miércoles, 19 de enero de 2011

Hacia un sistema regulatorio del siglo XXI


Barack Obama

WSJ


Por dos siglos, el libre mercado de Estados Unidos ha sido no solo la fuente de deslumbrantes ideas y productos que abren caminos, también ha sido la mayor fuerza generadora de prosperidad que el mundo haya conocido. Ese vibrante emprendimiento es la clave de nuestro continuo liderazgo global y del éxito de nuestra gente.

Sin embargo, a lo largo de nuestra historia, una de las razones por la que el libre mercado ha funcionado es que hemos buscado el balance adecuado. Hemos preservado la libertad del comercio a la vez que aplicamos las reglas y regulaciones necesarias para proteger al público de amenazas contra nuestra salud y seguridad y para evitar que la gente y los negocios sean víctimas de abusos.

Desde las leyes que prohibieron el trabajo para niños, pasando por las leyes ambientales y nuestras recientes regulaciones contra los cargos escondidos y las multas que imponían las empresas de tarjetas de crédito, hemos, de cuando en cuando, implementado regalas de sentido común que han fortalecido a nuestro país sin interferir indebidamente en la búsqueda de progreso y el crecimiento de nuestra economía.

A veces esas reglas se han salido de control, colocando cargas poco razonables sobre los negocios, cargas que han ahogado la innovación y que han ejercido un efecto negativo sobre el crecimiento y los empleos. En otras ocasiones, no hemos cumplido con nuestra responsabilidad básica de proteger el interés público, lo que ha tenido consecuencias desastrosas. Tal fue el caso de los años anteriores a la crisis financiera de la cual aún nos estamos recuperando. En ese caso, una ausencia de supervisión adecuada y transparencia casi condujo al colapso de los mercados financieros y a una depresión a gran escala.

A lo largo de los últimos dos años, la meta de mi gobierno ha sido el encontrar el balance adecuado. Hoy, firmaré una orden ejecutiva que deja claro que este es el principio operativo de nuestro gobierno.

Esta orden requiere que las agencias federales se aseguren de que las regulaciones protejan nuestra seguridad, salud y ambiente a la vez que promueven el crecimiento económico. Además, ordena una revisión a lo largo y ancho del gobierno de las reglas que ya se encuentran implementadas para retirar regulaciones anticuadas que frenen la creación de empleos y hagan a nuestra economía menos competitiva. Es una revisión que ayudará a organizar regulaciones que se han convertido en una colcha de retazos de reglas que se sobre imponen, el resultados de ligeros ajustes de gobiernos y legisladores de ambos partidos y la influencia de los intereses especiales en Washington a lo largo de varias décadas.

En donde sea necesario, nos encargaremos de cerrar las brechas más obvias: nuevas reglas de seguridad para la fórmula para infantes; procedimientos para detener infecciones previsibles en hospitales; esfuerzos para atacar a los infractores crónicos de las leyes de seguridad laboral. Pero también estamos convirtiendo en nuestra misión el sacar de raíz regulaciones que entren en conflicto, que no valgan el costo, o que sean sencillamente tontas.

Por ejemplo, la FDA (la agencia de seguridad de alimentos de EE.UU.) ha considera desde hace tiempo al edulcorante artificial sacarina, como seguro para el consumo humano. Sin embargo, por muchos años, la Agencia de Protección Ambiental (EPA) hizo que las compañías trataran a la sacarina de la misma forma que tratan a los químicos peligrosos. Si usted se lo echa a su café, entonces no es un desecho peligroso. La EPA sabiamente eliminó esa regla el mes pasado.

Sin embargo, crear un sistema regulatorio para el siglo XXI va más allá de qué reglas agregar y cuales sustraer. Como dejo en claro en la orden ejecutiva que estoy firmando, buscamos formas más accesibles y menos intrusivas para alcanzar los mismos objetivos, dándole una cuidadosa consideración a los costos y beneficios. Esto significa redactar reglas con más ayuda de expertos, negocios y personas del común. Significa usar la transparencia como una herramienta para informar a los consumidores de sus opciones, en vez de restringirlas. Eso significa el asegurarse que el gobierno haga más de su trabajo en línea, de la misma forma en que las compañías lo están haciendo.

También nos estamos deshaciendo de los absurdos e innecesarios requerimientos de papeleo que hacen perder tiempo y dinero. Estamos mirando al sistema como un todo para asegurarnos que evitamos regulación excesiva, inconsistente y redundante. Finalmente, hoy he indicado a las agencias federales que hagan más para identificar y reducir las cargas que las regulaciones impongan sobre los pequeños negocios. Las firmas pequeñas impulsan el crecimiento y generan la mayor parte de los nuevos empleos en este país. Necesitamos asegurarnos que nada se interponga en su camino.

Un ejemplo importante de esta estrategia son los estándares de ahorro de combustible para autos y camionetas. Cuando asumí mi cargo, el país enfrentaba años de litigios y confusión debido a las reglas conflictivas impuestas por el Congreso, los reguladores federales y los estados.

La EPA y el Departamento de Transporte trabajaron con las automotrices, sindicatos, estados como California y activistas ambientales a principios del año pasado para transformar una madeja de reglas en un agresivo estándar nuevo. Fue una victoria para las compañías automotrices que deseaban una certeza regulatoria, para los consumidores que pagarán menos cada vez que vayan a echar gasolina a sus autos, para nuestra seguridad, ya que ahorraremos 1.800 millones de barriles de crudo y para el ambiente a medida que reducimos la contaminación. Otro ejemplo: el miércoles, la FDA presentará un nuevo esfuerzo para mejorar el proceso para aprobar aparatos médicos, para mantener a los pacientes seguros a la vez que se llevan al mercado de manera más rápida productos innovadores y que pueden salvar vidas

Pese a mucha de la acalorada retórica, nuestros esfuerzos a lo largo de los dos últimos años para modernizar nuestras regulaciones han conducido a reglas más inteligentes y en algunos casos más estrictas, para proteger nuestra salud, seguridad y medio ambiente. Sin embargo, según algunos cálculos actuales de su impacto económico, los beneficios de esas regulaciones exceden sus costos en miles de millones de dólares.

Esa es la lección de nuestra historia: Nuestra economía no es un juego suma cero. Las regulaciones tienen su costo; a menudo, como país, tenemos que tomar decisiones duras sobre si esos costos son necesarios. Lo que si está claro es que podemos alcanzar el equilibrio. Podemos hacer a nuestra economía más fuerte y competitiva a la vez que cumplimos nuestras responsabilidades fundamentales con los demás.

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