domingo, 22 de marzo de 2015

INUSUAL Y EXTRAORDINARIA

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ELSA CARDOZO

A la situación de Venezuela, sin duda, le calza muy bien lo de inusual y extraordinaria.
Los dos adjetivos llegaron asociados a la consideración de Venezuela como amenaza a la seguridad de Estados Unidos. Ahora, a poco más de una semana de la orden ejecutiva con la que el presidente Obama activó las sanciones por corrupción y violación de derechos humanos contra siete funcionarios del gobierno venezolano, la conjunción del aliento a la confrontación militar y la difusión de datos alarmantes ha contribuido desde uno y otro extremo del espectro político a colocar esa orden y nuestra situación en su justa dimensión.
Por aquí no cesa el discurso oficialista lleno de deliberadas incongruencias, con llamados a la guerra y a la paz, identificación de enemigos internos y clamor por la unión, descalificaciones del presunto invasor mientras se invoca la voluntad de dialogar.
En el vecindario, la mayoría de los gobiernos cree poder aprovechar las circunstancias para sus particulares reacomodos nacionales y hemisféricos comenzando, naturalmente, por el de Cuba. Así fue como la Unasur, en el menos difundido de sus dos comunicados del domingo pasado, no pudo evadir el tema de nuestra crisis política con un llamado al “más amplio diálogo político con todas las fuerzas democráticas venezolanas, con el pleno respeto al orden institucional, los derechos humanos y el Estado de Derecho”. La Alianza Bolivariana, convocada a una cumbre extraordinaria en Caracas, difundió una declaración que “exige el cese inmediato de hostigamiento y agresión” de Estados Unidos pero, al ritmo del son cubano, sus socios presentaron la “solicitud soberana y sincera al gobierno de Estados Unidos para acoger y establecer un diálogo con el gobierno de la República Bolivariana de Venezuela como alternativa al conflicto y a la confrontación”, para lo que en plan conciliador se propusieron como facilitadores junto a otros acuerdos regionales.
Venezuela fue objeto de atención mucho más seria en las audiencias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, aunque una vez más el agente del Estado descalificó el amplio espectro de denuncias rigurosamente documentadas en materia de protesta social y derechos humanos, libertad de expresión, derechos humanos de la comunidad sexodiversa, derechos económicos, sociales y culturales, presentadas por respetables organizaciones no gubernamentales. Está allí, en ese conjunto de denuncias y en la reiterada negación a recibir comisiones de la CIDH –o de la Cruz Roja, como sugirieron los cancilleres de la Unasur– la esencia de lo inusual y extraordinario de la crisis venezolana. Es así en un vecindario en el que no es frecuente ni común que se acumulen tantas violaciones de todos los derechos humanos, que se multipliquen tan grandes escándalos de corrupción mientras reina tan groseramente la impunidad, que se destituya a congresistas y se aprese a funcionarios de elección popular sin el debido proceso, que se sofoque a los medios de comunicación independientes y se designen miembros de los poderes públicos incumpliendo las previsiones constitucionales. Todo eso y más.
Mientras el gobierno se atrinchera con su Ley Habilitante Antiimperialista entre gritos de guerra y la descalificación de denuncias y críticas, lo de inusual y extraordinario no debe olvidarse, ni entre los venezolanos ni entre los amigos del vecindario francamente preocupados por una solución pacífica e institucional de nuestra crisis. 

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