Los préstamos chinos a los países
latinoamericanos durante el último lustro han sido más cuantiosos que la
sumatoria de empréstitos contratados por la región al Banco Mundial, el
Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco de Importaciones y
Exportaciones de Estados Unidos. Es un simplismo pensar que la
disponibilidad de cuantiosas reservas en el lado asiático es lo que
mueve al gigante a colocar sus capitales en todo aquel que anda en busca
de financiamiento.
Latinoamérica como
destino de fondos chinos aparece como una prioridad estratégica que está
dando como resultado una mutua condición de favorable dependencia. Esta
convierte a los recipiendarios de los créditos en proveedores seguros
de materias primas y de recursos alimentarios al tiempo que los recursos
se utilizan para el desarrollo de las actividades económicas a las que
van dirigidas y otras conexas. Es decir, China cobra y se da el vuelto
en este género de ecuación, pero los destinatarios hacen otro tanto.
Esto
es cierto en el sector energético, pero adquiere una importancia más
inmediata en el caso de los países de orientación agrícola del
subcontinente. La razón que lo motiva tiene que ver con la imperiosa
necesidad de Pekín de generar alimentos para una población gigantesca
–un quinto de la población mundial– que, en la medida en que el país se
desarrolla aceleradamente, occidentaliza su propensión al consumo,
particularmente de carne y pollo además de otros rubros alimenticios.
No
es de extrañar, entonces, que Brasil y Argentina sean los consentidos
del financiamiento chino. Para estos dos países las exportaciones
agrícolas hacia el socio en Asia son vitales, habiendo superado ya
largamente los 30.000 millones de dólares en un año.
Razón
hay, pues, para que China, acuciada por el incremento de la demanda
interna de proteínas de origen animal, como de soya y maíz para la
alimentación de sus propios animales, se esté seriamente involucrando en
facilitar la productividad del campo dentro de las fronteras de
Latinoamérica. Tampoco es raro que los préstamos y el nuevo capital de
riesgo fluyan hacia actividades de infraestructura, logística,
mejoramiento de riego y transporte terrestre y fluvial que soportan las
exportaciones agroalimentarias en estos y en otros países del
vecindario.
Si a lo anterior
agregamos las dificultades domésticas chinas que derivan de su falta de
agua –solo disponen de una séptima parte de los recueros de agua del
planeta– y de la escasez de tierras cultivables –China apenas cuenta con
8% de la superficie mundial– tendremos que en la capital china tienen
válidos motivos para mirar con simpatía a sus asociados de la otra
orilla del Pacífico e invertir en su mejoramiento productivo.
Todo
lo anterior se da de la mano con la necesidad de los países agrícolas
de la zona de fortalecer sus exportaciones agrícolas. Brasil tiene en
China un fenomenal y hambriento cliente que solo puede atender en la
medida en que su productividad crezca sensiblemente, por lo que ya la
ayuda china, también en lo tecnológico, está siendo bien recibida. Así
pues, lo que es válido hoy para Argentina y para el Brasil, lo será
mañana para México, Colombia, Perú y Chile, países que ya están en la
lista para una generosa ayuda financiera del Dragón.
¿Esta
es una forma de cooperación interesada? Sin duda, pero ello no la
invalida. Esta viene al encuentro de la necesidad de diversificación de
estas economías emergentes para lo cual es necesario consolidar sectores
agroalimentarios potentes.
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