TRINO MARQUEZ
Sitiado por los
problemas nacionales, Nicolás Maduro optó por recorrer un camino con dos
vertientes: una, buscar un enemigo externo, el país más poderoso de la tierra,
para que no haya dudas y se sepa que él, el desprestigiado e impopular
mandatario venezolano, no anda por la tangente; otra, obligar a sus obsecuentes
diputados de la Asamblea Nacional a aprobar la segunda ley habilitante en su
breve período que apenas supera los dos años, aunque en realidad parece que hubiese
sido de dos décadas, tal es el largo bostezo que provoca su mandato.
La ley habilitante antiimperialista no pretende conferirle a
Maduro un conjunto de competencias que refuercen su eficiencia al frente de una
situación excepcionalmente crítica para el país. La Constitución de 1999 le
confiere al jefe de Estado suficientes atribuciones para enfrentar cualquier
conflicto con algún país foráneo, sobre todo cuando se trata de una posibilidad
remota. En la Roma clásica, el Senado les confería atribuciones de dictador a los gobernantes en aquellos casos en los cuales
la seguridad de la República estaba amenazada por alguna tribu o ejército extranjero.
Estos estados de excepción estaban restringidos a períodos acotados, establecidos
previamente por el Senado.
En
la situación actual lo que el mandatario venezolano intenta justificar es la
disparatada guerra que inventó con Barak Obama, probablemente el Presidente
norteamericano más democrático, junto con Jimmy Carter, que esa nación ha tenido en el último siglo. Sanciona
la habilitante con el fin de militarizar más aún el país. Los militares se han
ido adueñando del Estado y la sociedad. Ahora tendrán la ruta todavía más
despejada. Necesita contar con todos los recursos que consigan evitar que los
graves problemas nacionales se conviertan en el foco de atención cotidiano de
los venezolanos y eludir las responsabilidades por su ineptitud y la de sus colaboradores, y la gigantesca corrupción que envuelve
al Gobierno. La ley habilitante le permitirá a Maduro lanzar fuegos
artificiales que distraigan la atención de los venezolanos, mientras el país es
devorado por la inflación, el desabastecimiento, la escasez, la inseguridad
personal, la destrucción de PDVSA, el colapso de los servicios públicos.
La
ley habilitante le proporciona a Maduro un instrumento idóneo para seguir
acorralando a la oposición. En la práctica lo que aprobó la bancada oficialista
fue un Estado de Excepción que autoriza al gobierno actuar con las manos libres
contra la oposición e, incluso, contra la disidencia creciente que existe
dentro de las filas del oficialismo. Sin la habilitante ya había secuestrado a
Antonio Ledezma. Ahora podrá encarcelar y reprimir a quien exprese su
desacuerdo con las trasnochadas políticas del socialismo del siglo XXI o
considere que el conflicto con Estados Unidos es un simple artificio concebido
para enmascarar los verdaderos y urgentes problemas nacionales, alejados a años
luz de los temas que los rojos quieren colocar en el orden del día.
A
los venezolanos no les preocupa una hipotética y quimérica invasión de los
norteamericanos. Muchos, más bien, harían igual que los italianos durante la
Segunda Guerra Mundial: la celebrarían como un acto de liberación de esta
pesadilla que se ha prolongado por dieciséis años. Lo que realmente les importa
a los venezolanos es que se consigan los productos que desaparecieron de los
anaqueles, de las casas de repuestos de vehículos, de los hospitales, de los
comercios dedicados a proveer materiales de construcción. La gente quiere que
se controle la inflación para que la capacidad adquisitiva aumente y exista la
posibilidad de ahorrar. La gente aspira a volver a transitar por unas calles
seguras y a adueñarse de nuevo de la ciudad, campo minado que pertenece a las
pandillas de delincuentes que azotan los principales centros urbanos del país.
Los ciudadanos quieren contar con un empleo estable y bien remunerado, donde
labrarse un futuro seguro y digno.
Ninguna
de estas sanas ambiciones las ven con Maduro. De allí la reacción tan
indiferente del pueblo frente a su discurso antiiperialista. Las marchas oficialistas han sido raquíticas y
desabridas. Ningún fervor patriota las ha animado. La gente muestra hastío frente a tanta fanfarria inútil. Hay agotamiento
porque las aspiraciones apuntan hacia la prosperidad, la modernidad, el
confort. Maduro aburre y cansa con su discurso machacoso, paranoide e
intrascendente. Contará con la habilitante, pero está inhabilitado para dirigir
el país.
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario