Guillermo Cochez
Embajador de Panamá en la OEA
Sin la participación electoral opositora no se hubiera facilitado un final para una historia dolorosa
En algunos países se ha planteado entre pequeños sectores que cuando se hace oposición formal se termina avalando los regímenes antidemocráticos, especialmente durante los procesos electorales. Panamá no ha sido la excepción y por eso, por haber vivido esa experiencia, me atrevo a compartirla. En mi país siempre hubo un grupo de radicales que nunca aceptó contacto alguno con las autoridades cons- tituidas luego del golpe de Estado de 1968, el cual duró 21 largos años. En el 72, para la primera elección popular -que buscaba elegir una "Asamblea" popular tipo Cuba sin más funciones como el declarar la guerra a otro país- ningún partido político, proscritos desde el 68, pidió a sus miembros participar permitiendo así que se creara una clase política totalmente dependiente de los militares, sus prebendas y su corrupción, génesis del Partido Revolucionario Democrático (PRD), que aún subsiste. En 1980 fue la primera ocasión para elegir diputados con poderes limitadísimos; parte de la oposición participó, con resultados positivos porque permitió abrir caminos entre las libertades coartadas que el régimen militar permitía. Los sectores mayoritarios de la oposición se abstuvieron, así como los cabecicalientes de siempre para quienes cualquier tipo de participación significaba el permitir a los militares cobijarse con alguna frazada democrática para atenuar su imagen dictatorial en el exterior. Diferente En 1984 las cosas fueron diferentes, sobre todo para el Partido Demócrata Cristiano, el cual obtuvo cinco diputados que desde la Asamblea Nacional se convirtieron en permanentes denunciantes de todas las arbitrariedades del régimen y así en la vanguardia de la oposición. Fui uno de esos cinco que aprovechamos cualquier rendija para ganar el espacio que día a día iban perdiendo los militares. En esa ocasión la presidencial la "ganaron" por un margen de 1.713 votos, imponiendo a un presidente que tuvieron que tumbar once meses después, al disponer éste nombrar una comisión independiente para investigar la decapitación del doctor Hugo Spadafora, atribuido al mismo Noriega. Igual ocurrió en 1989 cuando muchos pensaban que como los militares controlaban el Tribunal Electoral, disponían de todos los recursos del Estado, contaban de su lado las fuerzas militares y todo el andamiaje judicial, era imposible ganar. Prevaleció, afortunadamente, la tesis de la participación, culminando con una derrota de 3 a 1 contra el régimen obligándolo a anular las elecciones y provocando un mayor aislamiento a nivel internacional. El resto de la historia es conocido. Sin embargo, de no haber existido la decidida participación electoral de la oposición no se hubiera facilitado un final a una historia tan dolorosa para nuestro pueblo. Algo aprendí desde entonces: nada se puede cambiar desde afuera.
En algunos países se ha planteado entre pequeños sectores que cuando se hace oposición formal se termina avalando los regímenes antidemocráticos, especialmente durante los procesos electorales. Panamá no ha sido la excepción y por eso, por haber vivido esa experiencia, me atrevo a compartirla. En mi país siempre hubo un grupo de radicales que nunca aceptó contacto alguno con las autoridades cons- tituidas luego del golpe de Estado de 1968, el cual duró 21 largos años. En el 72, para la primera elección popular -que buscaba elegir una "Asamblea" popular tipo Cuba sin más funciones como el declarar la guerra a otro país- ningún partido político, proscritos desde el 68, pidió a sus miembros participar permitiendo así que se creara una clase política totalmente dependiente de los militares, sus prebendas y su corrupción, génesis del Partido Revolucionario Democrático (PRD), que aún subsiste. En 1980 fue la primera ocasión para elegir diputados con poderes limitadísimos; parte de la oposición participó, con resultados positivos porque permitió abrir caminos entre las libertades coartadas que el régimen militar permitía. Los sectores mayoritarios de la oposición se abstuvieron, así como los cabecicalientes de siempre para quienes cualquier tipo de participación significaba el permitir a los militares cobijarse con alguna frazada democrática para atenuar su imagen dictatorial en el exterior. Diferente En 1984 las cosas fueron diferentes, sobre todo para el Partido Demócrata Cristiano, el cual obtuvo cinco diputados que desde la Asamblea Nacional se convirtieron en permanentes denunciantes de todas las arbitrariedades del régimen y así en la vanguardia de la oposición. Fui uno de esos cinco que aprovechamos cualquier rendija para ganar el espacio que día a día iban perdiendo los militares. En esa ocasión la presidencial la "ganaron" por un margen de 1.713 votos, imponiendo a un presidente que tuvieron que tumbar once meses después, al disponer éste nombrar una comisión independiente para investigar la decapitación del doctor Hugo Spadafora, atribuido al mismo Noriega. Igual ocurrió en 1989 cuando muchos pensaban que como los militares controlaban el Tribunal Electoral, disponían de todos los recursos del Estado, contaban de su lado las fuerzas militares y todo el andamiaje judicial, era imposible ganar. Prevaleció, afortunadamente, la tesis de la participación, culminando con una derrota de 3 a 1 contra el régimen obligándolo a anular las elecciones y provocando un mayor aislamiento a nivel internacional. El resto de la historia es conocido. Sin embargo, de no haber existido la decidida participación electoral de la oposición no se hubiera facilitado un final a una historia tan dolorosa para nuestro pueblo. Algo aprendí desde entonces: nada se puede cambiar desde afuera.
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