JUAN ANTONIO BLANCO
DIARIO DE CUBA
Cuando supe del reciente descubrimiento en Chile de un dinosaurio
herbívoro (el Chilesaurus), emparentado con los feroces Tiranosaurios
Rex carnívoros, no pude dejar de hacerme una pregunta: si cambiase
su hábitat, ¿evolucionarían los tiranosaurios que dirigen Cuba desde
hace más de medio siglo? ¿A qué nueva especie darían lugar?
Salvando las distancias entre las ciencias naturales y la
politología, algunos de los actuales debates sobre políticas a seguir
con la Isla asemejan esa interrogante. Unos suponen que hay que esperar
la extinción de los tiranosaurios isleños (dos de ellos en particular)
para que el país se haga más habitable. Otros dicen que cambiar su
hábitat facilitará una evolución de esa agresiva especie hacia otra de
naturaleza más afable.
La desaparición hace 65 millones de años de los dinosaurios se
atribuye generalmente a dos hechos súbitos y devastadores: el impacto de
uno o varios asteroides y/o erupciones volcánicas en cadena. Cualquiera
de las dos cosas debe haber generado desconcierto entre los
dinosaurios. Los tiranosaurios políticos de Europa Oriental deben haber
sentido una sensación similar —sorpresa, incredulidad, horror— al ver
cómo la gente súbitamente los desobedecía y derribaba el Muro de Berlín o
se abalanzaba a cazar a Ceaucescu en medio de uno de sus disciplinados
actos de masas. Aquello era tan impensable a fines del siglo XX, como
que se le cortase la cabeza a un rey antes de que Oliver Cromwell
iniciara esa tradición europea con Carlos I en 1649.
No siempre los gobernantes, gobernados y acuciosos observadores
pueden predecir cuándo puede producirse una súbita disrupción de la
gobernabilidad en una sociedad que durante décadas ha tenido una
apariencia apacible. Como les sucedió a los dinosaurios con las
erupciones volcánicas y el impacto de asteroides, los tiranosaurios
políticos pueden acostarse una noche sin saber que el siguiente amanecer
será distinto a todos los que habían visto antes.
Pero tener que esperar por un futuro tan impreciso, e incluso
improbable, alienta de manera legítima las iniciativas para alcanzar
resultados a más corto plazo. De ahí la hipótesis de que quizás
manipulando el hábitat de los tiranosaurios políticos se logre modificar
su feroz comportamiento e incluso evolucionen hacia una nueva especie
vegetariana.
Algunos de los que aspiran a transformar a los tiranosaurios
políticos suponen que lo mejor es darles muchas zanahorias sin
imponerles una dieta vegetariana. Para inducirlos a cambiar sus hábitos
de vida suponen que lo más apropiado es no interferir en sus tradiciones
alimentarias más allá de un sereno sermón ocasional sobre las bondades
del vegetarianismo. Dejarlos hacer aunque siempre explicándoles la
virtud de respetar valores universales. La premisa es que se puede
domesticar a un tiranosaurio.
Pero los que caen víctimas de estos depredadores mientras se lleva a
cabo ese experimento, expresan comprensibles temores. Basados en
experiencias anteriores están persuadidos de que aun cuando alimenten
con zanahorias a los tiranosaurios, no por ello dejarán de ser
carnívoros. Esa es su naturaleza, aseguran. Los hechos a corto plazo
parecen darles la razón, pero los creyentes en otorgar zanahorias
unilaterales les dicen que eso es inevitable. Con gran sinceridad
reconocen que el resultado final de su iniciativa es incierto, pero que
hay que esperar algunos años para llegar a una conclusión definitiva
sobre su efectividad.
Después de las concesiones unilaterales de EEUU a Cuba, los
tiranosaurios isleños muestran un comportamiento dual. Por un lado,
tienen frases de elogio hacia quienes prometen alimentarlos. Por otro,
han arreciado, con renovada ferocidad, su cacería de disidentes,
críticos, opositores, y otras especies “devorables”. Se ven alentados por la distracción generalizada que provoca la expectativa de su eventual conversión a la vida vegetariana.
Los chistes de Obama en la cena anual con la prensa, la anunciada
visita del Papa Francisco a Washington para pedir el fin del embargo,
las giras a Cuba de empresarios estadounidenses y europeos, e incluso la
ya próxima visita del presidente francés, François Hollande, ocupan las
primeras planas, roban titulares y desplazan la atención de la escalada
de violencia que paralelamente desarrolla el Gobierno de la Isla. Las
víctimas de los tiranosaurios no reclaman que ninguno de esos gobiernos y
empresarios acuda a liberarlos, pero esperan de ellos que presten
cercana y continua atención al modo en que se van comportar esos voraces
depredadores en este nuevo contexto.
