martes, 9 de febrero de 2010

Chávez contra Chávez

Roberto Giusti
El Universal


El gran enemigo de Chávez, aquél que realmente le está minando las bases de su poder, no es la oposición, tampoco Barack Obama, Álvaro Uribe o cualquiera de esas abstractas entidades que él suele calificar con el término genérico de “oligarquías”. No. El gran culpable de esa suerte de carcoma que va devorando su Gobierno, su proyecto y la otrora coraza de una popularidad blindada, es el propio Chávez porque no se trata sólo de irse tragando el país, obsedido, como está por una gula insaciable, sino que con aquél se come a también a los suyos y ahora pasó a comerse a si mismo. Maestro en las artes para la conservación y expansión del poder, hace rato ya perdió el sentido de las proporciones, descuidó por completo las formas, desechó la receta fujimoriana de la dictablanda, no tan blanda, y totalmente embebido en su obsesión de poder, no pudo, ni quiso, gobernar. De manera que las bombas de tiempo le estallan por todos lados (violencia, inseguridad, colapso eléctrico, falta de agua, inflación, corrupción, pobreza) y clama a sus aliados del mundo (algunos más totalitarios, pero también menos eficaces) para que le vengan a sacar las patas del barro porque en su ignorancia o en su soberbia, o en ambas a la vez, se negó a enfrentar los verdaderos problemas, carente de la visión del estadista o de la previsión del más simplón de los gobernantes. Convertido así en su peor enemigo, hasta ahora ese laborioso proceso de autodestrucción, que nos incluye a todos, ha sido el factor principal de nuestra caída en cámara lenta, lentísima, sin que ninguna fuerza interior o exterior pueda poner fin, de manera determinante, a esa suerte de clímax congelado. De allí que ante un Gobierno y un sistema que envejeció prematuramente (si tomamos en cuenta que Chávez mide su proceso por milenios) y por tanto vulnerable hasta la fragilidad, con más de medio país en contra y otro porcentaje considerable indiferente a su suerte, las fuerzas democráticas están obligadas, no a sacar provecho de la situación, o a mantener el tono crítico (necesario pero no decisivo) sino a convertirse en verdadera alternativa política. Chávez, se le reconoce, hizo soñar a la gente y el sueño se convirtió en pesadilla, pero la dirigencia de oposición no ha podido, (¿o no ha querido?) devolverle esa capacidad, no ya de soñar, pero sí de creer en algo firme y sólido que no le transmita esperanzas para un futuro lejano, sino salidas concretas, efectiva y alcanzables en el corto plazo. Es una responsabilidad a la que no le pueden escurrirle el bulto porque de lo contrario, entraremos a la edad de piedra gobernados por un residuo de si mismo.

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