FERNANDO MIRES
Debe quedar claro: las desde hace algún tiempo anunciadas
sanciones a siete funcionarios del gobierno venezolano, recién firmadas
por Obama el 9 de marzo, no están dirigidas en contra de una nación, ni
siquiera en contra de un gobierno. Solo afectan financieramente a siete individuos comprometidos en actos de corrupción –en contra de ideales “socialistas” de su propio gobierno- y de violación de acuerdos internacionales en materia de derechos humanos.
La ostensible dilación de la firma de Obama puede ser vista como una
oportunidad ofrecida al gobierno venezolano para que este enmiende el
rumbo de represión dictatorial tomado en los últimos tiempos. Hecho que
no ocurrió. Por el contrario, la represión ya alcanza niveles similares a
las de las dictaduras militares sudamericanas durante los años setenta
del pasado siglo.
Resulta evidente que las medidas tomadas en contra de los
funcionarios chavistas son respuestas simbólicas a un programa de
provocaciones sostenido por el gobierno de Venezuela en contra de los EE
UU. Ningún gobernante del mundo, menos el de una potencia mundial,
puede dejarse insultar permanentemente por gobernantes de otras naciones
con las cuales no se encuentra en litigio ni económico, ni territorial
ni militar, sin correr el riesgo de ver disminuida su imagen justo en
los momentos cuando enfrenta agudos problemas internacionales.
Más aún: las sanciones norteamericanas solo fueron respuestas a
sanciones dictadas por el gobierno de Maduro al de EE UU (disminución
del personal diplomático, entre otras). Es evidente entonces que Maduro
precipitó las sanciones en contra de sus corruptos funcionarios. Sin
duda espera sacar de ahí dividendos políticos. La pregunta correcta es
entonces: ¿Cuáles son los objetivos que persigue el gobierno Maduro al provocar sanciones de EE UU en su contra?
Es necesario tomar en cuenta que el de Maduro, según todas las
encuestas, es un gobierno muy impopular. En medio de la por el mismo
inducida crisis económica, el régimen afrontará en un futuro cercano
elecciones parlamentarias. Si estas tuvieran lugar hoy -aun contando con
el monopolio estatal sobre el aparato informativo y la sujeción
gubernamental del aparato electoral- ellas llevarían a la derrota más
grande experimentada por el chavismo en el curso de toda su historia.
Pero si las elecciones tienen lugar en el medio de una “guerra en contra del imperio”, Maduro intentará otorgarles el carácter de lucha por la independencia nacional, en contra de una oposición “apátrida”.
Naturalmente, elecciones realizadas en el marco de una (artificial) guerra, en defensa de la “patria amenazada”
y bajo el imperio de leyes de excepción (habilitantes), no pueden ser
en ningún caso normales. Ahí reside precisamente una parte del juego: Maduro, en condiciones normales, no podría ganar una elección. Requiere por lo tanto “a-normalizarlas”, y si eso no fuera posible, postergarlas hacia un futuro indeterminado.
¿Ha pisado entonces Obama una trampa tendida por su oponente
Maduro, la misma que no pisó Bush cuando era insultado todos los días
por Chávez?
Quizás en esa pregunta reside la respuesta. Maduro no es Chávez ni
Obama es Bush (aunque Maduro quisiera que lo fuera). Todo lo contrario. Maduro, a estas alturas, debe ser uno de los gobernantes menos populares del mundo.
En cambio, Obama, es uno de los más populares; aún en Venezuela. Es
decir, justo la relación inversa que se daba entre Chávez y Bush. Por lo
mismo, si Maduro espera que la ciudadanía venezolana va a agruparse en
su torno, puede equivocarse. En medio de la feroz crisis que azota al
país, lo menos que puede importar a la mayoría de los habitantes de
pueblos y cerros y a los sectores medios de bajos ingresos castigados
por la escasez y la inflación, son las dificultades internacionales de
Nicolás Maduro.
Probablemente Maduro piensa que su enfrentamiento al “imperio”
va a contar con el apoyo de los gobiernos latinoamericanos, ratificado
en la reciente presencia de UNASUR. Si es así, se engaña. Una cosa es
que los gobiernos latinoamericanos miren hacia otro lado cuando son
violados derechos humanos y otra es que secunden a un gobierno en la
arena internacional. Quizás Evo dirá una palabra hueca en contra del “imperio”.
