LEANDRO AREA
Ahora que les ha dado por re encauchar el cuento
del anti imperialismo yanqui y la defensa de la soberanía, mientras que al
mismo tiempo y por ejemplo callan y dejan hacer a Guyana lo que le viene en
gana con el Esequibo, es oportuno reflexionar sobre los límites y las fronteras
territoriales venezolanas en su conjunto, en torno a las cuales arrastramos un
expediente voluminoso de despojo y desvergüenza.
No es nuevo este prontuario. Sin ser el país
petrolero, pantallero, camorrero y socialista, insólito de ahora, al menos
desde 1830, fecha en la que nos separamos de la Gran Colombia, ya Venezuela,
aunque todavía rural, agropecuaria y apenas civil, daba muestras de una
pulsión mineral, caribe, inorgánica y trashumante en su sentido de la realidad
en general y de su territorialidad en particular. Sabiéndolo, más de uno se ha
lucrado del lema: “Para nosotros la Patria es América” para comprar favores y
entrar y salir de contrabando con la bandera nacional de pasaporte.
¿Tendrá algo que ver esa fogosidad heroica y desbordada de nuestros
libertadores con el relajamiento y la indolencia heredados hacia lo propio?
Las fronteras territoriales así como las mentales,
sirven de contorno de identidad a individuos y naciones. Dentro de esas líneas
imaginarias, inconclusas en fin y capilares, cada quien construye cordón
umbilical para afirmarse en un terruño tribal.
Y un país se dibuja dentro de sus límites
geográficos y los de Venezuela son cada vez más imprecisos en todos los
sentidos. Una nación también se demuestra en sus vaguedades y desilusiones, y
en materia de fronteras y límites hemos sido tan epilépticos como erráticos. Un
Estado además se conoce por las omisiones que concluyeron en infortunios, y
aquí el expediente es larguísimo y pesado. Un país, en fin, se define por sus
logros, y en materia territorial hemos dejado de ganar, cuando no perdido o
entregado, más de lo imaginado.
En tal sentido, en Venezuela hemos tenido más y
mejores diplomáticos que diplomacia. Ha sido más la pasión y la entrega
individual y personalísima que la conciencia coherente del esfuerzo de
conjunto; y cuando se va el labrador de sus propios desvelos, la siembra se
pierde desechada. Habrá que ver por qué el pasado histriónico y militar de
caudillos, dictadores o gendarmes, cuyos méritos más prominentes son en vez de
construcción de sociedad y ciudadanía, los excesos de fuerza y la manía
monumental por el cemento y la cabilla, ha prevalecido sobre los esfuerzos
civiles cotidianos.
A todas estas, la responsabilidad de precisar y
defender los límites definitorios de identidad, ha sido en su conjunto
inconsistente y por tanto propiciatorio de derrotas y pérdidas que ni política,
ni militar ni diplomáticamente hemos sabido, contadas son las excepciones,
extraer de la lucha intestina que permanentemente nos carcome y pareciera
saboreamos. Por eso es que tal vez hemos sido, en razón de causas y
defectos que se retro alimentan, más reactivos que propositivos, convulsos
antes que persistentes. Aspaviento, además de bochinche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario