RICARDO LAGOS
EX PRESIDENTE DE CHILE
Algo no está bien cuando se observa la reacción de la comunidad
latinoamericana frente a lo que ocurre en Venezuela. Parece como si
todos prefirieran mirar hacia el lado sin afrontar un desafío real:
hemos reaccionado con tibieza.
Decir que lo de Venezuela es un tema de venezolanos y ellos deben encontrar su camino es una falacia. Desde hace tres décadas, los conceptos de coordinación y cooperación política son parte viva de nuestra historia y los ejemplos que demuestran su vigencia son múltiples.
Allí están los foros e instituciones que hemos creado, como CELAC,
UNASUR, y el propio MERCOSUR. En todos ellos el tratamiento de la crisis
de Venezuela se torna legítimo para los demás países del continente.
Por cierto, lo de Venezuela es un tema que reclama soluciones
políticas. Soluciones realistas, pragmáticas y abiertas a superar el
momento de crisis, donde tanto los partidarios del gobierno como de la
oposición perciban que el escenario nacional les pertenece, que ese país
es de todos.
En los setenta y buena parte de los ochenta, cuando las dictaduras
campeaban en América Latina, Venezuela fue una isla de la democracia, un
oasis porque allí el sistema democrático funcionaba, ese sistema creado
tras la caída del general Marcos Pérez Jiménez en 1958.
Pero progresivamente se perdió el rumbo, los partidos políticos
vieron disminuida su legitimidad, parecía no importar quién gobernara
porque las políticas seguían siendo las mismas y la corrupción emergía
erosionando las instituciones.
La riqueza del petróleo no fue parte de un gran proyecto de desarrollo, donde todos los sectores encontraran su oportunidad.
A mediados de la segunda administración de Carlos Andrés Pérez hubo
un intento de golpe de Estado encabezado por un coronel llamado Hugo
Chávez. Tras cumplir su pena en prisión, Chávez entró a la arena
política y llegó al poder democráticamente.
Chávez se convirtió en el líder carismático que el pueblo esperaba.
El surgimiento de la República Bolivariana fue la respuesta a la
búsqueda de un nuevo tipo de política que dejara atrás el fracaso de una
elite dirigente. Cualquiera sea la opinión que se tenga sobre la
experiencia del “Socialismo del siglo 21” impulsada el Comandante
Chávez, cabe reconocer que se propuso avanzar hacia la solución de
muchos temas y demandas vivas en la sociedad venezolana. Estaban los
recursos del petróleo, y con pródigos recursos Chávez proyectó su
propuesta por el continente.
Pero hubo una cierta miopía estratégica al no ver que esa condición
favorable del petróleo podía cambiar. Y eso ahora lo sabe muy bien el
Presidente Maduro. El fue elegido democráticamente y aunque el margen
fue estrecho, su opositor reconoció el triunfo.
Sin embargo, una cosa es ganar una elección y otra ganar el reconocimiento de la ciudadanía por saber dar gobernabilidad al país.
Hoy tenemos una situación compleja y difícil ante nosotros. Hace más
de un año que el dirigente Leopoldo López está en la cárcel y hasta
ahora no hay pruebas contundentes presentadas en su contra. El 22 de
enero pasado, en una sesión del juicio celebrada a puertas cerradas,
pero grabada clandestinamente por el diario El Nacional, López reclamó
que, sin un juicio justo donde presente sus descargos, el régimen lo
condena día a día por televisión.
Expertos de dentro y fuera de Venezuela señalan que allí no se ha
dado el “debido proceso”. La semana pasada el alcalde de Caracas,
Antonio Ledezma, un social demócrata a carta cabal, líder político
respetado por todos, ha terminado también en la cárcel. Su detención por
las fuerzas de inteligencia al servicio del gobierno se hizo con una
violencia innecesaria acusándolo de incitar al golpe.
Lo que sabemos es que firmó una convocatoria al diálogo político cara
a cara con el gobierno y muchos otros dirigentes, incluidos los del
social cristiano COPEI, que también lo suscribió con posterioridad, como
señal de solidaridad y protesta por la detención de Antonio Ledezma.
Mientras, la crisis económica es fuerte. La inflación llega al 64%;
el desabastecimiento es enorme. Un estudio de tres universidades
venezolanas encontró que 1,7 millones de hogares están en condición de
pobreza extrema.
Todo esto conduce a que la gobernabilidad del país se pone en cuestión y frente a ello, la comunidad internacional y en particular nosotros latinoamericanos, debemos asumir que nos corresponde ser parte de la solución del problema.
No se trata de intervenir en asuntos de otro país, pero hay momentos
en que la responsabilidad de proteger, reconocida por Naciones Unidas,
obliga a la comunidad internacional a actuar y proponer salidas cuando
un pueblo está viviendo bajo condiciones extremas.
Nuestra deuda de gratitud con Venezuela por lo que ella representó en
un momento de oscuridad en todos nuestros países. Con esa misma
gratitud expliquemos y digamos con claridad que el problema de Venezuela
es político.
Hace un año, cuando la crisis llenaba de protestas las calles, Chile,
desde el nuevo gobierno, impulsó una reunión de Cancilleres de UNASUR
la cual decidió enviar una misión para promover el diálogo político
entre gobierno y oposición.
Aquello, no tuvo el seguimiento necesario, pero ahora las urgencias
son mayores y por ello es clave la misión de los cancilleres de Ecuador,
Colombia y Brasil, tras lo cual es fundamental un encuentro de todos
los cancilleres del continente, para definir una “hoja de ruta” clara y
precisa para el devenir político de Venezuela.
América Latina debe dar señales de madurez, demostrar su capacidad de ayudar a uno de los nuestros cuando se encuentra en dificultades mayores.
Hoy nos duele lo que ocurre en Venezuela, pero debemos ir más allá:
asumir con responsabilidad lo que nos cabe hacer como región.
En política el vacío no existe. Si no hacemos la tarea, otros podrían aparecer para actuar ante la crisis.
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