sábado, 27 de febrero de 2010

Nuevo aporte de la cátedra revolucionaria

Elías Pino Iturrieta

No es la primera vez que se escribe aquí sobre las regiones, debido a la trascendencia que han tenido en la construcción de la república y a la insistencia de la "revolución" en subestimarlas. Hoy damos vueltas de nuevo en la misma noria, partiendo de las recientes afirmaciones que ha hecho el mandón con el objeto expreso de profundizar el control de la sociedad desde un solo centro manejado a su antojo. Se trata de las afirmaciones más peregrinas que alguien pueda desembuchar en torno a cómo se fue haciendo poco a poco la colectividad venezolana, capaces no sólo de exhibir la descomunal ignorancia de quien se atreve a pregonarlas sino también, en el más comprensible de los casos, el empeño de una evidente manipulación para pescar incautos.

Republiquetas

Dijo el mandón el pasado sábado que las regiones eran unas republiquetas indeseables, lo cual no deja de ser una arremetida injustificada contra la sensibilidad establecida legítimamente en las provincias; pero se atrevió después con una sentencia escandalosa: "Son una trampa armada por el imperio y por la burguesía para repartirse el país en pedazos", agregó. ¿Cómo puede alguien, en sano juicio, sostener semejante punto? ¿Qué relación pueden tener el imperialismo y las clases adineradas con un país desgajado en parcelas que una vez fueron de difícil unión? ¿De cuál fuente puede manar un disparate de tanta protuberancia, o más bien una tontería de tal estatura?

Perspicacia

Que Venezuela fuera un archipiélago reforzado por las fracturas de la topografía, por las penurias económicas y por dificultades de naturaleza administrativa fue observado por Humboldt en su viaje, y por Codazzi después de 1830, cuando elaboró su meticuloso Atlas de Venezuela. La perspicacia del sabio alemán no observó la presencia de ninguna mano peluda en el descoyuntamiento; ni la comisión corográfica que más tarde acompañó al notable geógrafo del Estado nacional encontró vestigios de una influencia foránea en la dispersión de paisajes y gentes que databa de la antigüedad.

Pero se les pudo escapar la malévola influencia de la burguesía, pudiera alegar un encandilado discípulo del mandón. Tampoco funciona la objeción. Ni siquiera con lupa se podía advertir el testimonio de una clase social que no vino a existir sino muy tarde entre nosotros, ya avanzado el almanaque del siglo XX.

Para colmos, los pérfidos burgueses de Estados Unidos estaban ocupados entonces en la colonización del Oeste, o matándose en la guerra de secesión, sin tener todavía la oportunidad de remendar mapas ajenos, ni de ordenar las nóminas de gobernadores, prefectos y jefes civiles que seguramente les atribuye el insólito explicador de la patria.

Tampoco tuvieron antes la posibilidad de decirle a Piar que se sublevara contra Bolívar, ni de pagarle a Mariño para que se proclamara como Libertador de Oriente ni de aconsejar después a Matías Salazar para que peleara con Guzmán desde Cojedes ni de ayudar a Juan Araujo para el establecimiento de su patriarcado en los Andes.

Ni para disponer que los llaneros fueran como fueron con Páez a la cabeza en las batallas contra España, ni para que los maracuchos se movieran según su aire como se movieron a placer entonces sin que se enteraran los caraqueños, hasta cuando se resolvieron contra los realistas sin cargos de conciencia. No sé si una interpretación de esta guisa se encuentre en las obras de Marx, o sea de la propia cosecha del insólito explicador, pero en cualquier caso no va para ninguna parte.

Insólito

La bandera de la patria tenía siete estrellas y ahora tiene ocho por disposición del insólito explicador. Son la representación de las regiones que hicieron las guerras de Independencia y la autonomía nacional, preciosas porciones de tierras y de géneros humanos que el insólito explicador presenta como nefandas republiquetas, o como frutos del interés del capitalismo doméstico y extranjero que ha hecho lo que ha querido con la división territorial y con los microclimas formados en ellas desde quién sabe cuándo.

Para redondear la enormidad hizo su peroración al pie de la estatua de Ezequiel Zamora, criatura y adalid del regionalismo venezolano. La guinda del pastel.

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