Mientras extranjeros y cubanos reciben con esperanza la posibilidad
—hasta ahora es solo eso— de que se avance y consolide una distensión
entre Cuba y EEUU, el Gobierno cubano ha iniciado una ofensiva —más
brutal y salvaje que la habitual— contra ciudadanos incómodos. En
primera fila han situado a sus turbas paraoficiales que denominan “pueblo enardecido“.
Allá dentro todo vale. Golpes, detenciones arbitrarias, asalto y
destrozo de las viviendas de opositores —dieron fuego a una que servía
de sede a la Damas de Blanco— medidas represivas contra mundialmente
conocidos artistas cubanos como Tania Bruguera, a quien impiden salir de
Cuba después de decomisarle el pasaporte —al igual que a Antonio
Rodiles y Ayler González—, y el encarcelamiento sine die de otros como
el grafitero Daniel Maldonado, El Sexto. Los tiranosaurios isleños han
redefinido la llamada política de “zanahoria y garrote”: están abiertos a recibir zanahorias importadas y a repartir garrotazos de producción nacional.
Para hacerles fehaciente a sus pretendidos domadores que nunca
abandonarán su naturaleza carnívora por cualquier cantidad de zanahorias
que les ofrezcan, llevaron el espectáculo bochornoso de sus “actos de repudio”
fascistas a Panamá durante la VII Cumbre de las Américas. Mezclar
esbirros profesionales con ciertos intelectuales y personas de alguna
valía en esos pogromos —para luego recibirlos a todos como héroes a su
regreso— constituye una estrategia sucia y deliberada.
Se desea pasar el mensaje a toda la población de que no va a
permitirse en lo adelante que un ciudadano comparta o dialogue con un
subhumano, un “gusano contrarrevolucionario”. En el Foro de la
Sociedad Civil de la VII Cumbre de las Américas rehusaron sentarse con
ellos en cualquier sala de un mismo edificio. Ni el oxígeno podían
compartir con los disidentes, mucho menos ideas.
El deterioro de su imagen pública en Panamá fue considerable, pero
lograron articular un claro mensaje dirigido a la población en Cuba: “Con gusanos no se discute; se les aplasta. No vamos a cejar en su persecución aunque mejoren las relaciones con Washington”. Al atizar la polarización interna se desea evitar la contaminación ideológica, el “reblandecimiento” que puede venir como efecto colateral de cualquier mejoría en las relaciones con Washington.
No andan muy despistados esos tiranosaurios. La pasada semana no
pudieron evitar que en las elecciones en dos distritos fuesen postulados
dos “gusanos”, uno de los cuales llegó a alcanzar el 44% de
los votos. Debe preocuparles que 1.569.095 electores (casi el 20% del
total empadronado) anularon sus boletas o se ausentaron en unos comicios
que siempre movilizaban a más del 98% de votantes posibles. Tampoco la
proliferación de banderitas de Estados Unidos debe ser de su agrado.
Pero, por ahora, la reacción es acudir a las porras, no evolucionar
hacia el vegetarianismo.
Sin embargo, es improbable que logren su propósito. En eso no le falta razón a sus pretendidos reeducadores.
El “imperialismo” es la fuente de casi el 70% de los alimentos importados y sus “mercenarios terroristas”
en Miami envían remesas y paquetes por un valor superior al producido
por cualquier sector económico, a excepción del ingreso por exportar
servicios médicos. Los “mercenarios” pagan desde el exterior el
servicio de la inmensa mayoría del más de un millón de celulares en
Cuba. Al ciudadano común le va ser imposible renunciar otra vez a las
relaciones con su tío “mercenario” de Hialeah del que depende
ahora su subsistencia. Y para acabar de poner la ideología patas arriba
ahora Raúl Castro ha alabado públicamente al presidente Obama en un
cónclave regional.
Las primeras evidencias de desconcierto en este nuevo contexto se
vieron en el video de una turba manifestándose contra un disidente a
quien gritaban todo tipo de improperios. Cuando algunos —lapsus mental—
quisieron entonar añejas consignas contra Estados Unidos alguien,
angustiado, se encargo de advertirlos: “Eso no, eso no”.
No han caído meteoritos —quizás nunca caigan—, pero el hábitat de los
tiranosaurios isleños se va complicando. Al final quizás les resulten
ingestas las zanahorias.
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