domingo, 8 de marzo de 2015

POLÍTICA Y CHANTAJES




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ELIAS PINO ITURRIETA

La atmósfera que predomina en Venezuela no es propicia para la libertad de expresión, pero no se trata solo del resultado de la imposición establecida por el gobierno frente a los que piensan distinto. Estamos ante un fenómeno más extendido, debido a cuya influencia se buscan unanimidades a la fuerza. Tal vez el origen del asunto se encuentre en la pretensión oficialista de que hagamos caso a todo lo que se le ocurre, o en la condena que disparan de manera mecánica contra los que piensen distinto. La insistente manera de distinguir a la ciudadanía según las virtudes y las maldades de su pensamiento puede, después de quince años, regarse como una plaga. Quizá, pero ahora solo quiere el escribidor detenerse en la dificultad que en general tienen los políticos, pero también quienes habitualmente se expresan ante el público,  para llamar las cosas por su nombre debido al miedo que tienen de no contrariar una determinada corriente arraigada en la sociedad, independientemente de lo disparatada e irracional que sea.
El ejemplo de una polémica reciente puede aclarar el punto, aunque quizá el vocablo “polémica” resulte ahora exagerado. En la AN, el oficialismo planteó una condena contra la “oligarquía” colombiana debido a que, partiendo de su influencia, los medios de ese país irrespetaban nuestros símbolos patrios. Como se sabe, un caricaturista de una revista que se edita en Bogotá quiso mostrar la crisis venezolana mediante la exhibición de un Escudo Nacional que, a diferencia del consagrado desde el nacimiento de la república, deja de ser un conjunto de promesas y enaltecimientos para exhibir señales de general bancarrota. Aquello cayó como una bomba en el alto gobierno, cuyos voceros promovieron un acuerdo de condena en el Parlamento. Se rasgaron las vestiduras ante lo que juzgaron como una afrenta desproporcionada, invocaron a los padres fundadores ante el complot llevado a cabo por fuerzas siniestras del extranjero, disertaron sobre el carácter sacrosanto de los símbolos supuestamente hollados y pidieron un acuerdo unánime contra los profanadores de la patria.
El acuerdo no se logró, pero ahora solo se quiere insistir en la pobreza de los  argumentos manejados por los diputados de la oposición para negarse a suscribirlo. La sola mención de la patria mancillada los llevó a lamentables respuestas mochas. No se atrevieron a levantar la voz frente a una manipulación camuflada en el patrioterismo. No se atrevieron a agarrar el toro por los cuernos, esto es, a la defensa de la libertad de expresión que tiene un caricaturista colombiano, o de cualquier otra latitud, para tratar según su gusto un tema que le parece importante. No se atrevieron a poner en su lugar a los iracundos enemigos de la prensa libre, disfrazados de hijos de un Bolívar supuestamente ofendido y de enemigos de un tenebroso Santander halado por los cabellos en una discusión de actualidad. Les hablaron de la patria y de su obligante defensa, para que se limitaran a los balbuceos. ¿Cómo reaccionar con sentido común, pero especialmente con argumentos capaces de desmontar una fastidiosa falacia, si corrían el riesgo de desfilar ante la hoguera destinada a los herejes? Ni siquiera el reciente atentado contra Charlie Hebdo, capaz de conmover el mundo occidental y de poner en un inevitable primer plano el asunto de la libertad de expresión, aun cuando toque valores y personajes de naturaleza religiosa, modificó el discurso lampiño de los opositores.
Pero la bola pica y se extiende, si consideramos asuntos tan elocuentes como el denominado Documento de la Transición frente al cual se han solicitado  apoyos masivos como los que reclama el gobierno para sus políticas. Como provocó la aberrante y arbitraria prisión del alcalde Ledezma, nadie se atreve a discutir su contenido, nadie lo toca ni con el pétalo de una rosa pese a sus intrincadas letras. Una matriz de opinión pide una solidaridad abrumadora que, de no suceder, provocará baldones y condenas para quienes se distancien de sus propuestas después de pensar con autonomía. Ahora  no es el gobierno, sino voceros de la otra orilla, quienes te condenan a pensar de una sola forma y a hablar en tono monocorde. Vientos sofocantes mueven la atmósfera.

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