RODOLFO IZAGUIRRE
En su
libro Allegro ma non troppo (1968), su autor Carlo di Cipolla, medio en
serio, medio en broma, se refiere al papel de las especias (y de la pimienta en
particular) en el desarrollo económico de la Edad Media y asegura que los
tontos, en aquellos días, podían contemplar el futuro con optimismo. Los
inteligentes, en cambio, sentían ante él un horror sobrecogedor, y muchos se
refugiaron en la paz de los conventos para huir de un mundo brutal y
sanguinario. Lo único que faltaba ya era que aparecieran los terribles Jinetes
del Apocalipsis, es decir, el fin de este mundo o el advenimiento de uno nuevo,
la Jerusalén celeste, tal como había sido anunciado por los profetas.
Todo el
mundo estaba resignado y convencido de que tal acontecimiento sucedería la
media noche del día 31 de diciembre del año 1999. A partir de las once y media
de la noche de aquel temido día, todas las madres apretaron fuertemente a sus
hijitos contra su pecho y los amantes se fundieron en un último y patético
abrazo de amor. La fatídica y temida medianoche llegó puntualmente, pero - con
gran estupor por parte de todos - los Jinetes del Apocalipsis no hicieron acto
de presencia. Esta falta de asistencia, dice Carlo M. Cipolla, señaló el “tourning
point” de la historia europea.
En la
segunda parte de su libro, Cipolla establece lo que, a su juicio, son las leyes
fundamentales de la estupidez humana. Conviene observar que cuando escribió su
libro, Cipolla y nosotros mismos ignorábamos, por ejemplo, la existencia de los
llamados aviones tucanes.
Se sabe,
sobradamente, que la estupidez es la torpeza notable en comprender las cosas y
Carlo M. Cipolla se propuso reducir a cinco las leyes de la estupidez humana.
La primera, asegura que siempre e inevitablemente cada uno de nosotros
subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
La
segunda ley inserta la posibilidad de que una persona determinada sea estúpida
es independiente de cualquiera otra característica en la misma persona: es
decir, puede ser negra, rubia, pobre o aristocrática y... ¡ser estúpida!
La
tercera viene a ser la ley de oro: una persona estúpida es una persona que
causa daño a otra persona o grupo de personas, sin obtener al mismo tiempo, un
provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.
La cuarta
ley dice que las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo
de las personas estúpidas. Las no estúpidas, en especial, olvidan
constantemente que en cualquier circunstancia, tratar y asociarse con
individuos estúpidos se manifiesta infaliblemente como un costosísimo error.
Finalmente,
la quinta ley establece que la persona estúpida es el tipo de persona más
peligrosa que existe y su corolario dice así: el estúpido es más peligroso que
el malvado.
Carlo M.
Cipolla lo pone de esta manera: si yo cometo una acción y obtengo una pérdida
al mismo tiempo que procuro un beneficio a otro, seré un incauto. Si realizo
una acción y obtengo un beneficio y al mismo tiempo procuro un beneficio a
otro, seré inteligente. Si lo hago obteniendo un beneficio causando un
perjuicio a otros, seré un malvado. Si causo daño a otro sin obtener beneficio
seré un estúpido.
Ésta,
sigue siendo la tercera ley o ley de oro. Solo cabe una pregunta: ¿será la
tercera ley la que aplicaríamos al régimen militar bolivariano?
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