FERNANDO MARTINEZ MÓTTOLA
Sábado al mediodía. Con ánimo de fin de
semana, me dispongo a verter unos espaguetis en el agua hirviendo. Mi
esposa, sentada a mi lado en la barra de la cocina, me comenta algunas
noticias que recibe en el celular, cuando le llega un pronunciamiento de
la Red de Apoyo Psicológico (por favor, estimado lector, no pase esto
por alto: RAP-UCV/UCAB/USB/Unimet, es algo serio) y la Federación de
Psicólogos de Venezuela (tampoco es concha de ajo), ante el impacto
psicológico de la actual crisis socioeconómica y política venezolana. Y
no sé por qué extraña razón, en ese momento, fijo la mirada en el
amasijo de espaguetis hundidos en el fondo de la olla y me quedo un
tanto pensativo.
No poca cosa hemos visto en estos años de
revolución. ¿No le parece a usted lo mismo? Desde un presidente que
habla con pajaritos, hasta el caballo del escudo volteando el pescuezo
en nuestras narices, pasando por un chapuzón en el mar de la felicidad,
con todo y un ministerio para tal fin, entre otras menudencias.
Y
por si no fuera suficiente, ahora nos llega la noticia de que Barack
Obama, nada más y nada menos, nos declara un peligro y una amenaza para
Estados Unidos de Norteamérica. Cauto como soy, antes de emitir criterio
frente a semejante acusación, escucho lo que otros tienen que decir.
Como de seguro usted habrá podido notar a estas alturas, la gama de
opiniones es muy diversa. Y, por temor a que se me pase la pasta, me
llevo un filamento hacia la boca para comprobar si todavía le falta algo
de cocción.
Me distraigo con la mirada sobre el agua burbujeante,
mientras mi esposa continúa leyendo el comunicado, y reflexiono sobre
todos aquellos agradecidos de que por fin un alma piadosa se haya
acordado de nosotros después de quince años sin que nadie nos parara ni
medio; deseosos y esperanzados de que algún día lleguen los marines y
desembarquen repartiendo gorras de los Yankees de Nueva York y hasta
orejitas de Mickey Mouse, si es posible, e instalen un McDonald’s en
cada pueblo, para asegurarnos de que “¡ahora sí somos un país del primer
mundo, carajo!”.
Y en el otro extremo, pienso en los abnegados
que, bajo una pancarta con el originalísimo eslogan de Yankee Go Home,
recogen firmas en los toldos para rechazar la invasión imperialista. Muy
defraudados ellos, supongo, porque nadie se acerca a su mesita ni por
asomo. Me imagino a quienes hacen ejercicios abdominales y lagartijas en
el piso ante la “inminente invasión”. Y uno no sabe si en realidad se
preparan para enfrentar a los marines o para pegar la carrera hasta
allá, más abajo de la Patagonia, en lo que suene el primer tiro.
Ante
tales antagonismos, no falta una escala infinita de exquisitos
opinadores, expertos en oratoria y gramática anglosajona, que analizan y
cuestionan si Obama lo dijo con la inflexión adecuada o si los puntos y
las comas estaban en el lugar debido y en el momento preciso.
De
pronto, caigo en cuenta de que no me siento aludido, de que el señor
Obama no se metió conmigo ni con el país donde vivo, sino con unos
individuos particulares. Que solo ellos saben si la deben o la temen. Y,
al menos en lo que a mí respecta, que el mismísimo diablo los cueza en
la quinta paila si merecido lo tienen.
Saco –de la paila– los
espaguetis antes de que se me conviertan en un mazacote, mientras mi
esposa termina de leer en voz alta el documento que expresa preocupación
por las diversas circunstancias que impactan la salud física y
psicológica del ciudadano. Y, entonces, concluyo que la sociedad
venezolana es la única que en realidad está amenazada y para quien este
gobierno es un verdadero peligro. Para terminar con esta locura, hay que
movilizarse y salir a votar.
@martinezmottola
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