El resucitador de fantasmas
MAITE RICO 03/02/2011
El País
Pero hete aquí que el adalid del porvenir resultó ser un ávido resucitador de fantasmas. Lejos de construir el futuro, Chávez se dedicó a desenterrar el pasado. Exhumó el cadáver de Simón Bolívar, le quitó las telarañas a Fidel Castro, agitó la bandera apolillada del antiimperialismo y abrió la puerta a los ayatolás iraníes y a los fusiles rusos con la esperanza de revivir el espíritu de la guerra fría. Con semejantes referentes, no es de extrañar que la fórmula resultante haya sido un caudillismo clientelista con ramalazos del comunismo a la cubana, justo en el momento en que la gerontocracia castrista trata de salvar los muebles arrojando a la calle a más de un millón de empleados públicos.
El resultado está a la vista. La economía de Venezuela, quinto productor mundial de petróleo, está hoy en el furgón de cola de América Latina. Tiene la inflación más alta del continente (27,5%) y su PIB registró una caída del 2,3% en 2010. A pesar de la devaluación decretada en enero (la segunda en dos años), y de los altos precios del petróleo, "los actuales niveles de gasto no son sostenibles y solo agravan los trastornos económicos", dice el Banco Mundial.
El Gobierno esgrime los avances registrados en la atención sanitaria y educativa gracias a las misiones (programas especiales con apoyo cubano). Pero después de 12 años en el poder, el chavismo no ha sido capaz de reformar la seguridad social, ni de hacer frente al déficit de más de dos millones de viviendas. Los subsidios a los pobres difícilmente suavizan una realidad cotidiana marcada por la criminalidad (una de las peores del mundo), la corrupción y los episodios de apagones y escasez.
Otros países latinoamericanos están avanzando en el combate a la pobreza sin merma de las libertades. Human Rights Watch califica de "precaria" la situación de los derechos humanos en Venezuela, donde el Gobierno está pulverizando la separación de poderes y "socava sistemáticamente la libertad de expresión".
En el ámbito regional, Chávez ha resultado ser un irritante en la convivencia. Frente a la América Latina emergente, que lucha por asentar la democracia, la libertad económica y las políticas sociales, el régimen chavista se ha embarcado en una escalada armamentística y dilapida los recursos del país para expandir su proyecto bolivariano. Chávez ha comprado lealtades y ha trabado alianzas con grupos violentos, como las guerrillas colombianas. El petróleo venezolano mantiene con vida al régimen cubano, que a cambio asesora a Caracas en la estrategia de la represión: después de todo, su supervivencia está ligada a la de Chávez. El presidente venezolano no las tiene todas consigo ante las elecciones de 2012. La oposición empieza a encontrar el rumbo, como lo demuestra su abultada presencia en la nueva Asamblea Nacional (67 de los 165 escaños). Y Chávez no está dispuesto a ceder un ápice: las leyes aprobadas en diciembre por el Legislativo saliente, que le otorgan poderes extraordinarios y un mayor control de los medios, las telecomunicaciones, los bancos o las ONG, auguran tiempos turbulentos.
Por eso los opositores reclaman la atención internacional. Hasta ahora, frente a Chávez, los Gobiernos latinoamericanos y la OEA han mirado hacia otro lado, como se hace con el vecino del quinto que acostumbra a montar broncas en la escalera. Pero esa actitud ya no es de recibo. En Venezuela (y en el continente) no se dirime una lucha entre opciones ideológicas, sino entre democracia y autoritarismo.
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