ELIAS PINO ITURRIETA
EL NACIONAL
¿Nos
importa la corrupción? ¿Es un resorte capaz de movernos como sociedad, para
buscar la salida de los corruptos? Planteadas en términos generales, las
preguntas conducen a una respuesta afirmativa. Nadie va a plantear su
indiferencia frente a los manejos oscuros de los gobernantes y de sus socios de
la empresa privada en el manejo de los dineros públicos. Quedaría muy mal ante
sus interlocutores. Desde los orígenes de la república se ha machacado un
discurso sobre la necesidad de la pulcritud y sobre la honradez de la
burocracia, recurrencia que invita a la necesidad de acompañar las críticas
sobre manejos dolosos y tropelías parecidas, no vaya a ser que comiencen los
sermones. Pero solo se trata de un barniz, de un oportuno maquillaje, según se
intentará explicar de seguidas.
Se ha
hablado de que Venezuela es una sociedad de cómplices, afirmación del siglo XIX
que se ha repetido hasta la fatiga y que, así como pretende explicar la vista
gorda ante la ladronería de los burócratas, justifica el silencio de las
mayorías ante los latrocinios. La afirmación no indica mayor cosa, debido a que
no se aproxima al hecho de que no sea posible tal complicidad en las clases
humildes de la sociedad que no se benefician de los negocios sucios, o que, en
el más insólito de los casos, son apenas salpicadas. Seguramente el maridaje
sea anterior y encuentre origen en tiempos coloniales, cuando se fragua un
conjunto de avenimientos para la burla de la ley en todos los estratos y ante
diferentes delitos y pecados, sin que nadie, así sea mantuano o pardo, blanco
de orilla o esclavo, sufra penas capitales por los códigos que violó. Data de
entonces un acuerdo inconsciente para vivir en la medida en que se deja vivir a
los demás, en una especie de paraíso sin villanos de tronío, pero también sin
verdugos diligentes.
Es un
tema que se debe desarrollar con mayor profundidad, pero que explica el desfile
de ladrones que en adelante no solo gozan de impunidad sino también de
celebridad. Los Monagas no dejan caja sin registrar desde el comienzo de su
mandato, y su ilegal conducta es conocida por la sociedad, pero permanecen en
el candelero hasta el último tercio del siglo XIX con abundante y entusiasta
repertorio de seguidores. Guzmán no dejó títere con cabeza en las arcas desde
1870, sin que se le juzgara por sus excesos. Al contrario, pasó a lo posteridad
como el “ladrón honrado” que fue mentado en un célebre opúsculo de Joaquín
Crespo. El propio Taita de la Guerra no le hizo segunda a la hora de meter la
mano en el presupuesto, pese a lo flaco que llegó a ser en su época. De Gómez,
uno de los ladrones proverbiales de nuestra historia, la sociedad atesora
anécdotas pintorescas que ocultan los malos pasos de un gobernante codicioso y
avaro. Y así sucesivamente, pues el clarín del triunfo y el calor de las buenas
compañías secundaron a nuestros corruptos más famosos sin que la tierra
temblara.
¿Han de
cambiar las cosas en nuestros días? ¿Se levantará la sociedad, por fin, ante el
enjambre de bribones que saquean el erario? Si la ciudadanía actúa como lo hizo
en el pasado, no sucederá nada. Tal vez se acudirá a algún paño caliente, pero
nada más. Sin embargo, la corrupción de la actualidad se diferencia de las
corruptelas del ayer y permite la esperanza de una reacción distinta ante el
inveterado fenómeno. Ahora el saqueo no se observa como una conducta aislada,
propia de las cúpulas desde antiguo y capaz de comprenderse como parte de las
rutinas de una mala administración que no ha encontrado castigo. Ahora se
relaciona con las carestías por las cuales pasa la mayoría de la población, con
las colas para procurarse alimento y medicina, con la pobreza galopante del
pueblo. La opulencia de los rojos rojitos facilita el contraste con el aprieto
cotidiano de las mayorías, cuyas criaturas no son tontas como para dejar de
hacer una elocuente relación entre sus problemas y la buena vida de los
“revolucionarios”.
Tal
realidad puede cambiar el parecer mayoritario sobre la corrupción, puede
promover reacciones que jamás han ocurrido de veras. Tal vez. No obstante,
parece que la MUD no ha captado la posibilidad de esta metamorfosis y solo
trata el tema desde su media lengua.
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