LAUREANO MARQUEZ
De los tantos refranes que se usan en el juego de dominó, hay uno que
dice: “el que le pega a su familia se arruina”, pero cuando uno ya está
en la ruina y la familia también, queda al menos eso que llamamos “el
derecho a pataleo”, que es el clásico reclamo entre jugadores del mismo
equipo, que se echan en cara el uno al otro la improcedencia de las
jugadas, atribuyéndose mutuamente la responsabilidad por la pérdida de
la mano. No sé por qué tengo la impresión de que esta mano está perdida
para “nosotros”, entre otras cosas, porque “ellos” tienen las piezas
marcadas y hay mirones que no “son de palo”.
La oposición venezolana se divide en dos dos grandes toletes (tolete
en el sentido criollo de trozo, no en el canario de “torpe para
comprender”), a saber: los que piden participación en las próximas
elecciones y los que consideran que no se debe votar en las actuales
condiciones.
El primer tolete asegura que estas elecciones están ganadísimas, si
concurre a votar la oposición, que es mayoritaria (lo cual es cierto),
es decir, que se puede derrotar al hombre de los diez partidos acudiendo
a las urnas, porque con una mayoría aplastante no se puede desconocer
la victoria opositora. La ventaja de esta posición es que cuando se
produzca la previsible derrota, podrá argumentar que ésta se debió,
fundamentalmente, a la inaccion del otro sector opositor por traición o
por apatía, que viene siendo
lo mismo para los efectos.
lo mismo para los efectos.
El otro tolete piensa que los traidores son los primeros (al punto de
que algunos aseguran que son financiados por el propio gobierno), que
lo sensato, racional y patriótico es no acudir a una elección que
legitima lo que es ilegítimo. Y que dictadura no sale
con votos.
con votos.
Para el gobierno, que de tolete no tiene un pelo (ahora sí en el
sentido canario), el mejor de todos los escenarios es el que tenemos: el
de una oposición dividida. “Divide et impera” era el lema de los
romanos. ¿Una dictadura puede ser derrotada con votos?
Puede ser, si los que van a perder están claros en ello y tienen
acciones planificadas para el día después. En el caso de Chile, una
dictadura fue derrotada por votos. Se cuenta que Pinochet -uno de los
dictadores más crueles de nuestro continente- no quería reconocer los
resultados, pero que sus camaradas militares le dijeron: “no, Augusto,
tendríamos que matar a demasiada gente”, es decir que al final no
estaban dispuestos a seguir asesinando ciudadanos. Tómese nota de este
detalle, compárese y sáquense las conclusiones respectivas.
Hay quien asegura -denigrando de Falcón- que este está vendido, al
punto de pactar una victoria suya a cambio de impunidad que permita al
régimen abandonar el poder sin persecución. A riesgo de que me caigan
encima todos los toletes, creo que ese sería el mejor escenario para
todos, pero me parece poco probable, porque se daría el caso de que,
contando con una gran abstención opositora, como se espera, el gobierno
tenga que hacer trampa para que gane la oposición, lo que sería algo así
como el rizo del rizo.
El panorama electoral es pues un campo minado: las elecciones han
sido convocadas por una asamblea constituyente ilegítima, con lo cual
acudir implica su reconocimiento. Como es sabido, el constituyente lo
puede todo, incluso desconocer una elección. Entre la elección y la toma
de posesión del nuevo gobierno hay nueve largos meses que podrían ser
largos años.
Al profesor Tomás Straka le escuché decir esta ingeniosa y profunda
frase: “estudiamos la historia para librarnos de la historia”. A
nuestros dirigentes les vendría bien aprender a jugar dominó. Los
fundadores de la experiencia democrática más duradera de nuestra
historia lo jugaban y muy bien. Supieron formar equipo, a pesar de las
diferencias, para hacerle “zapato” a la dictadura.
De momento el juego está trancado, sin embargo a diferencia del
dominó, un país nunca está del todo perdido, aun cuando se pueda también
caer infinitamente. Cuando se llega a situaciones como esta que
vivimos, estamos en manos del más puro azar. El 21 de mayo se revuelven
nuevamente las piezas y comienza otra mano. ¡Suerte nos de Dios!
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