El modelo perrito
La escena es dura. Decimonónica. De comisario rural.Profundamente lesiva tanto para la dignidad de los funcionarios como para la continuidad de la democracia. Porque el “robinato” del alcalde de Libertador no es una excepción. Es casi la regla. Un modelo que a fuerza de carajear a sus segundos de abordo Hugo Chávez ha logrado implantar. Lo llamaremos pedagógicamente “El modelo perrito”. El Presidente amo dice: “¡Sit!”, y el alcalde (pero también puede ser el gobernador) se sienta. “¡Échese!”, y se echa. “¡Arriba!”, y el burgomaestre se levanta. “¡Una galletica!”, y el animalito mueve la colita y se imagina una de esas chinas con un papelito adentro que puede ser “el vale por” una futura embajada o la reelección en el cargo. Entonces, regresa a su escritorio, feliz porque el amo hoy no le ha pateado frente a todos.
Todo esto está bien para una mascota, pero no para un funcionario público que debería representar y defender la voluntad, las expectativas y las opiniones de la comunidad de electores que le seleccionó para ejercer el cargo y no los caprichos del jefe central. Estamos ante un asunto constitucional. Las democracias avanzadas, y Venezuela, al menos en el papel, ha intentado serlo, han optado por los procesos de elección directa de alcaldes y gobernadores, entre otras razones, para impedir que los gobiernos centrales interfieran autoritariamente en las decisiones autónomas de las ciudades y las regiones. A Hugo Chávez, lo sabemos, le repugna la palabra autonomía. Es algo que no está dentro de su genética cuartelaria. Le hubiese encantado gobernar cuando, bajo los gobiernos de AD y Copei, aún no se había aprobado la Ley de Descentralización y Transferencia de Competencias (1989) y los gobernadores y alcaldes eran decididos a dedo, desde Caracas. Por suerte, todo cambió y desde 1989 es el pueblo libre el que elige a sus gobiernos locales. Pero a Hugo Chávez ese avance le sabe mal. Le resta poder. Lo hace un presidente no un mandón. Por eso el método perrito. Por eso los domingos de focas. ¿Habrá alguna vez, como en la de Orwell, una rebelión en la granja?
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