Francisco Suniaga
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Otro resultado positivo de la jornada de protestas iniciadas en febrero ha sido la aparición del diálogo político como punto de la agenda política nacional. El gobierno, acorralado como se ha visto por la marejada de manifestaciones callejeras, optó a regañadientes por convocar a un diálogo (chucuto, sin representación política de la oposición y con un tono de reality show que le restó seriedad, pero diálogo al fin y al cabo).
Aun con sus deficiencias, la denominada conferencia por la paz, permitió que en vivo y en directo, en cadena nacional de radio y televisión, Jorge Roig y Lorenzo Mendoza le plantearan a Maduro unas verdades compartidas por millones de venezolanos. En el escaso tiempo que les concedieron, el programa político económico iniciado por el comandante-eterno quedó develado como lo que es: un proyecto de pésima calidad, que ha arruinado a Venezuela y debe ser sustituido. Ver para creer.
Aun con sus deficiencias, la denominada conferencia por la paz, permitió que en vivo y en directo, en cadena nacional de radio y televisión, Jorge Roig y Lorenzo Mendoza le plantearan a Maduro unas verdades compartidas por millones de venezolanos. En el escaso tiempo que les concedieron, el programa político económico iniciado por el comandante-eterno quedó develado como lo que es: un proyecto de pésima calidad, que ha arruinado a Venezuela y debe ser sustituido. Ver para creer.
Algo ha quedado claro con todo esto, el diálogo político nacional es una necesidad sine qua non para que Venezuela, detenida en la historia desde 1999, pueda continuar adelante. Para que ese diálogo sea viable, resulta obvio, hay que construir un marco conceptual y político que lo haga creíble y permita su desarrollo y buen fin. Algo realmente difícil en las actuales circunstancias del país. La política venezolana, como se sabe, está en un punto muerto. En una guerra de trincheras donde los dos bandos ni crecen ni tienen capacidad para persuadir al otro, menos aun, imponerle su visión política. ¿Cómo destrancar entonces el juego y abrir nuevas avenidas institucionales para que la vida política pueda discurrir y el país se ponga de nuevo en movimiento?
Desde el año anterior, Voluntad Popular y su líder, Leopoldo López, propusieron una Asamblea Nacional Constituyente como la salida a este encierro. Con ese nombre, la salida, realizaron foros, reuniones y asambleas por todo el país y, salvo en los límites del propio partido, ganó muy pocos adeptos. (Asistí con un grupo de intelectuales a una presentación y el rechazo a la viabilidad de la propuesta fue unánime).
Una constituyente, fue el consenso de las opiniones, es definitivamente una solución extraordinariamente compleja y difícil de llevar a la práctica.
Una constituyente, fue el consenso de las opiniones, es definitivamente una solución extraordinariamente compleja y difícil de llevar a la práctica.
Está además atrapada en una contradicción tremenda: es casi imposible hacerla sin contar con el poder, y si se cuenta con él, es casi imposible que no se manipule para favorecer a quien lo detenta. Por si eso fuese poco, los resultados electorales del 8-D añadieron otra lápida a la constituyente como salida: el chavismo ganaría las elecciones de la asamblea constituyente y quedaríamos en peor condición que la actual.
El nuevo cuadro político nacional generado por las protestas, la situación económica difícil y lo irreductible de las posiciones de los dos bandos lograron que el gobierno dejara de percibirse a sí mismo como omnipotente y convocara a un diálogo. Bien podría ocurrir que, agravadas esas circunstancias, esa convocatoria chucuta se perfeccione y los legítimos representantes políticos de la oposición se incorporen a las conversaciones, con otro formato y otras condiciones. Siendo ese el caso, la propuesta de una constituyente cobra nueva vida y la negociación en torno a la forma y condiciones de su convocatoria podría ser perfectamente el contenido de ese diálogo.
A estas alturas algo está muy claro: no basta contar con el poder para imponerle al otro bando un proyecto político, eso ha quedado demostrado a lo largo de estos quince años. Con la actual distribución del poder, Venezuela está y continuará paralizada, ambos bandos lo saben. Por tanto, no tiene sentido realizar una constituyente si no se asume como una búsqueda de un rediseño institucional que garantice los espacios de todos los sectores. Una constituyente pactada reconociendo esa condicionante garantizaría algo que de otra manera no podría ser: que ninguno de los bandos pretenda utilizarla para liquidar al otro. La historia ha demostrado que las constituciones se pactan no solo para asentar lo que une a los pueblos, también se han hecho para construir los puentes que permitan salvar sus grandes diferencias.
Un país donde la normalidad ha dejado de existir, donde las posiciones de las partes son inamovibles y el deterioro de todas las condiciones materiales de vida no hace sino acentuarse necesita una gran solución. La constituyente bien podría serlo, es cuestión de debatir sus posibilidades sin prejuicios, miedos ni ojerizas.
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