miércoles, 25 de marzo de 2015

DAR DE COMER AL HAMBRIENTO.....



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BEATRIZ DE MAJO

Los préstamos chinos a los países latinoamericanos durante el último lustro han sido más cuantiosos que la sumatoria de empréstitos contratados por la región al Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco de Importaciones y Exportaciones de Estados Unidos. Es un simplismo pensar que la disponibilidad de cuantiosas reservas en el lado asiático es lo que mueve al gigante a colocar sus capitales en todo aquel que anda en busca de financiamiento.
Latinoamérica como destino de fondos chinos aparece como una prioridad estratégica que está dando como resultado una mutua condición de favorable dependencia. Esta convierte a los recipiendarios de los créditos en proveedores seguros de materias primas y de recursos alimentarios al tiempo que los recursos se utilizan para el desarrollo de las actividades económicas a las que van dirigidas y otras conexas. Es decir, China cobra y se da el vuelto en este género de ecuación, pero los destinatarios hacen otro tanto.  
Esto es cierto en el sector energético, pero adquiere una importancia más inmediata en el caso de los países de orientación agrícola del subcontinente. La razón que lo motiva tiene que ver con la imperiosa necesidad de Pekín de generar alimentos para una población gigantesca –un quinto de la población mundial– que, en la medida en que el país se desarrolla aceleradamente, occidentaliza su propensión al consumo, particularmente de carne y pollo además de otros rubros alimenticios.

No es de extrañar, entonces, que Brasil y Argentina sean los consentidos del financiamiento chino. Para estos dos países las exportaciones agrícolas hacia el socio en Asia son vitales, habiendo superado ya largamente los 30.000 millones de dólares en un año.
Razón hay, pues, para que China, acuciada por el incremento de la demanda interna de proteínas de origen animal, como de soya y maíz para la alimentación de sus propios animales, se esté seriamente involucrando en facilitar la productividad del campo dentro de las fronteras de Latinoamérica. Tampoco es raro que los préstamos y el nuevo capital de riesgo fluyan hacia actividades de infraestructura, logística, mejoramiento de riego y transporte terrestre y fluvial que soportan las exportaciones agroalimentarias en estos y en otros países del vecindario. 
Si a lo anterior agregamos las dificultades domésticas chinas que derivan de su falta de agua –solo disponen de una séptima parte de los recueros de agua del planeta– y de la escasez de tierras cultivables –China apenas cuenta con 8% de la superficie mundial– tendremos que en la capital china tienen válidos motivos para mirar con simpatía a sus asociados de la otra orilla del Pacífico e invertir en su mejoramiento productivo.
Todo lo anterior se da de la mano con la necesidad de los países agrícolas de la zona de fortalecer sus exportaciones agrícolas. Brasil tiene en China un fenomenal y hambriento cliente que solo puede atender en la medida en que su productividad crezca sensiblemente, por lo que ya la ayuda china, también en lo tecnológico, está siendo bien recibida. Así pues, lo que es válido hoy para Argentina y para el Brasil, lo será mañana para México, Colombia, Perú y Chile, países que ya están en la lista para una generosa ayuda financiera del Dragón.
¿Esta es una forma de cooperación interesada? Sin duda, pero ello no la invalida. Esta viene al encuentro de la necesidad de diversificación de estas economías emergentes para lo cual es necesario consolidar sectores agroalimentarios potentes.     

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