CARLOS MALAMUD
(*) Publicado el 10/3/2015 en The Diplomat in Spain.
La crisis venezolana
ha adquirido tal grado de intensidad que son muchas las miradas que
se dirigen hacía allá para intentar entender lo que ocurre. Las
preguntas en torno a un desenlace incierto son múltiples y la falta de
respuestas adecuadas dispara un gran numero de especulaciones,
algunas bastante disparatadas, por cierto. Entre éstas últimas, una de
las más publicitadas por venir de quien vino, fue la del ex
presidente uruguayo José Mujica que con absoluta irresponsabilidad y
una buena dosis de falta de conocimiento habló de un potencial golpe de
Estado de “militares de izquierdas”.
He aquí, entonces, un buen punto de partida para intentar entender lo que ocurre en Venezuela,
donde a todas luces nos encontramos frente a una situación de
bloqueo, en la que los distintos actores se encuentran en una
situación de empate, se anulan mutuamente o se inhiben de tomar
iniciativas por los enormes costes que éstas supondrían para sus propios
proyectos colectivos o personales. En las décadas de 1960 y 1970 lo
normal en América Latina era que se saliera de una crisis semejante
mediante un golpe de Estado militar, muchas veces impulsados por los
propios civiles incapacitados de encontrar soluciones idóneas en un
marco democrático.
La coyuntura venezolana está marcada por graves complicaciones políticas, económicas y sociales.
La polarización impulsada desde el gobierno bolivariano ha terminado
por dinamitar prácticamente todos los puentes de diálogo con la
oposición. El Parlamento ha dejado de ser un lugar de debate político
para convertirse en un nuevo frente de batalla donde el oficialismo
impone de forma aplastante la lógica de su mayoría numérica. A falta
de un marco adecuado donde expresarse, algunos sectores de la
oposición han apostado, sin demasiado éxito, por llevar la
confrontación a la calle, lo que ha aumentado la dinámica represiva
del régimen.
Económicamente las cosas no son mejores. Venezuela no sólo tiene la
mayor inflación del planeta, sino también enfrenta un gran
desabastecimiento, falta de divisas y un endeudamiento creciente. La bajada de los precios del petróleo
no ha hecho sino agravar una serie de problemas que ya existían desde
la época de Chávez. El Gobierno de Maduro no inventó nada desde el
punto de vista de la mala gestión económica, pero ha sido incapaz de
tomar las duras medidas que exige una situación de tanta gravedad como
la actual.
Los problemas sociales, comenzando por las elevadas tasas de
criminalidad, no son menores. La falta de recursos amenaza el futuro de
numerosos programas sociales, aunque al ser éste un año electoral, el
Gobierno hará todo lo posible por aumentar el gasto público frente a
unas elecciones percibidas como cruciales para el propio devenir
venezolano. De celebrarse los comicios en septiembre,
como anunció el secretario general de Unasur, su resultado no sólo
servirá para medir el respaldo de Maduro y del proyecto chavista en
general, sino también para que las distintas fuerzas políticas adapten
sus planes de acción de cara al futuro.
Volvamos a la especulación de Mujica, muy conectada con los desvelos
del gobierno bolivariano que de forma periódica alerta de
conspiraciones golpistas, muchas de ellas con nombre y apellido, como
la supuestamente orquestada por el eje Miami – Madrid – Bogotá. En
realidad se podría decir que prácticamente a nadie le interesa en
estos momentos un golpe de estado en Venezuela. La situación está tan
degrada que es urgente adoptar un drástico plan de ajuste, algo que
paraliza al gobierno por los importantes costes políticos que
supondría. Una nueva devaluación y el aumento del precio de la
gasolina podría disparar una alta conflictividad, como ocurrió en su
momento con el Caracazo.
En realidad, gobierne quien gobierne debe tomar medidas, pero quien
lo haga pasará a la historia como el enterrador del proyecto chavista, o
el asesino de Chávez, y a nadie le interesa tal cosa. Lo más adecuado
sería un gran acuerdo nacional entre gobierno y oposición para
avanzar en esa dirección, algo que desde el punto de vista del
oficialismo sería la evidencia más palmaria de su fracaso.
A la oposición no le interesa un golpe que la llevara al poder porque
debería hacerse cargo de una situación ingobernable sin apoyos
sociales y con una economía quebrada. A los militares tampoco, por
motivos similares. De modo tal que de momento las mayores opciones de
desbloqueo de la actual situación se encuentran en el propio
movimiento bolivariano, bien porque Maduro decida actuar y comenzar a
tomar las medidas responsables que la coyuntura le exige, o bien
porque internamente surjan fuerzas con la iniciativa necesaria para
forzar su renuncia y encumbrar un nuevo presidente al frente de la
república. Sólo después de algo semejante sería verosímil pensar en un
golpe militar, pero esto ya nos conduciría por los derroteros de la
política ficción.
Carlos Malamud es investigador principal del América Latina del Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud
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