Carlos Rasquin M.
Pregunta inevitable
que se hace el país.
Henry Falcón está ocupando el lugar del candidato de la
oposición democrática para derrotar y desalojar a Maduro… sin serlo. Henry
Falcón es el candidato de Henry Falcón. No es el resultado de un acuerdo de la
oposición, como se eligió en clarísimas primarias a Henrique Capriles. Henry
Falcón no es el elegido.
No creo que Falcón sea una ficha cómplice y obediente del
régimen, como simplistamente algunos diagnostican. Se ubica como opositor,
desde hace tiempo, pero eso no lo certifica para representar y resumir a la
oposición. No ha ocurrido ningún acto que avale esa condición.
Henry Falcón es un síntoma de una patología nacional, tanto
del régimen, como de la oposición. Una patética señal de la crisis extrema que
padecemos. Una evidencia de desesperación, de parte y parte.
Por un lado, es la urgencia del régimen de poder sostener su
desgastada fachada democrática y desgobierno, para poder concurrir a un evento
electoral, sin mayor riesgo. Su pretendida mayoría se derrumbó el 6-D y el
descontento se ha profundizado.
De la otra parte, el autoengaño de la oposición de aferrarse
al espejismo de una elección para ejercer lo que necesita creer y sostener: el
libre ejercicio de la voluntad popular, que las encuestas confirman como
radical deseo de cambio.
Henry Falcón sirve para las dos fantasías.
Debemos hacer una pausa y reflexionar que le pasa al país.
Pienso que Venezuela está, con sobradas razones, sufriendo un síndrome post traumático. El año 2017
ha sido uno de los más trágicos de nuestra historia, en pérdida de condiciones
básicas de vida, perdidas institucionales, daños y pérdida de numerosas vidas humanas.
Carencias de alimentos, medicamentos y servicios, agravados
por una inflación creciente y asfixiante. El ataque continuo a la Asamblea
Nacional electa. La destrucción del Tribunal Supremo de Justicia. La represión
asesina a la gente protestando en las calles, durante cuatro meses, con un
saldo atroz de detenidos, heridos y 140 muertos. El total desconocimiento a esa
formidable Consulta Popular, hazaña ciudadana el 16-J, con siete millones y
medio de voces reclamando democracia. La imposición de una Asamblea
Constituyente, en un día de represión y mentiras.
La ciudadanía en general, la oposición democrática, está bajo
los graves y comprensibles efectos de la demoledora campaña antidemocrática e
inhumana que el régimen desató y sostuvo durante todo el año 2017. No ha sido
una victoria política del gobierno, ha sido una derrota militar a la oposición
civil y desarmada.
Toca reconocer el dolor, las heridas, el miedo, la
dispersión, el retroceso. Debemos mirar
la frustración, la desesperanza y la muy humana desmoralización que deja ese
sostenido plan de aniquilar a toda oposición que aparezca en el horizonte, con ese guion dictatorial cubano que habita
en las entrañas de esta peste. Comprensible debilitamiento y desorganización de
equipos y ánimos que debemos encarar.
Antes ha ocurrido…. Y la oposición ha logrado sobreponerse.
No se ha vendido, ni se ha rendido, ni ha abandonado sus aspiraciones de
libertad e institucionalidad.
Henry Falcón se parece a una provocativa oportunidad….para
él, no para el país. Es una insólita ingenuidad pensar que ese precario espacio
que ha dejado el régimen, va a ser una feliz oportunidad para la oposición. Las
verdaderas oportunidades las ha eliminado flagrante y ostensiblemente: los
candidatos fuertes, los partidos mayoritarios, la tarjeta de la Unidad, etc.
No pueden ser elecciones porque si, sin reparar en las
condiciones de las mismas. Es verdad que hemos ido a elecciones en condiciones
adversas (con sus consecuencias). Pero hoy día el resultado está más que
cantado. Son elecciones dictatoriales, como las de Pérez Jiménez, como las de
Fidel Castro, como las de Sadam Hussein.
La oposición necesita visualizar que, sin renunciar al
principio de las elecciones (a eso tenemos que llegar), debe tener la
creatividad, la fortaleza, la valentía y la contundencia para ejercer
posiciones y actos de confrontación, que no son golpes de estado, que están en
el derecho y deber de la desobediencia civil. No es fácil para nadie,
principalmente para las personas que deben ejercer liderazgo, pero tampoco para
los ciudadanos comunes. Es urgente
retomar la clave de una honesta y robusta
alianza política, como en el año 2015. Es válido temblar por dentro a la
hora de decidir: vamos a enfrentarnos otra vez, vamos a protestar, vamos a
resistir radicalmente, vamos a la calle. Tenemos el apoyo de una pléyade de
países democráticos del mundo. Cuatro millones de compatriotas regados por el
mundo nos observan y alientan. Nos toca principalmente a nosotros, los que
habitamos y padecemos aquí. A todos nos
corresponde ejercer y exigir un plan de lucha. La democracia no es gratis.
Debemos sobreponernos a las heridas, temores y confiar en las
razones, organizaciones y acuerdos que nos llevaron al 6-D y al 16-J y a cuatro
meses en las calles. Debemos tener presente que todo el país sufre y padece
este desastre y quiere un verdadero cambio y no quiere ser cómplice de otra
jugarreta de la banda de delincuentes que desangra al país. Tenemos ejemplos
referenciales: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”, dice el himno y hoy día, la
mayoría de las ciudades de nuestro mapa. Las jornadas de enero de 1958, contra
una tiranía que parecía inexpugnable.
El problema principal de ir a votar el 20 M, no es legitimar
o no a Maduro, sino definir sí esa es la única y eficaz respuesta al
régimen. Concurrir, no expresa ni
representa lo que siente y desea el país. Falcón salva al gobierno de esa
escena de manos vacías con la que quedó, luego de las arduas negociaciones en
República Dominicana, donde el gobierno rechazo todas las condiciones básicas
que exigía la sociedad civil.
La oposición tiene talla, razones y condiciones para
concurrir a este crítico momento, protagonizando algo más digno y contundente
que el mínimo y estrecho guión que trata de imponer el régimen. ¡¡¡¡¡Seguimos!!!!!
Carlos Rasquin.
Mayo 2018.
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