viernes, 26 de febrero de 2010

"Invictus" para la disidencia

Argelia Ríos

Todo aquí está patas arriba. Nada puede verse, ni interpretarse, conforme a los códigos del pasado. Es obvio que hemos experimentado un cambio. Desconocemos por completo lo que somos ahora: si bien no ha nacido el "hombre nuevo" revolucionario, es incuestionable la emergencia de un nuevo venezolano, que se nos ha convertido en acertijo. El hombre de a pie ha perdido capacidad de asombro; todo es "probable" en nuestro contexto arbitrario. Y aunque la resistencia es un hecho constatable en una porción de venezolanos, otro segmento muestra, en cambio, un rostro manso, apocado por el poderío del "proceso". Ambos grupos, sin embargo, se igualan en su esfuerzo por conseguir la sobrevivencia, pese a que ésta tiene un significado distinto en uno y otro caso.

El miedo que se ha sembrado desde el poder; el incansable palabrerío del hiperlíder para proclamar su supuesta "inexorabilidad"; la exacerbación de la antigua "viveza criolla", y otros tantos extremos clientelares, han tallado al nuevo venezolano. Lo que él piensa en realidad hace parte del enigma que la disidencia democrática está obligada a descubrir. Los contenidos de una campaña exitosa para las parlamentarias están ocultos en esa incógnita. Quizás todo sea muy complejo: pero es posible que el asunto se reduzca a lo más simple. En cualquier parte del mundo, la esperanza atiza los bríos de los pueblos que aspiran al cambio. Eso explica la relevancia de la selección de los candidatos: el resultado de ese proceso puede sembrar o extinguir la esperanza.

Si estuviera bien plantada la urgencia democrática, las cosas serían más sencillas. En ese caso, la gente votaría por cualquier opción, sin preciosismos difíciles de atender. Pero, dicha sea la verdad, a ese punto de ruptura no hemos llegado todavía: por tanto, es preciso reconocer que éste de hoy no es el mismo venezolano de ayer y que la oferta, en sí misma, debe ser una expresión del aprendizaje obtenido. El propósito de ganar la Asamblea le exige a la disidencia presentar un grupo de nombres que, en sí mismo, sea el prototipo de un futuro auspicioso y que logre envejecer aún más al establecimiento revolucionario. La estremecedora historia de Nelson Mandela -que puso su liderazgo al servicio de la reunificación de Suráfrica- no sólo revela su contraste con el carácter disolvente de nuestro "comandante". Ella también alude al reto de nuestra dirigencia opositora que, -siguiendo los pasos del gran líder negro- necesita convencernos de que estos 11 años no han pasado en vano y de que posee la suficiente estatura moral para inspirar incluso a los más indiferentes. Se trata de predicar e iluminar con la autoridad del ejemplo.

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