FRANCISCO MONALDI
En los
últimos cincuenta años, Latinoamérica es una de las regiones del mundo donde
más países han sufrido el fenómeno de la hiperinflación, entendido como
inflación mensual por encima de 50%, o lo que es lo mismo más de 13.000% anual.
Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Nicaragua y Perú, entran en esta categoría.
Exceptuando al Chile de Allende, los demás episodios ocurrieron a fines de los
años 80 o principios de los 90, luego de la crisis de la deuda externa, en que
los países no fueron capaces de ajustarse fiscalmente a la nueva realidad de
bajos precios de los commodities y acceso limitado al crédito. Cualquier
parecido con la realidad actual no es mera coincidencia. Los gobiernos de aquel
entonces, decidieron evadir la dura necesidad de apretarse el cinturón y
prefirieron financiar el gasto público imprimiendo dinero. Los ciudadanos
eventualmente perdieron la confianza en el dinero, se dieron cuenta de que les
pagaban con “billetes de monopolio” y dejaron de demandar la moneda local. El
dinero les “quemaba” las manos, por lo que apenas recibían un pago lo transformaban
en bienes durables (como electrodomésticos o detergente) o en divisas
(dólares). El trueque se transformó en el modo de intercambio para cubrir las
necesidades básicas.
La
hiperinflación es una de las experiencias más traumáticas que puede vivir una
sociedad. En Zimbabue en 2008 los precios se duplicaban cada 24 horas, en Perú
en 1990 cada trece días, en Argentina en 1989 cada veinte días. En esas
condiciones el grueso de la población dedicaba la mayor parte de su día a
sobrevivir, no había tiempo para nada más. Solo una pequeña minoría, que tenía
suficientes ahorros en el exterior, podía darse el lujo de pensar en otra cosa.
La extrema incertidumbre destruye las bases de la economía y de la convivencia
social. Los países quedan marcados por estas experiencias, en Alemania aún hoy
perviven los recuerdos de la hiperinflación de Weimar en los años veinte del
siglo pasado, que preparó el terreno para el surgimiento del nazismo. Fuera de
América Latina, la mayoría de las olas hiperinflacionarias ocurrieron como
resultado de situaciones de colapso económico después de la I y II guerras
mundiales o luego de la disolución de la URSS.
Venezuela
todavía no ha llegado al punto de la explosión hiperinflacionaria, pero el
gobierno parece estar trabajando duro para llevarnos hacia allá. Es importante
aclarar que es muy raro que un país exportador de petróleo llegue a situaciones
de este tipo. De hecho en América Latina ninguno ha sufrido el fenómeno. En la
historia, solo las exrepúblicas soviéticas exportadoras de petróleo, como
Kazajistán y Azerbaiyán, lo experimentaron brevemente como producto del colapso
del comunismo soviético. La razón por la que los petro-exportadores rara vez
han sufrido hiperinflaciones, parece deberse a que los gobiernos tienen la opción
de financiarse devaluando. Una devaluación del cambio oficial transfiere
recursos del sector privado al Estado, que es el que tiene los petrodólares, y
aunque ajustes significativos del tipo de cambio impulsen brotes
inflacionarios, evitan el masivo uso del financiamiento monetario (“la
maquinita de imprimir billetes”) que es el verdadero origen de la
hiperinflación.
Maduro, y
su equipo económico, han tenido gran aversión a devaluar y en contraste han
estado dispuestos a imprimir bolívares sin límite, para no tener que recortar
el gasto público. Por ello, están creando condiciones en las que, de repente y
sin mayor aviso, la demanda por bolívares podría colapsar y la hiperinflación
dispararse. Ya hemos visto síntomas de la pérdida de confianza con los grandes
saltos en la tasa del dólar paralelo. Pero ¿por qué no se han atrevido a
devaluar significativamente el tipo de cambio oficial? Posiblemente por miedo
al costo político y a su impacto electoral. Maduro quedó marcado por el hecho
de que la devaluación previa a las elecciones presidenciales de Abril de 2013
casi le cuesta su elección. Por supuesto, en la memoria colectiva también están
grabadas las macro-devaluaciones de 1989 y 1996 que causaron masivas pérdidas
del ingreso real, malestar generalizado, y una significativa caída en la
popularidad presidencial. Como los venezolanos no hemos sufrido
hiperinflaciones, se subestima el riesgo de que una estalle y se sobrestiman
los costos relativos del ajuste para evitarla. Sin embargo, los desequilibrios
generados por el boom descontrolado de gasto e importaciones en 2011-2013,
combinados con el colapso del precio del petróleo en 2014, hacen que no-ajustar
ya no sea una opción viable. Sobre todo dado que seguir endeudándose dejó de
ser una alternativa. La decisión de no-ajustar, vía tipo de cambio y aumento de
la gasolina, implica que el “ajuste” se está haciendo de-facto vía impuesto
inflacionario (“la maquinita”). El resultado, lo peor de dos mundos: caída del
ingreso real e inestabilidad macroeconómica, sin una percepción de posible
mejora en el horizonte.
El único
consuelo es que las hiperinflaciones, después de mucho sufrimiento, han tenido
generalmente un “final feliz”. Han provocado un cambio trascendente de equipo
económico o de gobierno hacia personas con credibilidad suficiente para tomar
medidas difíciles, pero que son ampliamente aceptadas dada la emergencia
nacional. Esto permitió derrotar la hiperinflación generando un ajuste
expansivo y disparando la popularidad del gobierno. Esa fue la historia de
Menem-Cavallo en Argentina, Cardoso en Brasil, Sánchez de Losada en Bolivia, y
Fujimori en Perú, quienes como presidentes (o ministros de finanzas) tuvieron
gran éxito en estas circunstancias, lo que los llevo a ser muy populares y a
reelegirse. Aunque luego no necesariamente hicieron buen uso de ese apoyo
popular.
En
política la “suerte” es uno de los factores que más pesa. Gobierno al cual le
toca hacer un severo ajuste del ingreso real para el cual los ciudadanos no
están preparados, o que provoca una hiperinflación, sale con las “tablas en la
cabeza”. En contraste, aquel gobierno con la suerte de llegar luego de que
explota la hiperinflación, tiene una “oportunidad de oro” para lograr apoyo
para hacer los cambios necesarios, enrumbando al país y cosechando éxito
político en el camino. Esperemos que en Venezuela no tengamos que llegar allí,
el verdadero “tocar fondo” del que tanto se ha especulado, para que la
recuperación sea posible.
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