JAVIER CERCAS
Muchos acogimos la irrupción de Podemos sin reticencia o con
esperanza: parecía la cristalización política del 15-M, en muchos
sentidos lo más saludable que ha ocurrido en España durante los últimos
años. Ante el 15-M se abrían dos opciones para los partidos políticos:
una, escuchar las protestas, tratar de entenderlas y abrirse a las
nuevas inquietudes y a sus portadores; la otra, considerarlas una
amenaza, no escucharlas o fingir que las escuchaban sin escucharlas y
cerrarse a ellas. Previsiblemente, los partidos optaron por la segunda
opción; previsiblemente porque en España los partidos se han convertido
en clubes exclusivos, casi carentes de democracia interna, y también en
agencias de colocación, donde todos parecen velar por sus propios
intereses y nadie por los de todos. El resultado fue Podemos, que supo
capitalizar las ansias de cambio del 15-M. Pero ¿es también el
instrumento del cambio?
La intuición central del 15-M fue que el primer
problema de este país era político antes que económico: “¡Democracia
real ya!” significaba que nuestra democracia era pobre e insuficiente y
que amenazaba con convertirse en una partitocracia, un sistema donde los
partidos habían colonizado la sociedad y se habían convertido en focos
permanentes de corrupción. Es una intuición exactísima, porque de este
problema derivan casi todos los demás. ¿Qué propone Podemos para
resolverlo? No lo sé: nunca les he oído hablar de cambiar la ley
electoral –para que los votos de todos los ciudadanos valgan lo mismo–,
ni la ley de partidos –para que estos sean cauces de los desasosiegos y
necesidades de los ciudadanos y no madres de todas las corrupciones–, ni
nada que permita atacar a fondo el principal problema del país, el
origen de los demás. Más aún. Tenemos una idea bastante clara de lo que
piensan IU o el PSOE, pero apenas sabemos lo que piensa Podemos, y lo
poco que sabemos es temible, contradictorio o muy inquietante. Es
temible que en sólo unos meses, en cuanto avistaron el poder, hayan
pasado al parecer de la izquierda radical a la socialdemocracia; más aún
que, cada vez que alguien les pregunta por algo concreto –sea la
independencia de Cataluña o la Semana Santa sevillana–, la respuesta sea
la misma: “Nosotros, lo que diga la gente”. ¿Carecen de ideas propias?
¿O es que les da igual lo que hagan al llegar al poder porque lo único
que les importa es llegar al poder?
Es contradictorio estar contra los llamados recortes y al mismo tiempo estar contra el “régimen del 78” que creó el Estado de bienestar
Es contradictorio –pura verborrea de trilero– estar
contra los llamados recortes (es decir, contra la destrucción del Estado
de bienestar) y al mismo tiempo estar contra el llamado “régimen del
78”, que es el que en España creó el Estado de bienestar (es decir, lo
que recortan los llamados recortes). Es muy inquietante que el único
cambio claro que proponen consista en sustituir a una casta política
corrompida por gente decente; porque, aun suponiendo que todos los de
Podemos fueran decentes, eso sólo sería un cambio cosmético: el cambio
real consistiría en hacer las reformas necesarias para evitar que la
gente decente se corrompa; no basta con cambiar de gente: hay que
cambiar de leyes. Por lo demás, escuchar debates o leer entrevistas con
representantes de Podemos y de otras formaciones alternativas deja la
deprimente impresión de que, aparte de su indumentaria, nada los
distingue –desde su mentalidad hasta sus trampas conceptuales– de los
representantes de los demás partidos. O que, si algo los distingue, es
más deprimente aún. Durante una entrevista en televisión, Pablo Iglesias
trató de ridiculizar a un periodista llamándole Pantuflo, que es como
en el colegio debían de llamar al periodista los matones de su clase:
¿Así piensa tratar Iglesias a la prensa desafecta si llega a presidente
del Gobierno? ¿Es esa su idea del debate político? Podemos proclama
también que izquierda y derecha ya no existen, lo que recuerda a Simone
de Beauvoir, quien decía que el que dice que no es ni de derechas ni de
izquierdas es de derechas; yo añadiría que es como quien dice que no
existen el Norte y el Sur: o está desorientado o intenta desorientar.
Hay gente que tiene miedo de que Podemos lo cambie
todo; yo tengo miedo de que no cambie lo que hay que cambiar, de que el
suyo sea sólo un cambio lampedusiano, uno de esos cambios en los que se
cambia algo para que no cambie nada.
elpaissemanal@elpais.es
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