ELIAS PINO ITURRIETA
Leída sin prisas la carta que el presidente Maduro redactó hace poco para los lectores de The New York Times,
se queda uno con el deseo de ser su habitual destinatario. La
ponderación convertida en tersa epístola, el respeto como norma
cardinal, la tolerancia como brújula de una pluma cuyo propósito es el
respeto de quienes deben deleitarse con una prosa trabajada con cuidado.
Tales son los rasgos del escrito que envió el jefe del Estado para las
páginas del célebre periódico, seguramente el alarde de prudencia más
destacado de su vida pública, una muestra tan insólita de cordura que no
pareciera venir de donde viene. Ojalá la puedan revisar los criticones
de costumbre, los tercos enemigos de todos los días, para que caigan
rendidos de admiración ante una aseada y acicalada criatura que parece
proveniente de otra paternidad.
Nadie niega al autor la
alternativa de redactar un papel distinguido por las excelencias del
pensamiento y por las buenas maneras de la expresión, pero uno se
sorprende debido a que no ha sido esa su costumbre, ni su pericia. En
todo caso, no se trata ahora de cuestionar al escritor, sino de
felicitarlo porque quizá estrene una forma de comunicación que nos hará
bien a todos. Si trata a los lectores venezolanos como trató a los
lectores estadounidenses, será pionero de una revolución capaz de
llenarnos de la mayor suma de felicidad posible. Ni una amenaza estorba
el discurso, ningún insulto salta de los renglones, todo es cívica
compostura. Probablemente en los últimos quince años ningún sacerdote de
la iglesia bolivariana ofreciera un sermón capaz de alimentar la paz de
todos los catecúmenos, sin excepción. Milagro del comandante eterno o
simple conversión provocada por el aprieto de las circunstancias,
estamos ante una pieza excepcional cuya lectura recomiendo sin
vacilación por los beneficios de fraternidad nacional e internacional
que pueda proveernos.
Independientemente de las formalidades de
estilo con las cuales nos ameniza, Maduro congenia en el escrito con
unos aspectos de la historia y de la política de Estados Unidos que
provocan sorpresa y admiración. En un par de ocasiones llena de
requiebros a los llamados padres fundadores del Norte, a quienes
manifiesta su respeto y cuyas ideas continúa con acrisolada fidelidad,
según afirma sin titubeos. Siguiendo a Francisco de Miranda, se exhibe
como discípulo de dos figuras preclaras de la democracia burguesa a
quienes cita directamente y cuyos principios de gobierno considera
fundamentales: George Washington y Thomas Jefferson. Pero llega a más
cuando se atreve a asegurar la existencia de una tradición de relaciones
pacíficas entre Venezuela y Estados Unidos, que él pretende continuar
y las cuales estorba ahora el presidente Obama.
El reconocimiento
de una experiencia de vínculos respetuosos con Estados Unidos echa por
tierra la tesis de la amenaza imperial que ha manejado hasta la fecha el
chavismo, pues los imperios no se andan con miramientos en el dominio
de sus colonias ni en el sojuzgamiento de sus presas; y el seguimiento
de las ideas de los padres fundadores del Norte lo conduce a respetar
los principios que fueron medulares para ellos. Así, por ejemplo: la
independencia de los poderes públicos, la autonomía de las regiones, el
respeto de la deliberación de los congresos, la garantía de la propiedad
privada, el aseguramiento de la libertad de expresión y la espera de
momentos oportunos para las grandes decisiones, sin estrépitos
innecesarios. Que estos principios formen ahora el credo de Nicolás
Maduro lleva a pensar en una extraordinaria mudanza, capaz de conducir a
rectificaciones políticas de trascendencia en Venezuela.
Pero, ¿colocamos las esperanzas en el Maduro que escribe como escribió para The New York Times,
con ponderado estilo y partiendo de principios que jamás profesó? En
una parte de su texto dice que habla así para defender a unos
“venezolanos honorables” contra quienes ha osado manifestarse la Casa
Blanca. Una afirmación tan inconsistente, tan alejada de la verdad, nos
hace pensar en la imposibilidad de un cambio de conducta en el
inesperado escritor de la prensa estadounidense. Seguiremos lidiando con
el hombre de siempre, por desdicha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario