sábado, 6 de febrero de 2010

DISCURSO DE EMBAJADOR DE PANAMÁ EN LA OEA


Misión Permanente de Panamá ante la Organización de los Estados Americanos,Washington, D.C.

Intevención del Representante Permanente de Panamá ante la OEA, Embajador GUILLERMO A. COCHEZ, en sesión ordinaria del Consejo Permanente del miércoles 03 de febrero del 2010 sobre “el fortalecimiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos” (ver video)

Distinguidos Embajadoras y Embajadores:


Aplaudimos la iniciativa de traer este tema al Consejo Permanente. Este foro americano tiene como una de sus columnas básicas el fortalecimiento de la democracia y el respeto a los derechos humanos. Así se ha hecho grande y ha logrado hacerse respetar en el mundo entero. La importancia de este tema es tal que no podemos andar con medias tintas y paños tibios.


En una sociedad global, los tiempos en que una dictadura y su violación sistemática de los derechos humanos eran asuntos internos de cada país pasaron a la historia. Gracias a Dios. No hay nada inaceptable y menos desfasado en estos temas. Ese cuento de la no intervención en los asuntos internos de otros es tema del siglo pasado. Acabamos de ver la experiencia de Honduras donde unánimemente todos pedimos por la restauración del orden democrático de ese país, afectado en su gobernabilidad desde el pasado 30 de junio. Quien va a decir que con nuestras discusiones agredíamos al pueblo hondureño.


La lucha contra la negación de los principios democráticos y el irrespeto a los derechos humanos no tienen fronteras. Ese es el propósito de las Convenciones Internacionales de Derechos Humanos suscritas por casi la totalidad de nuestras Naciones, y las normas contenidas en el Capítulo IV de la Carta Democrática Interamericana, que como miembros de esta organización tenemos la obligación invocar cada vez que la democracia se vea amenazada en cualquiera de los países miembros, aún cuando sus gobiernos hayan sido electos por el voto popular.


Aquellos países que hemos sufrido en carne propia los abusos de un gobierno tiránico sabemos lo que ello significa en términos de seguridad ciudadana, de apego a las normas de Derecho, de respeto a la integridad personal, de la inexistencia de la separación de poderes, de la descalificación de adversario, de la violación constante de los derechos humanos, del robo sistemático de los recursos públicos por los allegados al régimen, y, sobre todo, de ataques permanentes al pilar de todo sistema democrático, la plena libertad de expresión y de información. Por eso somos tan solidarios con los pueblos que padecen calamidades similares a las que tuvimos que sufrir por 21 largos años en Panamá. Por eso somos tan agradecidos con pueblos que como el venezolano tanta solidaridad nos brindó en esos aciagos momentos.


Vale recordar hoy, como dije el 15 de julio al presentarme ante este Consejo Permanente, a ese gran estadista chileno Eduardo Frei Montalva cuando señaló que si le dieran a escoger entre pan y libertad tomaría la libertad porque con ella podría luchar para alcanzar el pan, pero sin ella después terminarían quitándole también el pan.


Recuerdo que al final del régimen del dictador Noriega me encontré junto a un grupo de valorosos panameños entre sus más acérrimos opositores. En ese momento era diputado, pero a los militares les importaba muy poco esa circunstancia. Para tratar de romper nuestra verticalidad incluso nuestros seres queridos fueron víctimas de atropellos; precisamente de regreso de Washington de una Asamblea General de la OEA que trataba el tema de Panamá a finales de 1989, también fui detenido. No había libertades. Los militares creían no tener límites ni controles; peor que eso, estaban convencidos que eran eternos. Controlaban todo el aparato gubernamental, el Órgano Judicial, los fiscales, la Contraloría, el Tribunal Electoral, las Alcaldías. Mandaban a sus diputados como quien ordena a sus subalternos ejecutar una instrucción. Cerraron periódicos, silenciaron emisoras de radio sin ninguna razón legal. Su propósito era silenciar a un pueblo que sólo pedía democracia y libertad. Lo que pasó en Panamá ha ocurrido en otros países y todos nosotros lo hemos censurado. No podemos tapar con una mano lo que en este momento vive Venezuela. Sería irresponsable hacerlo.


Al final del régimen, Noriega se radicalizó hasta el punto que como no confiaba en quien lo rodeaba, creó una especie de mando paralelo que compartían militares cubanos; acto de alta traición en cualquier país del mundo. Ese enroscamiento le llevó, machete en mano, al absurdo de declarar la guerra a los Estados Unidos. Todos sabemos cual fue la tragedia que vivimos después de tantos desaciertos.


Cualquier similitud con lo que hoy se vive en la región no es mera coincidencia porque los tiranos militares, cuando se ven acorralados, tienen comportamientos similares; pierden el norte de las sagradas responsabilidades que como gobernantes tienen. Al sentirse aislados frente a sus pueblos y despreciados hasta por sus propios amigos y antiguos aliados, no les queda más que ampararse en el terror, la amenaza, la violencia, la mentira y el rumor. Disfrutan con desconocer la ley, porque mesiánicamente, totalmente obnubilados por el poder, se sienten que están por encima de ella y no le tienen que rendir cuentas a nadie. Inclusive en estas situaciones desesperantes hasta podrían declararle la guerra a algún vecino, con el fin de experimentar si con un enemigo externo pueden concitar el apoyo de un pueblo que los repudia.

Aquí no estamos para juzgar a ningún país; ninguno, menos la organización, tiene derecho a hacerlo. Aquí estamos para ayudarnos los unos a los otros, como lo hicimos cuando al Presidente de Guatemala quisieron involucrarlo en un asesinato y que en este foro se le dio la oportunidad para que aclarase todo lo ocurrido, como finalmente pasó. Como lo hicimos recientemente con Honduras.


Panamá tiene muchos vínculos con Venezuela. Nacen cuando el mismo Libertador dijo que si el mundo tuviera que escoger su capital, ella sería el Istmo de Panamá. Como Venezuela, fuimos parte de la Gran Colombia. En la lucha por el final de la dictadura panameña los demócratas venezolanos jugaron un gran papel: era su deber defender la democracia y lo hicieron con gran espíritu americanista, al igual otros países hermanos que sería largo enumerar. Nadie –aparte de Noriega- los criticó por eso. Hoy nuestra tierra le da la acogida a muchos venezolanos: unos que vienen en búsqueda de un mejor mañana:


La OEA, como no lo hizo cuando el pueblo de Panamá acudió en 1989 a su Asamblea General para denunciar a la dictadura que lo agobiaba y como no lo pudo prevenir en el caso de Honduras, esta hoy en posición de prever que lo que se esta viviendo en el hermano país de Venezuela en términos de violación de derechos humanos en general, sobre todo frente a indefensos estudiantes, y en particular en lo relativo a la falta creciente de libertad de expresión e información, que puede ocasionar daños irreparables en su Nación y consecuencias inconmensurables para el resto de nuestra América, inclusive del mundo entero.

Los gobiernos son efímeros: los Estados permanentes. Sin embargo cuando los gobernantes, tal como cuando el General Noriega dijo que la Patria era él, quieren arropar sus arbitrariedades argumentando que cualquier crítica que reciban es una contra el Estado que “dicen representar”, se convierten en tiranos y desvirtúan todo principio democrático. Aún cuando hayan nacido en la legalidad, sus actuaciones le dan a su gestión la peor de las ilegitimidades.


En democracia, los gobernantes están llamados a propiciar consenso entre los ciudadanos, a promover el diálogo y la concertación, no a fomentar la división entre ellos y menos mediante la intimidación, la persecución y la violencia sistemática contra quienes se le oponen. Los países no pueden estar divididos en bandos. Eso de los “buenos y los malos” es parte de una historia de desiluciones. Los gobiernos no pueden convertirse en un bando; su función es otra.

La libertad de expresión es sagrada y debe respetarse tanto para el gobierno como para la oposición, balance necesario en cualquier sistema de gobierno. El problema se da cuando desaparecen los gobiernos, que pareciera es lo que ocurre ahora. Obligación de todo gobernante es propiciar la concordia, no hacer llamados a la violencia ni lanzar amenazas a estudiantes, como aquella de lanzar “gases de los buenos” a los estudiantes que se osaran protestar.


Señoras y Señores:

Ese no es el camino del desarrollo. Ese no es camino de la convivencia. No lo fue ayer. No lo es hoy. Y no lo será mañana. Ningún país, pequeño como Panamá o grande como Canadá puede guardar silencio frente a esta dolorosa realidad.


Muchas gracias.




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