CARLOS ALBERTO MONTANER
La juez venezolana María Lourdes Afiuni cumplió con
la ley y Hugo Chávez la hizo encarcelar. Afiuni tenía que pronunciarse
sobre un detenido que llevaba tres años de prisión preventiva, el
empresario Eligio Cedeño. La ley establecía un máximo de dos, de manera
que lo puso en libertad, como era su deber. Chávez la insultó y aseguró
que Bolívar la hubiera fusilado. Él se limitaba a encerrarla en una
cárcel para mujeres que es algo así como la casa del Marqués de Sade.
Una vez en esa horrible prisión, algunos guardias
violaron a la juez, resultó embarazada y perdió a la criatura. La
señora tiene casi 50 años. Luego padeció cáncer y fue operada. Ante esa
circunstancia, la condenaron a arresto domiciliario. Pero, para que no
olvidara quién manda en el país, los chavistas atacaron a tiros el
edificio en el que vive. Milagrosamente, nadie salió herido.
En Ecuador, el presidente Rafael Correa asegura
que, como es el jefe del Estado, también es la cabeza del Poder Judicial
y del Poder Legislativo. Nadie le explicó nunca que la clave del
modelo republicano es la separación de poderes, los límites legales de
la autoridad y el imperio de la ley. Por eso no le parecía extraño ni
repulsivo que la sentencia que lo favorecía en su pleito contra el
diario El Universo hubiera sido redactada por su propio abogado. Él es el dueño de la justicia.
Daniel Ortega, el presidente de los nicaragüenses,
pone y quita jueces a su antojo. Escapó de la acusación de haber
violado a su hijastra con la complicidad de un juez provisional que
actuó con la velocidad de un carterista. Fue absuelto y liberado en una
tarde inesperada y vertiginosa. Utilizó los tribunales para mantener a
raya al expresidente Arnoldo Alemán y para amenazar al candidato
Eduardo Montealegre. Para Ortega, el Poder Judicial no es una rama
esencial del gobierno de la república, sino un instrumento de control
político, amedrentamiento y castigo. Es como un palo con el que golpea o
amenaza a sus adversarios.
En Bolivia sucede algo parecido. El presidente Evo
Morales tiene (y ejerce) la potestad de nombrar a su antojo jueces y
magistrados. En una oportunidad colocó a 18 de ellos en un mismo día.
Lo llamó una revolución judicial. Antes había
demostrado lo que realmente cree de las leyes y de las reglas cuando
les explicó a sus abogados que era función de ellos adaptar las normas a
las decisiones que él tomaba. ¿No eran letrados? A él le tocaba hacer
las trampas y a los abogados adaptar las leyes. Por eso, de acuerdo con
una encuesta muy seria de Ipsos, el 80% de los bolivianos no cree en
la posibilidad de obtener justicia en los tribunales. Los bolivianos son
gente buena y resignada, pero no idiota.
Cuba es más sincera en este tema. Como parte de la
tradición soviético-comunista, no se anda con memeces republicanas. La
Constitución es muy clara: el Partido es la única fuente legítima de
autoridad. El resto de las instituciones son bagazo de caña. El sistema
judicial cubano se controla desde el Ministerio del Interior,
especialmente en cualquier conflicto que roce la ideología, y las
sentencias se dictan en función del interés político coyuntural. Un
individuo puede ser condenado a 30 años, a 30 meses o a 30 días, de
acuerdo con los intereses de la policía.
Al general Arnoldo Ochoa y al coronel Antonio de la
Guardia, por ejemplo, los fusilaron en 1989 como parte de una
estrategia encaminada a liberar a Fidel y Raúl Castro de la sospecha de
que el narcotráfico era una tarea que tenía la aprobación del gobierno
cubano. El código penal establecía seis años por el delito imputado,
pero la inocencia de los jefes era más creíble si ejecutaban a los
subalternos. Los mataron al amanecer.
¿Qué es el Socialismo del Siglo XXI? Una buena
definición podía ser ésta: es un modelo de Estado en el que el Poder
Judicial sirve para perpetuarse en el gobierno, para perseguir a los
adversarios y para cercenar las libertades. Lo que ignoran quienes
ejercen la autoridad de esta manera brutal e inescrupulosa es que la
destrucción de la independencia de los jueces puede convertirse en un
peligroso bumerán en el instante en que el viento modifique su
dirección.
Cuando los jueces no obedecen las leyes, sino a los
hombres, se comportan como los perros de presa. En el momento en que la
correa cambia de manos, atacan a los a los antiguo amos.
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