Luis Ugalde
Viernes, 29 de enero de 2010
“Sí, yo os he traído la paz y la libertad, pero en pos de estos inestimables bienes han venido conmigo la guerra y la esclavitud” (Bolívar, Manifiesto de Carúpano, 1814)
La guerra no fue voluntad de la naciente República venezolana, sino imposición de la obstinada miopía de la monarquía española, negada a reconocer la mayoría de edad de sus hijos americanos. Quince años de guerra y muerte arrasaron con la economía y negaron durante más de un siglo las posibilidades de crear educación e instituciones republicanas, con dignidad y oportunidades para todos. Éste es un sueño todavía frustrado en 2010.
El triunfo nos dejó la devastación y la destrucción más espantosas y la funesta voluntad caudillesca de perpetuar su espada como suprema ley; implantaron héroes militares, secuestraron la imaginación republicana civil y democrática, privaron de manos y de talento a la producción económica y se apropiaron de los exiguos presupuestos nacionales.
Paradójicamente, la proclamación de Bolívar como Libertador en 1814 se funde con el conferimiento de poderes dictatoriales sin Constitución; él pensó que con la “guerra a muerte” nacería la patria, pero fue derrotado por la barbarie y le quedó la frustración de ver que “la desolación y la muerte sean el premio de tan glorioso intento” y “el profundo pesar de creerme instrumento infausto de sus espantosas miserias”. A pesar de las buenas intenciones, la muerte de la guerra vino para quedarse y la “guerra a muerte” entre venezolanos impidió durante más de 100 años la construcción democrática de la República, y nos metió en el círculo vicioso de anarquía y de caudillos. Todo con la legitimación del “gendarme necesario”, como si esa fuera nuestra idiosincrasia original.
Bolívar repetidas veces expresó con dolor la contradicción entre su intención liberadora y los resultados ruinosos: “La sangre corre a torrentes: han desaparecido los tres siglos de cultura, de ilustración y de industria: por todas partes aparecen ruinas de la naturaleza o de la guerra”. (6-V-1814) Reconocimiento depresivo del Libertador en tiempos de derrota, ratificado años más tarde al ver que con el triunfo militar avanza la dificultad de construir instituciones democráticas y la disolución irremediable de la Gran Colombia. La anarquía nos devorará. En carta a Juan José Flores, Bolívar pinta el cuadro más sombrío posible: “La América es ingobernable para nosotros, “éste país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos”. “Ud verá que todo el mundo va a entregarse al torrente de la demagogia, y ¡desgraciados de los pueblos! ¡Y desgraciados de los gobiernos!”(Carta 9-11-1830) Nuestra memoria histórica, poblada con el santoral interminable de generales con sus batallas heroicas y milagrosas, impidió fundir las armas para hacer de las espadas podaderas y de las lanzas arados, camino de la muerte a la vida, señalado por el profeta Isaías. No tenemos héroes civiles y los que tenían talla, como Andrés Bello, Juan Germán Roscio y otros, fueron borrados del santoral militarista por no ser hombres de armas y batallas. Secuestraron la imaginación republicana civil y democrática; las armas y tropas se llevaron los presupuestos nacionales y ataron a la juventud a estériles revoluciones de proclama, machete y caudillo; con ello, la producción económica y la construcción democrática quedaron privados de manos y talentos.
Necesitamos celebrar el Bicentenario (1810-11) como el sueño de crear una nación mestiza inclusiva y tolerante, con un propósito común e instituciones y oportunidades civiles, con todo el presupuesto para educar y sembrar, con los cuarteles convertidos en escuelas, los tanques en tractores y los soldados en ciudadanos.
Muy importante la llamada de la Conferencia Episcopal en su importante documento del 12 de enero de 2010, para activar en el Bicentenario valores cívicos humanos y cristianos: “Tanto el 19 de abril como el 5 de julio fueron dos acontecimientos en los que brilló la civilidad”.
Las universidades, los centros de cultura, las academias y las asociaciones civiles, deben despertar para celebrar este Bicentenario con memoria civil y civilizada.
Oportunísimo el reciente libro de Ana Teresa Torres La Herencia de la Tribu que pone pluma y lucidez crítica al secuestro guerrerista: “El pasado venezolano -y por consiguiente el futuro- se ha construido en clave heroica, con la salvedad de que al hablar de héroes queremos decir guerreros, no poetas, o sacerdotes o literatos” “La memoria histórica venezolana transcurre en un paisaje guerrero, un escenario copado por el poder militar” (p. 49). El militarismo, más allá de su intención, ayer y hoy impide la construcción civil de la República.
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