de Panamá.
“Por amor”, de Chávez, refiriéndose a que todo hecho había sido por
amor, un eslogan parecido al de López Obrador cuando vende la idea de
una “República amorosa” o al “amor y paz…” reciclado de Evo Morales,
quien también usó “Evo cumple” o “nosotros contra ellos”.
“¡Enciérrenla!”, adujo Trump refiriéndose al encarcelamiento de Hillary
Clinton. Gran eslogan, ¿no?
El político verborreico no solo se lucra con los vacíos y necesidades
insatisfechas de las muchedumbres, sino que subraya las pésimas
condiciones en que se encuentra el país, aumenta hasta el escándalo los
problemas nacionales, denuncia que todo lo hecho antes de su arribo al
poder estaba podrido: él es el gran “salvador” que ejecutará los cambios
imprescindibles para conquistar el amor, el bienestar y la paz. Quien
se oponga a la “felicidad” populista no recibirá a cambio un sesudo
razonamiento para sacarlo del error, sino un sonoro insulto que
aplaudirán rabiosamente las masas. Será etiquetado como “apátrida”,
“enemigo del progreso” o “corrupto manipulado como marioneta por manos
negras”. En la extinta URSS encerraban en manicomios a los opositores,
imposible olvidarlo…
Como todo lo anterior hecho por otros Gobiernos está mal, López
Obrador se opone a la reforma energética, a la reforma educativa en un
país de reprobados; a los empresarios, al papel del Ejército y de la
Marina, al uso de la fuerza pública en contra de los criminales, a la
construcción del aeropuerto internacional en la Ciudad de México, aun
cuando de golpe acepta que se continúe con la obra siempre y cuando se
concesione a particulares, cuando dice ser enemigo de las
privatizaciones.
En todo populista hay un embustero profesional… El Tratado
de Libre Comercio de América del Norte, según Trump, “es el peor acuerdo
suscrito por Estados Unidos en toda su historia…”. ¡Caray!
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