Correa desde el país del dólar, emitirá como siempre una retórica
protesta. Y lo que diga la dinastía Ortega a nadie importa pues viene de
un régimen que en la mejor tradición de Somoza ha practicado un total
entreguismo al capital extranjero. ¿Y Cuba? Cuba es otra
historia. Cuba es parte del problema. Efectivamente, si miramos bien el
conflicto internacional desatado por Maduro, tiene que ver bastante con
las decisiones de Obama con respecto a Cuba.
Para nadie es un misterio que la política de apertura de los EE UU
hacia Cuba cuenta con poderosos enemigos en EE UU. Las fracciones más
recalcitrantes de los republicanos acusan, como ya es costumbre, de
debilidad a Obama. Dichas críticas aumentarán mientras más se acerque la
fecha definitiva del levantamiento formal del embargo (formal, porque
informalmente ya fue levantado)
Ahora bien, Obama, al distanciarse aún más de Venezuela, podría matar dos pájaros de un tiro. A los republicanos ofrecería un trueque: aumento de la enemistad con Maduro a cambio de un apoyo al levantamiento del embargo a Cuba. A la vez, a los gobernantes latinoamericanos ofrecerá el mismo trueque pero al revés: levantamiento del embargo a Cuba a cambio de un mayor aislamiento internacional del régimen venezolano. Al fin y al cabo, eso deben pensar con seguridad los expertos, ese régimen, el de Maduro, ya se encuentra, con sanciones o sin ellas, en caída libre.
Ahora bien, Obama, al distanciarse aún más de Venezuela, podría matar dos pájaros de un tiro. A los republicanos ofrecería un trueque: aumento de la enemistad con Maduro a cambio de un apoyo al levantamiento del embargo a Cuba. A la vez, a los gobernantes latinoamericanos ofrecerá el mismo trueque pero al revés: levantamiento del embargo a Cuba a cambio de un mayor aislamiento internacional del régimen venezolano. Al fin y al cabo, eso deben pensar con seguridad los expertos, ese régimen, el de Maduro, ya se encuentra, con sanciones o sin ellas, en caída libre.
Hay, además, un punto adicional que aparentemente no tiene que ver
con Venezuela; pero si lo analizamos con cierto cuidado veremos que sí
lo tiene. Es el siguiente:
Los EE UU se encuentran en medio de dos guerras: una muy caliente,
contra los ejércitos del ISIS en el Oriente Medio, y una guerra fría (o
tibia) contra la Rusia de Putin. En el marco determinado por esas dos
confrontaciones de carácter mundial, el gobierno norteamericano no
cuenta por cierto con el apoyo activo de ningún gobierno
latinoamericano. Pero tampoco –obvio- desea contar con la colaboración
de alguno de esos gobiernos –en este caso, el de Venezuela- con sus
enemigos fundamentales.
Sabidas son las tendencias del régimen “bolivariano” a vincularse con todas las dictaduras y autocracias del mundo. Sabido
es también que las relaciones entre Venezuela y Rusia van bastante más
allá de simples acuerdos comerciales. En ese contexto, Venezuela es para
los EE UU, dicho literalmente, “una amenaza para la seguridad”.
Puede entonces que no haya sido casualidad que el mismo día cuando
Obama firmó las sanciones en contra de los corruptos funcionarios de
Maduro, partieran desde los EE UU tres mil soldados a realizar
ejercicios de combate en las naciones bálticas, después de Ucrania las
más amenazadas por el expansionismo ruso. Al fin y al cabo, en un mundo
global hay que pensar y actuar de modo global.
Afortunadamente para la heterogénea oposición venezolana, los
acuerdos electorales básicos tendientes a enfrentar las próximas
elecciones legislativas ya han sido alcanzados. Esa alianza deberá -en
las condiciones determinadas por el desencadenamiento del más obsceno
patrioterismo que haya vivido el país- ser mantenida más allá del plano
puramente electoral. Se trata en el fondo de un problema de
supervivencia.
La tentación del régimen venezolano por dar la patada final a
la mesa parece ser cada día más grande. Eso significa que para la
oposición no solo se trata de ganar las elecciones sino de ganar la
posibilidad de las elecciones. Como nunca los protagonismos
individuales, las escapadas hacia delante y las soluciones mágicas,
podrían ser fatales. Si la posibilidad electoral se hunde, perderán
todos y nadie los salvará. Obama tampoco. EE UU, como toda
nación del mundo, solo atiende a sus intereses. Ni Obama, ni ningún otro
presidente de la tierra, actúa por idealismo. Ya es hora de que esa
verdad tan elemental se sepa.
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